“Que los pobres se peleen entre ellos”: el ‘remake’ de ‘Perseguido’ reaviva la obsesión por los concursos mortales
En noviembre se estrena ‘The Running Man’, la versión del clásico ochentero de Arnold Schwarzenegger, que busca seducir al público de ‘Los Juegos del Hambre’ o ‘El juego del calamar’. Pero, ¿por qué están tan de moda las distopías violentas?


Aunque el poeta Gil Scott-Heron augurase que la revolución no sería televisada, en la película Perseguido (1987), Arnold Schwarzenegger volvió a demostrar que los axiomas están para derribarse. El culturista era la estrella de una distopía donde un gobierno totalitario se constituía en EE UU y a los más desfavorecidos les daban caza en un brutal concurso de televisión, virtualmente imposible de ganar. Al héroe, un capitán acusado en falso de una matanza de civiles, le enviaban a competir para sacrificarle frente a la audiencia, pero, como no podía ser de otro modo, el personaje de Schwarzenegger destruía a sus captores uno a uno, de forma violenta y siempre con una coletilla graciosa para cada ejecución. No solo tumbaba la dictadura a pulso con sus músculos en pleno prime time, también tenía tiempo de conquistar a una hermosa concursante en apuros, encarnada por la cantante y actriz cubana María Conchita Alonso.
La exaltación de los ochenta, a veces, lleva a que películas que tuvieron recibimientos discretos, como fue el caso de Perseguido, sean ahora catalogadas de clásico por algunos. Schwarzenegger no se cuenta entre ellos. En su autobiografía Desafío total: Mi increíble historia (2012, editada en España por Martínez Roca), el intérprete y exgobernador de California manifestaba abiertamente su decepción con el resultado: “El argumento era fantástico y se desperdició totalmente por la contratación de un director principiante (...) [que] no tuvo tiempo para pensar en lo que la película tenía que decir sobre el mundo del espectáculo y el Gobierno, ni sobre lo que significaba llegar a un punto en el que matan a la gente en pantalla”. El director puesto a los pies de los caballos por el gigante austriaco, por cierto, no era otro que Paul Michael Glaser, el detective Starsky en la serie Starsky y Hutch (1975-79).

Con semejante precedente, Schwarzenegger ha sido el primero en saludar con efusividad el remake programado para estrenarse en cines en noviembre. La nueva película, que esta vez en España conservará el título original The Running Man, tiene como responsable a Edgar Wright, director de Zombies Party (2004) y Scott Pilgrim contra el mundo (2010). El papel protagonista lo hereda Glen Powell (Twisters, Top Gun: Maverick). “Creo que tienen una buena oportunidad de hacerla mejor”, ha declarado el actor de la primera versión de Perseguido, a quien Wright y Powell contactaron para pedir su bendición. En el tráiler de The Running Man se puede ver un homenaje a Schwarzenegger –que no forma parte del reparto– con su rostro en los billetes de esos Estados Unidos distópicos.
Otra de las conclusiones que el avance de dos minutos y medio permite extraer es que, tal y como su director y coguionista prometió, The Running Man será más fiel a la novela original de Stephen King de 1982, que sirvió de base a Perseguido para poco más que la premisa. Por añadir confusión a la ensalada de títulos, aquella novela se llamó en nuestro país El fugitivo y fue uno de los libros que King publicó bajo el seudónimo de Richard Bachman, al considerar sus editores que el maestro estaba saturando el mercado y haciéndose la competencia a sí mismo con su frenético ritmo de escritura. El libro no solo era más oscuro, tenso y fatalista, también presentaba una dinámica distinta: a diferencia de la película, donde Schwarzenegger tenía que salvar su vida (y segar otras cuantas por el camino) en un plató durante tres horas, en El fugitivo el personaje debía aguantar 30 días con libertad para desplazarse o esconderse y, en un giro perverso, los ciudadanos eran premiados por delatarle y colaborar en su captura. O, claro está, castigados por lo contrario.
Ambientada en un 2017 que, entonces, era el futuro, Perseguido no es la más fina alegoría social. A lo sumo, podría considerarse vigente su visión de la manipulación mediática, como en el burdo montaje que tergiversa al protagonista para hacerle parecer un psicópata, no más sofisticado que el de muchos bulos a los que nos enfrentamos diariamente, o la escena en la que los operarios de la cadena usan una tecnología para simular la muerte del héroe frente a las cámaras, que remite a la difusión de imágenes falsas mediante IA. Esencialmente divertida y de una violencia desquiciada, un visionado de Perseguido a día de hoy tiene el atractivo gracioso de su estética hortera, unido al delirio extremo en que envuelve al concurso de ficción. Entre los asesinos a sueldo del programa a los que Schwarzenegger achicharra vivos o sierra por la entrepierna, hay nombres como Subzero o Dynamo, tipos que cantan ópera, sueltan descargas eléctricas y llevan trajes con luces. La imaginación de Stephen King no alcanzaba tales cotas en el libro.

