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“Ocho patas son demasiadas”: por qué las arañas llevan 70 años reinando en el cine de terror

El cine de arácnidos, como el de tiburones, se ha ganado su propio subgénero dentro del terror aunque sea a costa de todo rigor científico. ‘Sting: Araña asesina’ o ‘Vermin: La plaga’ son algunas de sus últimas incorporaciones 

Sean Connery y una tarántula en una escena de 'Agente 007 contra el Dr. No' (1962).
Jaime Lorite Chinchón

Una de las primeras historias de terror con arañas la publicó H.G. Wells en 1903. El relato se titulaba El valle de las arañas y su carácter críptico ha dado pie a diversas interpretaciones a lo largo de más de un siglo. Cercano al estilo gótico, el autor de clásicos como La máquina del tiempo (1895) o El hombre invisible (1897) describía la persecución de un amo y sus compinches a unos fugitivos, entre los que se encontraba una chica anhelada por el primero de ellos. De repente, el grupo se veía sorprendido y atacado por unas enormes arañas, que se desplazaban velozmente por el valle a través de grandes esferas hechas de sus telas. Decidir si las arañas son un espejo del afán persecutorio de los hombres, una alegoría de la feminidad (asociación tan antigua como, al menos, la fábula griega de Aracne), una maldición contra el colonialismo blanco o sencillamente arañas es algo que corresponde a cada lector. Lo que está claro es que la fuerza evocadora del relato y de su amenaza central han seguido creciendo desde entonces.

A la par que los tiburones, las arañas se han convertido en criaturas con sección propia dentro del género de terror, esencialmente en el cine. Pese a no contar con precedentes literarios amplios, el bum en torno a los arácnidos se produce en los años cincuenta de la Guerra Fría –en consonancia con el pánico nuclear o el miedo a los alienígenas– y se mantiene estable con el paso de las décadas. De la imaginería pulp de la época brotan películas como El ataque de las mujeres araña (1953), donde un científico loco crea una raza de supermujeres con veneno en sus genitales, o la más importante Tarántula (1955), en la que el animal del título adquiere tamaño gigante por una mutación.

Escena de 'Tarántula' (1955).
Póster original de 'Tarántula' (1955).

En la actualidad, las arañas siguen habitando las pesadillas del público de multisalas. Hace un par de meses llegó a los cines la australiana Sting: Araña asesina, con un arácnido de origen extraterrestre adoptado como mascota por una niña, que desata el pánico cuando crece un puñado de tallas. El año pasado, Vermin: La plaga dejó algunas de las imágenes más espectaculares del terror europeo moderno, con subtexto incluido sobre racismo y desigualdad en Francia.

“Hay algo espantosamente incorrecto en una criatura con ocho patas. Con dos patas podemos identificarnos. Cuatro patas también están bien, ¿a quién no le gustan los perros y los gatos? ¡Pero ocho patas son demasiadas patas!”, bromea Kiah Roache-Turner, el director de Sting: Araña asesina, preguntado por ICON. “Se mueven raro, pueden cambiar de dirección demasiado rápido y la cantidad de ojos es increíblemente desconcertante”. Con el monstruo en cuestión al servicio de un tradicional argumento de familia reunida, Roache-Turner se muestra en su película más interesado por las muertes atroces y un suspense epidérmico que por lecturas esquinadas. “Hay un elemento primario, porque durante cientos de miles de años se ha enseñado a nuestros cerebros a temer a los arácnidos y a que una mordedura podría matarnos. Nos alejamos de cualquier cosa con forma de araña del mismo modo que nuestra mano se aparta rápidamente del fuego. Es el tipo de miedos arraigados que los directores de cine de terror adoramos, porque la mitad de nuestro trabajo está hecho antes incluso de empezar a escribir”, reflexiona.

Escena de 'The Giant Spider Invasion' (1975).

