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“Elsa Pataky devorada por unos perros, ¡es icónico!”: el breve y delirante reinado del terror adolescente español

Hace 25 años llegó a cines ‘El arte de morir’. Títulos como este o ‘Tuno negro’ importaron a nuestro país la fórmula de ‘Scream’, con resultados muy dispares

Cine de terror adolescente
Jaime Lorite Chinchón

Con el eslogan “No tienes que ir a Texas para sufrir una matanza con motosierra” se promocionaba en 1982 uno de los clásicos del llamado fantaterror español, Mil gritos tiene la noche, de Juan Piquer Simón. La película empezaba contando cómo un niño mataba a su madre cuando ella amenazaba con requisarle el porno. Cuarenta años después, es un insaciable asesino con una sierra mecánica. Si bien ambientada en Boston (aunque su rodaje se desarrolló en Valencia), la publicidad también se prestaba al juego de trasplantar a nuestro país la fórmula de éxitos estadounidenses como La matanza de Texas (1974), La noche de Halloween (1978) o Viernes 13 (1980), puntas de lanza del slasher, el cine de psicópatas dedicados a trinchar adolescentes.

La misma idea tuvieron algunos productores españoles cuando el subgénero resurgió con Scream (1996) y Sé lo que hicisteis el último verano (1998). Si nuevas estrellas juveniles de la televisión podían ser masacradas en pelis de Hollywood, en España contábamos con un star system para replicarlo. “Paco Ramos, de Aurum, ahora máximo responsable de ficción de Netflix de Latinoamérica, quería hacer ese tipo de película”, cuenta a ICON Juan Vicente Pozuelo, guionista que, junto a Curro Royo, recibió el encargo de escribir la que inauguró aquella nueva ola de slasher español, El arte de morir (2000), hace 25 años. Con intérpretes de la cantera de Al salir de clase (1997), como Lucía Jiménez, Elsa Pataky o Sergio Peris-Mencheta, en El arte de morir unos jóvenes se enfrentaban a la venganza sobrenatural de un amigo (Gustavo Salmerón con cresta mohicana) al que mataron en secreto.

Sergio Peris-Mencheta en 'El arte de morir'.
Sergio Peris-Mencheta y Fele Martínez en 'El arte de morir'.
María Esteve, Fele Martínez, Sergio Peris-Mencheta y Lucía Jiménez en 'El arte de morir'.

“Hay una escena en la que a Elsa Pataky se la comen unos perros, ¡es icónica!”, dice Javier Parra, copresentador del podcast sobre terror ¡Estamos vivas! y autor de los ensayos Scream Queer (2021) y Scream Queer 2: La venganza (2024, ambos editados por Dos Bigotes). Su estela la siguieron Tuno negro (2001), donde un tuno enmascarado castigaba con la muerte a los universitarios más vagos de Salamanca, School Killer (El vigilante) (2001), con Paul Naschy como expeditivo bedel de un colegio fantasma, Más de mil cámaras velan por tu seguridad (2003) o La monja (2005).

Para Parra, la clave está en el momento que vivía la industria. El fantaterror quedó desarticulado tras la Ley Miró, como se conocía (por la directora general de Cinematografía, Pilar Miró) al decreto de 1983 que buscó incentivar un cine de, supuestamente, mayor calidad y prestigio, en detrimento del terror o las comedias de Pajares y Esteso. “De repente, que una peli de género como Tesis [1996], de Amenábar, lo petase hizo pensar en otra industria”, opina Parra. “Puede que tuviera que ver en el surgimiento de estos slashers, que fueron bien en taquilla. Pero los pusieron a caer de un burro”.

Nueve meses muriendo

El 31 de marzo del 2000, el director Álvaro Fernández Armero sopesó cambiar de oficio. “La crítica fue sanguinaria con El arte de morir, así que solo quedaba la taquilla. Cuando se estrenó, llamé al cine Velázquez [de Madrid], que ya no existe, preguntando cuánta gente había ido a la sesión de las siete. Me respondieron que seis personas y decidí que había acabado mi carrera”, recuerda al teléfono. Armero, lejos de retirarse, sigue siendo uno de los directores más exitosos de nuestro país –tiene pendiente Los Muértimer, mientras que su último estreno, Ocho apellidos marroquís, fue la película española más taquillera de 2023– y se equivocó en sus cálculos: El arte de morir obtuvo en pesetas el equivalente a unos apreciables 3,2 millones de euros.

El director de cine Álvaro Fernández Armero en 2005.

