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Kyle MacLachlan: “Hay que dejar que el fracaso te lleve a lugares incómodos y aprender que nunca es algo personal”

Icono pop y eterno actor fetiche de David Lynch vive a los 68 años una segunda juventud gracias a series como ‘Fallout’ y a su pericia en TikTok

Kyle MacLachlan

Kyle MacLachlan (Washington, 66 años) no acostumbra a pensar en el apocalipsis. “Me conformo con llegar al final del día”, bromea el actor desde su casa de Los Ángeles. En una mano sostiene un taza de café solo, como lo haría el agente Cooper de Twin Peaks, y en la otra un puñado de nueces. “Me voy a tomar un desayunito mientras hablamos”, advierte con su habitual mezcla de cortesía y extrañeza. La razón por la que el eterno muso de David Lynch se lanza de buena mañana a discurrir sobre el fin del mundo es Fallout, adaptación de Prime Video de la exitosa saga de videojuegos cuya segunda temporada acaba de estrenarse. Su personaje es un científico dispuesto a traicionar a su familia por mantenerse fiel a Vaul-Tec, la empresa que saca rédito a una catástrofe nuclear con sus búnkeres. Pero, y el propio MacLachlan, ¿qué haría ante un apocalipsis inminente?

“Reuniría a todos mis seres queridos y pasaríamos el día charlando, recordando nuestras mejores anécdotas”, zanja. Dicho y hecho. Fijamos los 30 minutos de entrevista como la hipotética cuenta atrás de una bomba atómica y nos lanzamos a recuperar algunas de esas anécdotas. A MacLachlan no le es ajena del todo esta situación. En su infancia vivió la crispación del pánico nuclear y la Guerra Fría desde Yakima, un pueblito perdido en el estado de Washington. “Todo nos llegaba a través de la televisión y el cine. Se vivía con mucha ansiedad, siempre preocupados por lo que pasaba fuera. Pero al mismo tiempo era un lugar maravilloso y muy seguro para crecer. Podías pasarte todo el día con tus amigos en la bici y aparecer por la noche en casa”, cuenta.

Su infancia, entre la inocencia y la aparente oscuridad que latía debajo, es vital para entender su carrera. Esta atmósfera no solo recorre algunos de sus mejores proyectos, sino que además le unió de por vida al hombre que lo descubrió como actor: el recientemente fallecido David Lynch. “Me duele mucho no volver a escuchar cómo me saludaba: ‘Hey, Kyle’, con esa vocecita suya que me encantaba. Echo de menos no poder ir a visitarle, vivíamos muy cerca; y también el amor que nos teníamos, las conversaciones y su creatividad. Siempre estaba creando algo y habíamos hablado de volver a trabajar juntos”, recuerda. Como contagiado por el inconfundible espíritu de su maestro, MacLachlan habla pausado, de vez en cuando deja sin acabar una frase y retoma como si nada la siguiente con el mismo tono dulce y una sonrisa de oreja a oreja.

“Nuestras infancias fueron muy parecidas. Los estados del Noroeste están muy aislados y te permitían pasarte el día inventando aventuras. Los dos compartíamos un amor por la naturaleza, los bosques, los ríos... Después él fue a estudiar a Filadelfia y yo a Seattle. No nos sentíamos cómodos en la ciudad, nos abrumaba, pero acabamos adaptándonos”. Sin embargo, lo que de verdad les unió fue el fracaso de la fastuosa Dune (1984), su primera película juntos y la primera aparición en el cine de MacLachlan. “En este negocio no se puede evolucionar sin fracasar, yo he tenido grandes fracasos. Con Dune había muchas expectativas y cuando salió se esfumaron todas. Mi carrera se estancó y parecía que se acababa nada más empezar. Pero es importante dejar que el fracaso te lleve a lugares incómodos y aprender que nunca es algo personal. Sobre todo, cuando eres un actor. Si un proyecto no funciona, tú te conviertes en la imagen del fracaso, se asocia tu rostro al fracaso. Y eso te altera toda la psique, el ADN, pero te hace más fuerte”, razona.

Después llegaron los éxitos y muchos de ellos fueron con Lynch. “Su universo requería de una energía muy especial y yo me convertí en el hombre que buscaba. Con David todo era surrealista, pero en el set se respiraba siempre una energía de amor y alegría puras, incluso en los momentos más oscuros. Podía haber más o menos risas, pero siempre sentías que estábamos haciendo algo diferente, gratificante y relevante en este pequeño mundo”. Durante su vida, el director legó a MacLachlan miles de lecciones que nunca se cansará de repetir, pero al resto del mundo nos dejó con la que quizás sea la descripción más precisa de su actor fetiche: “Kyle es un ingenuo y encima es súper americano”, escribía en sus memorias, Espacio para soñar (Reservoir Books, 2018). A lo largo de su carrera MacLachlan se ha entregado a representar las mil y una caras de ese hombre medio americano, medio excéntrico, medio bonachón.