Además de los patrones de Tiburón (1975) o Alien, el octavo pasajero (1979), el director cita como gran influencia en el ámbito de las arañas la película Aracnofobia (1990), producida por Steven Spielberg. El exterminador de Sting se inspira en el personaje que interpretaba John Goodman. “Era un gran fan de esa película cuando era niño. Estaba en mi cabeza por la forma en que se plantea la amenaza a una familia en un espacio reducido y el tono de comedia de terror”. Para australianos acostumbrados a convivir con seres ominosos, ¿cómo se hace una película de arañas que dé miedo? “Aquí tenemos algunas de las serpientes más venenosas del mundo, tiburones devoradores de hombres, asesinos en serie en cada esquina y una araña común de jardín llamada araña de embudo, cuya picadura puede acabar contigo en menos de una hora. ¡A veces es como si el propio país intentara matarte! No es de extrañar que algunos de los mejores directores de terror sean de Australia. Hay dos tipos de habitantes, los que tienen mucho miedo a las arañas y los que les importan un bledo. Es fácil impactar a los primeros. En Sting hice mi araña del tamaño de un pitbull terrier para asustar a los segundos”.

Fotograma de 'Sting'.

Las arañas también son terreno abonado para la exploración de traumas y miedos ocultos. Se han vinculado frecuentemente a las madres, por el control rígido al que pueden apelar sus telas o esa jaula que parecen formar sus ocho patas. La famosa gran escultura con forma de araña que se encuentra frente al Museo Guggenheim de Bilbao, llamada Mamá, fue concebida por la artista francesa Louise Bourgeois como una representación de la naturaleza dual de la maternidad, “protectora y depredadora al mismo tiempo”. Desde un plano psicoanalítico más general, también se han asociado de forma simbólica a la opresión familiar y a la represión derivada de ella, sexual o de otros tipos. Intrigas psicológicas como Enemy (2013) o Possum (2018) se han movido en esas coordenadas. La propia Aracnofobia jugaba con la vulnerabilidad de su protagonista (Jeff Daniels) y le hacía recrear un trauma infantil del que emerger, al fin, como heroico y capaz padre de familia.

Un pánico moderno

Marcos Méndez, del Grupo Ibérico de Aracnología, discrepa con la noción de que el pánico a las arañas responda a un miedo atávico o un aprendizaje evolutivo. “En las zonas de evolución de los humanos no hay arañas tan peligrosas como para que causen ese miedo atávico. Eso es algo de cultura popular que no sé muy bien de dónde ha salido, pero que no tiene ningún viso de realidad”, explica a ICON. “Una araña realmente peligrosa es una araña que vive en la zona de Sidney o las viudas negras, que tienen una distribución tropical, en América, en el Mediterráneo y norte de África y en algunos sitios de Asia. En la bibliografía médica de comienzos de siglo XX hubo una polémica fortísima porque la mayoría no creía que las arañas, unos bichejos tan pequeñitos, pudiesen matar humanos. Hasta que se demostraron algunos casos especialmente graves no cambió esa tendencia. Hemos pasado de esa situación de comienzos de siglo XX a la situación donde todo el mundo tiene pánico a las arañas, como si fueran todas venenosísimas y muy peligrosas”.

Escena de 'Aracnofobia' (1990).

Aficionado al cine de ciencia ficción, el experto, no obstante, descarta que el grueso de las películas con arañas tenga algo de rescatable desde un punto de vista pedagógico. “Arac Attack [2002] es mi favorita de todos los tiempos, sería una película para poner a la gente e ir desglosando sus errores, es extrema. Pero biológicamente hacen arañas muy realistas, aunque luego se salten la realidad para que el argumento salga adelante. Puedes reconocer la familia de la que son, hay arañas tramperas, hay saltícidos, que son los que persiguen a las motos en el desierto… Cosas positivas que puedan transmitir las películas de arañas he visto muy pocas. Como mucho, si te pilla en la edad adecuada, puede haber un poco de fascinación. Que un chaval vea Arac Attack, diga ‘Guau, cuántas arañas diferentes salen aquí, qué cosas tan raras hacen’ y le dé por leer”.