En contra tenía, además, una semana de diferencia con el estreno de Scream 3 o el riesgo de la propuesta. Con alerta de spoilers para quien desee recuperarla, en El arte de morir los personajes resultaban hallarse en un purgatorio, donde, a modo de gestación inversa, pasaban nueve meses muriendo. “La idea era que hubiese un espacio perdiéndose, algo frío, sin casi color. Recuerdo rodar una escena del final, con todo semivacío como en una obra de Beckett, y pensar: ¿esto quién se lo va a comer? ¡No salgo vivo!”, admite entre risas Armero. “Era un poco inconsciente, hoy no me atrevería”. Tampoco ayudó el timing, por su giro similar a otra película. “Vi El sexto sentido [1999] en el cine tres meses antes y mi grito se escuchó más que ninguno”, lamenta el guionista Juan Vicente Pozuelo, que menciona las risas en el preestreno en la Universidad Complutense como el momento en que vio “que algo no encajaba”. “Dolió, pero con un slasher no puedes esperar ganar Cannes”.

“Tu bandurria estaba junto al cadáver”

Otro que oyó risas en el preestreno de su película fue Pedro Barbero, codirector de Tuno negro. El más preocupado fue el productor Andrés Vicente Gómez, que se volvió para preguntarle: “¿No era de terror?”. En la secuencia inicial, una treintañera Maribel Verdú en el papel de estudiante rogaba al asesino que no la matase, para no “morir virgen”. Su compañera de habitación (Carla Hidalgo) se acicalaba entre tanto para ligar con la tuna. “Scream me influyó mucho. Expliqué a Andrés que era una peli de terror con humor y que esa mezcla encantaba a los jóvenes”, cuenta Barbero.

Tuno negro es la más memorable entrega de la corriente, sea por sus disparates, el espectacular reparto (Eusebio Poncela confesó a ICON en 2022 que la había hecho “por la pasta” porque estaba “un poco matarile”) o el choque entre slasher y el folclore de la tuna. “Estaba un día en el Café Comercial cuando entraron unos tunos. Un amigo dijo: ‘Son tunos negros’. Yo nunca lo había oído. A los que se disfrazan sin ser tunos y ganan lereles tocando en bares o bodas les llaman tunos negros”, explica. “Los tunos originarios eran gente pobre que tocaba para pagarse la matrícula, mientras que los tunos negros eran pijos que tocaban y les quitaban ese dinero. Por eso empezaron a matarlos, según la leyenda”.

Jorge Sanz Tuno negro
Silke en 'Tuno negro'.

En la película, el personaje de Enrique Villén, policía encargado de atrapar al asesino, dejaba un reguero de cadáveres mayor al disparar a todo sospechoso. “Gran parte de la sociedad odia a los tunos. Cuando la he visto con gente, con cada tiro de Enrique hay carcajadas. Forma parte del inconsciente colectivo querer matar un tuno y ahí ves a alguien que lo hace sin ton ni son”, razona Barbero, que asegura que su película es querida entre la tuna. “No se sienten ofendidos, están orgullosos. Hace poco hablé con unas chicas tunas, porque ya hay tunas femeninas, y decían que tenían como tradición ver la peli cada Halloween. La canción de Def Con Dos del final [Tuno bueno, el tuno muerto] sí levantó ampollas”.

Teté Delgado, asesinada y descuartizada en 'La Monja'.

Lo que menos sentido tenía no era lo de Villén. En una improbable escena de artes marciales, Silke, protagonista, noqueaba al cubano Alexis Valdés tras hallarle bajo su cama. Valdés no aparecía antes ni después, ni volvía a mencionarse lo sucedido. “Duraba 2 horas y 45 minutos”, clarifica Barbero. “Había un personaje negro, Alexis Valdés, por la coña del tuno negro, y estaba liado con el profesor al que matan en la morgue. Eran homosexuales. Hubo que quitar su trama, no podía durar tanto”. Hizo buena taquilla, aunque el director tardó quince años en levantar otro largometraje, El futuro ya no es lo que era (2016), con Dani Rovira. Recientemente, intentó poner en marcha una secuela de Tuno negro en formato miniserie, pero las plataformas la rechazaron. “Creen que en España no debemos hacer terror, prefieren traerlo de EE UU. Mientras los que mandan piensen así, es complicado”.

Ilusiones y desencantos

Cristóbal Garrido tenía 18 años cuando vendió el guion de Más de mil cámaras velan por tu seguridad, coescrito con Daniel García. “Fue suerte, éramos dos desconocidos mandando un guion como quien envía una carta a los Reyes Magos. Pero llegamos en el momento perfecto, buscaban eso”. Hoy es uno de los guionistas de comedia más prolíficos de España y entonces era “el típico que ve Scream y se impresiona”. La película, intriga cibernética con asesinatos en el metro de Madrid, fue dirigida por David Alonso, nominado al Goya por Memorias del ángel caído (1997), que defiende la propuesta.