Empezó como el hijo adolescente del Estados Unidos podrido de Terciopelo Azul, pasó a ser el agente encargado del asesinato más famosos del país en Twin Peaks y acabó como el novio y marido más disfuncional de EE UU en Sexo en Nueva York y Mujeres Desesperadas. Sin embargo, este repaso apocalíptico por su carrera no se queda solo en la nostalgia, también está lleno de nuevos recuerdos. Hace tiempo que MacLachlan vive una segunda edad dorada: ha evolucionado para convertirse en el padre de América con sus papeles en Fallout, la saga de Disney Del revés –entre risas asegura que su cabeza estaría gobernada por la alegría y la ansiedad– o la comedia universitaria Impostura. “Es el viaje de todo actor y me siento tremendamente afortunado de estar interpretando a todos estos padres. Los actores a los que admiro son aquellos que saben jugar en equipo. La interpretación no va de quién es la estrella, sino de intentar apoyarnos todos para que la escena brille en conjunto. Esa es siempre la meta”, razona.

Ah, y por si fuera poco, también se ha convertido en el padre de TikTok, nada menos. “Me encanta sorprender a la gente. Es una de las marcas de mi carrera. Si te fijas, en mis papeles no hay ningún tipo de coherencia en el tono”, explica. En los vídeos que sube a sus redes se suma a los trends del momento y comparte pequeños sketches con un humor tan surrealista que consigue lo imposible: conectar a Lynch con la generación Z. “Que tú solo ahora puedas crear una pequeña escena con música es increíble. En mi época no existía nada parecido y yo lo he abrazado por completo. Siempre he tenido un sentido del humor bastante extraño, más inglés que americano. Me encantan los juegos de palabras, el ingenio, los sinsentidos y las tonterías”.

También se ha abierto una cuenta en Letterboxd, la aplicación de moda para cinéfilos donde crea las listas de películas que verían algunos de sus personajes más icónicos, e incluso se ha hecho un podcast, What Are We Even Doing?, para entrevistar y acercarse a los creadores y actores jóvenes. Pero, ¿cómo lleva su propio hijo que tenga una presencia tan fuerte en redes? “Bueno, creo que tolera mis tiktoks [se ríe]. Pero es que pertenece a una generación que no juzga tanto. Precisamente de eso hablamos en el podcast. Me encanta la autenticidad que tienen y cómo la abrazan. Cuando yo era joven sentía una presión muy fuerte por encajar en un molde y comportarme como se esperaba de mi. Por eso mis héroes siempre fueron los outsiders, los que iban en contra de la norma”, explica.

Parece ser un alumno aplicado con los usos y costumbres de las nuevas generaciones, porque ya las pone en práctica con su propia carrera. “Al principio era muy crítico con mi trabajo, con lo que había hecho mal o bien en cada papel. Pero con el tiempo he entendido que era una pérdida de tiempo. Los personajes existen por sí mismos fuera de mí y es la reacción del público la que de verdad consigue hacerlos memorables. Eso me pasó, por ejemplo, con el Capitán en Cómo conocí a vuestra madre, a la gente le encantó esa energía tan bizarra”, comparte

Tiktoker, podcaster e ídolo de la generación Z pasados los sesenta años, a MacLachlan no le quedan ya apenas moldes por romper. ¿Un último ejemplo? Hace 20 años se embarcó en la creación de una pequeña marca de vino, Pursued by Bear, en su Washington natal, para pasar más tiempo con su padre y se ha ido involucrando cada vez más. “Me encanta volver a casa de cuando en cuando. La ciudad se rige mucho por las estaciones y las cosechas. De pequeño tenía un huerto gigantesco en el jardín trasero. Así que forma parte de mi ADN”.

Una –o varias– de sus botellas sería, por tanto, el último elemento indispensable para ese hipotético último día del fin del mundo: “El vino crea comunidad, es un gran detonador de conversaciones”, reconoce el actor. Antes de que la cuenta atrás acabe, levanta la taza de café y se despide con un brindis. Es un alivio que no caiga ninguna bomba atómica: le arruinaría los viñedos y en unos días tiene que ir a probar la última cosecha.

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Sobre la firma

Lucas Barquero
Redactor de la revista ICON. Graduado en Cinematografía y Artes Audiovisuales por la URJC y Máster en Periodismo UAM-EL PAÍS.
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