Aunque, en lo que se dice imaginación, Perseguido no es el mejor ejemplo (ni lo es, para ser sinceros, la novela de King). El director Yves Boisset denunció a 20th Century Fox y a Schwarzenegger por los muy razonables parecidos que presentaba con un título suyo anterior, la coproducción francoyugoslava El precio del peligro (1983), de argumento calcado. Aquella historia se basaba en otro cuento corto publicado en 1963 por Robert Sheckley, si bien la acusación no salpicó a Stephen King, cuya novela tenía una evolución distinta a la reflejada en el guion de la película. El proceso duró 11 años y se resolvió a favor de Boisset, compensado económicamente con una cantidad no especificada. No obstante, el tema de las cazas humanas es muy anterior. Además de las muchas referencias históricas a miembros de la élite capturando y matando a personas indefensas por diversión o como forma de entrenamiento, en ficción ya aparece en el relato de Richard Connell El juego más peligroso (1924), adaptado al audiovisual decenas de veces: desde el clásico de la RKO El malvado Zaroff (1932) hasta la espectacular Blanco humano (1993), con Van Damme.

Mundos peores
El crítico literario Fredric Jameson, fallecido el pasado año, se lamentaba de que en los últimos tiempos pareciese más fácil imaginar el fin del mundo antes que el fin del capitalismo. Otro pensador clave de nuestra época, Mark Fisher, acuñó el concepto de “impotencia reflexiva” para referirse a la anomalía de que la sociedad, en su conjunto, fuese consciente de los fallos e injusticias del sistema, pero hubiese una incapacidad colectiva para idear alternativas, derivada en resignación general, pasividad y aceptación. Tal vez por ello la ficción moderna ha sido extraordinariamente fértil alumbrando historias donde los males de la economía de mercado o lo peor del ser humano (el egoísmo, el odio al diferente, la crueldad) no solo no se corrigen, sino que llevan a extremos distópicos.
En uno de los ensayos culturales más relevantes y comentados en años recientes, Utopía no es una isla (2020, Episkaia), la escritora Layla Martínez proponía superar el eslogan de “No hay futuro” para que la esperanza de un mundo mejor dejase de verse como un horizonte ingenuo, con ejemplos de experiencias transformadoras positivas y reales. También el filósofo Francisco Martorell Campos ha dedicado dos libros a la cuestión, Soñar de otro modo: Cómo perdimos la utopía y de qué forma recuperarla (2019) y Contra la distopía: La cara B de un género de masas (2021, ambos editados por La Caja Books). En el segundo, Martorell observaba que, pese a la finalidad de denuncia presente en muchas distopías de éxito, el consumo masivo de Los Juegos del Hambre (2008-10 la trilogía literaria y 2012-15 la adaptación al cine) o la serie El juego del calamar (2021-25) no producían espectadores más críticos, sino que fomentaban el conformismo y la percepción de que, puestos a compararnos, tampoco estamos tan mal.
Martorell reconoce a ICON que Perseguido no le parece una película “especialmente destacable”, si bien le resultan llamativos los cambios respecto al libro. “Que acabe con victoria del protagonista imagino que fue porque Schwarzenegger no podía perder, sería incluso una condición de sus representantes. Pero al sistema no lo puede vencer un individuo en solitario, por muy fuerte que sea”. En la novela, el personaje sí encontraba el apoyo estratégico de disidentes en lugares marginados. “Se eliminó el componente social que estaba en la obra de Stephen King. La existencia de comunidades rebeldes fuera del sistema representa el elemento utópico de estas distopías, colectivos casi siempre multirraciales que preparan una ofensiva”, señala. El filósofo también distingue otras “facetas utópicas” en este tipo de distopías basadas en competiciones, “plasmadas en la cooperación y el cuidado mutuo que se prestan los jugadores más dignos, en los conatos de revoluciones que provocan y en la entereza ética que mantiene el héroe hasta el final”.