Méndez identifica seis tópicos estelares en las películas de arañas: tamaño gigante, movimientos muy rápidos, saltos enormes, comportamiento grupal o colonias muy densas, ataques no premeditados y presencia de arañas reina y sociedades coordinadas de arañas. “Una araña del tamaño de un perro, como la de Sting, no se podría mover, porque no hay manera de que su exoesqueleto aguante ese tamaño”, dice del reciente estreno.

Una plaga como la de Aracnofobia, donde unas arañas organizadas como soldados lideradas por un general se hacen con un pueblo de Estados Unidos, no es tampoco algo que temer en la práctica. “Las arañas, en su inmensísima mayoría, son solitarias, carnívoras y depredadoras. No toleran la competencia, si hay una densidad muy grande de arañas de la misma especie normalmente acabarán atacándose y comiéndose entre sí. Hay muy poquitas arañas, en un par de desiertos del mundo, que son subsociales y viven en agregaciones, normalmente arañas de tela que hacen una tela comunal que les ayuda a capturar más insectos en esos lugares donde hay tan poquísimo alimento. Esas arañas que comparten una megatela suelen ser parientes, un requisito para que se dé ese comportamiento social de organismos como las hormigas. Son todas medio hermanas, al menos, y nunca tienen reina, como en Arac Attack”.

Fotograma de 'Vermin: la plaga'.

El científico lamenta el sesgo informativo que suele acompañar todo lo relacionado con arácnidos y que fomenta ese miedo irracional del que se nutre a la ficción. “La cantidad de accidentes que causan es ridícula, incluso cuando hablamos de arañas peligrosas que sí se han hecho más próximas a los humanos, como las viudas negras americanas o las arañas violinistas”, afirma. “Un investigador, para demostrar los efectos beneficiosos de las arañas, pasó años estudiando la cantidad de insectos que comían anualmente, porque son controladoras de plagas en sistemas agrícolas. Hizo un cálculo aproximado de que, en un año, podían comer una cantidad equivalente al peso de la humanidad. ¿Qué publicó un periódico? ‘Si las arañas se coordinan, nos podrían comer a todos los humanos en un año‘. Son las barbaridades que tenemos que aguantar. Las arañas no se van a coordinar para atacar a una presa que no pueden comerse, un humano para una araña no es nada. ¡No van a crear un grupo de WhatsApp para ponerse todas las especies de acuerdo, las que tienen tela y las que no tienen tela, para comerse a la humanidad empezando por el dedo gordo del pie!”.

El desconocimiento sobre las arañas ha permitido, en cualquier caso, que se conviertan en un cajón de sastre bien explotado, en especial, por la serie B. El propio director Kiah Roache-Turner reconoce que lo ajenos, misteriosos y oscuros que nos resultan los arácnidos favorece que puedan ser presentados como otredad absoluta, “un monstruo con el que el público no puede identificarse”. La película para televisión Lavalántula (2015) llevaba todo al paroxismo con un argumento humorístico en el que unas tarántulas que echaban fuego por la boca emergían de una serie de explosiones volcánicas en Los Ángeles.

El cine español también ha tenido aproximaciones dignas de reseñar. En Arachnid (2001), reivindicable por unos efectos prácticos y unos diseños de criaturas entre lo mejor del género, el veneno de un monstruo de ocho patas le licuaba la cara a Pepe Sancho mientras Neus Asensi se defendía a punta de pistola. El mediometraje Mamántula (2023), nominado a los pasados Goya y disponible en Filmin, seguía los crímenes de una tarántula travestida de humano que seducía a sus víctimas para practicarles mortíferas felaciones. Y el director Ángel Gómez Hernández se encuentra ultimando otra película también titulada Arachnid, de la mano de los productores de la saga John Wick. Aún queda mucho hilo del que tirar.

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Sobre la firma

Jaime Lorite Chinchón
Colaborador de ICON desde 2019. Periodista cultural, también ha escrito para la sección de Cultura, El País Semanal, la revista Fotogramas o Ctxt. Graduado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, también cursó Crítica Cinematográfica en la Escuela de Escritores y el Máster de Periodismo UAM-El País.
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