“Intentamos que contuviese un mensaje sobre la banalización del incipiente internet. Algunas cosas la realidad las ha superado”, dice Alonso. “Hay una seriedad que se le presupone al cine español, pero para mí el entretenimiento es una forma de expresión válida como cualquier otra. Me da la impresión de que por eso no fue bien recibida”. No volvió a dirigir películas, alejado por otra mala experiencia con la miniserie de TVE Tres días de abril, que rodó en 2010 y sigue inédita, después de que, con la llegada del PP al Gobierno, el ente vetase las producciones con temática de la República.

Antonio Hortelano (a la izquierda) en 'Más de mil cámaras velan por tu seguridad'.
Laura Manzanedo en 'Más de mil cámaras velan por tu seguridad'.

En 2005, el subgénero dio sus coletazos con La monja, “un slasher a lo Destino final [2000], intento de la Fantastic Factory por acercarse a ese público que fue infructuoso”, según Juan Luis Daza, escritor de Fantastic Factory: El cine de los condenados (2022, Applehead Team), sobre el sello de terror clausurado poco después. Con películas progresivamente más intrascendentes, como La central (2006), XP3D (2011) o Afterparty (2013), la moda se extinguió. “También en EE UU desapareció. En España pasó más rápido y peor, como hacemos todo”, sentencia Cristóbal Garrido. El coautor de Más de mil cámaras… admite que no puede mirarla con malos ojos. “Es horrible, pero es mi primera peli y le tengo cariño. Había una inocencia que la convertía en camp”. Gustavo Salmerón, que antes de El arte de morir actuó en dos rarezas como Fotos (1996) o 99.9: La frecuencia del terror (1997), comparte esa ilusión de recién llegado: “Cuando empiezas, siempre te atraen esos proyectos con componente fantástico. Sobre todo, el intento de hacer algo lo más genuino posible”.

Otros tuvieron peor suerte. Pedro Barbero, de Tuno negro, perdió la pista a su compañero de dirección, Vicente J. Martín, a quien cree retirado del audiovisual. Él regresó a televisión. Siente que hay público reivindicando la película y está satisfecho. “Cuando fuimos al Festival de Bruselas la asociaron a El Día de la Bestia [1995]. Decían que había una generación en España haciendo barbaridades”, recuerda. “Casi me pego con un delegado de Telecinco porque, en la escena en la que mataban a la novia, cuando se sentaba en el váter a mear, se oía el chorrito. Quería quitarlo. Yo explicaba que era para transmitir vulnerabilidad, porque cuando somos más vulnerables es meando o cagando. Me levanté, empecé a dar golpes en la mesa, era joven. No se quitó. Estaba dispuesto a dejarme la puta vida en ese plano y ese chorrito”.

Escena de 'School Killer'.
Escena de 'School Killer'. De pie, el actor Paul Naschy.

Juan Luis Daza cree que el terror español recuperó músculo al dejar de imitar lo foráneo: [·REC] [2007] o Verónica [2017] son dos películas muy autóctonas que han arrasado en el extranjero y reciben ese legado del fantaterror que parecía perdido”. Cuestión, tal vez, de idiosincrasia, como ejemplifica Curro Royo, coguionista de El arte de morir. “Quisimos adaptar El club de los suicidas [1878], un thriller de Robert Louis Stevenson, pero sentíamos que algo fallaba, que esa historia nos la creeríamos en Nueva York. Unos tíos que intentan suicidarse pero no pueden, que era el argumento, en España serían unos mantas”. Su película de 2007 acabó siendo una comedia con Fernando Tejero. No cierran la puerta al slasher. “Recientemente, Cerdita [2022] funcionó bien y no deja de ser eso”, señala Juan Vicente Pozuelo. Royo coincide: “Está volviendo. Con la nostalgia de los noventa, mi hija ha descubierto Scream y este verano se estrena otra de Sé lo que hicisteis... Venga, Juanvi, ¡tenemos que hacer el remake de El arte de morir!”.

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Sobre la firma

Jaime Lorite Chinchón
Colaborador de ICON desde 2019. Periodista cultural, también ha escrito para la sección de Cultura, El País Semanal, la revista Fotogramas o Ctxt. Graduado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, también cursó Crítica Cinematográfica en la Escuela de Escritores y el Máster de Periodismo UAM-El País.
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