Que se produzca The Running Man al tiempo que se rueda un sexto largometraje de Los Juegos del Hambre o que la suma de las temporadas de El juego del calamar, en lo que llevamos de 2025, haya vuelto a ser la serie más vista de Netflix parece apuntar a un signo de los tiempos. Antes, estuvieron las películas de El corredor del laberinto (2014-18), la serie 3% (2016-20) o incluso Death Race: La carrera de la muerte (2008), remake con Jason Statham de La carrera de la muerte del año 2000 (1975). A finales de noviembre, solo dos semanas después de The Running Man, se prevé el estreno en cines de La larga marcha, otra adaptación de Stephen King (también publicada con el nombre de Richard Bachman en 1979), donde un grupo de cien adolescentes participa en una competición gubernamental de caminar sin descanso hasta que solo uno quede vivo. Dirige Francis Lawrence, el cineasta tras la mayoría de entregas de Los Juegos del Hambre.
¿Por qué proliferan tantas narraciones futuristas sobre, en particular, concursos mortales? “Su éxito no es casual”, responde Martorell. “Denuncian el modus operandi de la sociedad en la que vivimos, una sociedad gamificada que ha absorbido los códigos del juego y gira en torno a retos, pruebas, rankings y recompensas. Da igual que hablemos del mundo laboral o de la educación, de las redes sociales o la investigación. Lo mejor de estas narrativas es que ponen sobre la mesa el gran triunfo de la ideología capitalista, que es el haber conseguido que los pobres compitan entre sí, que se peleen entre ellos y dejen al sistema en paz”. Para el autor, otras expresiones pueden encontrarse en ciertos fenómenos online. “La ética del ganador es el paradigma dominante. Competir se ha vuelto una forma de vida cool. Los vídeos de MrBeast y la Velada de Ibai reflejan, a la vez que potencian, esta pulsión colectiva”. MrBeast lanzó en 2021 un concurso basado en las pruebas de El juego del calamar, obviamente sin víctimas mortales, algo que replicó Netflix en 2023. Recientemente, el youtuber ha anunciado sus planes de convertir Los Juegos del Hambre en un reality.

En mayo provocó estupor la noticia de que el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos estudiaba la propuesta de un concurso llamado The American, donde doce personas migrantes competirían para obtener la nacionalidad estadounidense. Su impulsor –el mismo que el de Duck Dynasty (2012-17), reality de 11 temporadas centrado en la cacería de patos– aseguraba haber tenido contactos positivos, hasta que la secretaria Kristi Noem, tras días de críticas, rechazó en el Congreso que le fuesen a dar luz verde. “Algo a priori distópico se convierte en utópico para algunas personas”, lamenta Martorell. “De hecho, el modelo social propugnado por los paleolibertarios de moda (desaparición de los gobiernos, reducción del Estado a la tarea de mantener el orden social, poder de las multinacionales, privatización de los servicios públicos, etc.) no difiere del recreado por las distopías ciberpunk de los ochenta”. Todo un regreso al futuro.
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