“La decisión de desconectar el móvil requiere mucha fuerza”: ¿por qué nos resulta imposible relajarnos durante las vacaciones?
Las vacaciones son un privilegio que no todos los trabajadores se pueden permitir, pero incluso aquellos que pueden se las toman como una estresante carrera contrarreloj para recargar las pilas y seguir trabajando


Mario es un herrador que depende de sus dos furgonetas y de sus herramientas para hacer su trabajo. Muy de tanto en tanto, se le estropean los dos vehículos a la vez y entonces dispone de un par de días libres mientras son reparados en un taller. Cuenta que, durante esas jornadas de parón involuntario, después de cancelar todos sus compromisos, se sube por las paredes y apenas logra relajarse. A veces le sucede después de 10 o 12 días trabajando sin pausa y es todavía peor: tiene la sensación de que se le ha olvidado descansar.
Fran trabaja en un ayuntamiento, alquila un apartamento de su familia a través de Booking y durante las fiestas de su pueblo prepara la llegada de los huéspedes. Da igual que lleve todo el año esperando ese momento: tiene que estar pendiente del teléfono y marcharse a entregar las llaves en cuanto lo llamen. Eva atiende una gasolinera, pero su jornada laboral no termina cuando acaba su turno, sino que después pasará unas cuantas horas más trabajando en una franquicia de ropa barata. Como los días libres de cada uno de esos empleos no coinciden, hace años que no tiene vacaciones. Miguel es fotoperiodista, vive en Galicia y “está siempre de guardia”. Explica que su situación no es mala, porque vive en un entorno que le gusta y prefiere no viajar. En cualquier caso, en cuanto aparece un encargo (no importa si llega atropellando al anterior o durante los festivos más sagrados de julio), él acepta. En su sector no se puede desperdiciar ninguna oportunidad.
Carla trabaja en un chiringuito. Cuando libra (apenas un día por semana) se aburre en casa o se agobia pensando en todo lo que tendrá que hacer durante las siguientes jornadas. Llega a decir que es un asco librar, que no sabe qué hacer (“todo el día en la playa o en el bar”). No es que el chiringuito le encante, más bien, es que ese trabajo ha llegado a ocupar su vida entera.

Todos los casos anteriores son reales. Algunos de los trabajadores citados forman parte de ese 33,4% de españoles que, según el INE, no puede permitirse ir de vacaciones al menos una semana al año. Otros lo podrían hacer, pero, desde luego, no durante el verano, cuando sus propias obligaciones laborales y los precios se disparan. Así que el “verano sin vacaciones”, tal y como lo llama la escritora Ana Geranios en su ensayo subtitulado Las hijas de la Costa del Sol, es una realidad para cada vez más personas. De hecho, tal y como demuestran los datos, frente al tópico que habla de jóvenes derrochadores exhibiendo sus vacaciones exóticas en redes sociales, resulta que son, precisamente, las personas entre 16 y 29 años las más afectadas por la “exclusión vacacional”. Es lógico, y es que el régimen de tenencia de vivienda (el principal factor de desigualdad intergeneracional en España) también influye en la posibilidad de disfrutar de vacaciones, mucho menor entre inquilinos que entre propietarios. Así que, mientras las condiciones materiales se estrechan, los alquileres suben y en sectores creativos parece necesario aprovechar cualquier propuesta para ganar visibilidad, las vacaciones desaparecen o pasan a un segundo plano. Y entonces llegan los días libres (esos a los que, tras décadas de lucha obrera, la ley obliga) y, aunque sea verano, no sabemos qué hacer con ellos.
Trabajar mucho para descansar un poco
En su ensayo Reconquista tu tiempo (Ariel, 2024), la escritora Jenny Odell alerta de que “en su forma menos útil, el concepto de tiempo libre refleja un proceso indigno: trabajar para comprar la experiencia temporal de libertad. El descanso y la recreación se aplican como mantenimiento, la máquina del ocio al servicio de la máquina de alimentación”. En muchos casos, el tiempo libre es tan escaso o está sujeto a tantos condicionantes, que carecemos de recursos (incluso emocionales) para disfrutarlo. ¿Es posible desconectar? ¿Supone desconectar uno de esos viajes exprés lleno de mostradores, coches de alquiler y planes trazados en Google Maps? ¿Queda alguien que siga aprovechando el verano (porque puede y porque quiere) para, simplemente, descansar?
“Las vacaciones tienen que ver con vacar, que significa dejar un hueco, una vacante, una vacuola; es el momento de desconectar el móvil, volverse incomunicable, no responder… y esa decisión requiere mucha fuerza"Juan Evaristo Valls
“Cuando era pequeño tenía en Santa Pola un vecino que se pasaba el mes de agosto durmiendo la siesta. Antes me sacaba de quicio, ahora lo entiendo por completo”, comenta Daniel López Valle, escritor y autor de los Cuadernos de verano de Blackie Books. “Cuando se tiene trabajo no hay más remedio que hacer lo que se pueda. O lo que se sepa. A mí, por ejemplo, me gusta mucho pasear y cada día ando sin rumbo, a veces horas, y cuando vuelvo a casa estoy de lo más relajado. Pero no me paseo para relajarme. Lo hago porque me gusta y además es gratis. Hay gente a la que se lo digo y me miran con cara de pena”, confiesa.
Pero relajarse no es así de fácil para todo el mundo, sobre todo, cuando para hacerlo o para “recargar las pilas”, los periodos son cortos y están pautados desde hace meses. “Es preocupante (e imposible) agendar el relajarse como una actividad más que hay que hacer”, explica la terapeuta Itziar Torres. “El cuerpo no funciona así. No le dices relájate y lo hace. Y menos si ha sido abandonado por largos periodos. Cuando nuestra atención (y no importan las causas aquí) ha estado en cualquier otro lugar excepto en nuestra respiración, temperatura, postura, sensaciones o emociones, nuestros cuerpos han aprendido a sobrevivir a través de la hiperactivación o de la disociación. En ese estado, lo que se experimenta como relajarse puede incluso generar ansiedad o miedo”.

Parece que aquel tiempo lento y viscoso propio del verano, el tiempo del bochorno y el aburrimiento, pero también de algunos descubrimientos importantes, se está extinguiendo. En parte, porque las condiciones de vida y de trabajo han acabado con él y, en parte, porque ya no soportamos que las horas se ralenticen. “Creo que el gran problema de nuestra civilización es que no toleramos el vacío, la nada. Por eso mi libro habla de la vida holgada y defiende revalorizar esta holgura, este vacío”, comenta el filósofo Juan Evaristo Valls, autor de El derecho a las cosas bellas (Ariel, 2025). “Esos momentos de angustia que muchos no soportan durante sus días libres son los momentos en que nos confrontamos con nuestra existencia a secas, en los que podemos entender cuáles son nuestras condiciones materiales de vida. Vivimos en un sistema que encuentra el equilibrio a través de la producción de estrés. Entonces, tanto el hedonismo depresivo (no soportamos estar desconectados sin recibir pequeños estímulos de placer) como esta suerte de estrés continuo (que puede ser entusiasmo, emoción, agitación, excitación) impiden ese hueco para pensar. Esa incapacidad de parar tiene que ver con la incapacidad de pensar y a la inversa, es decir, en este capitalismo disfrutón y entusiasta que nos mueve por las pasiones y por la promesa de la felicidad se pierde la capacidad crítica”.
Analía Plaza, periodista y escritora, está de acuerdo con los diagnósticos anteriores y también conoce las sensaciones narradas al comienzo. “Relajarse como si fuera una actividad más, básicamente, depende del tiempo que tengas para ello. Cuando he estado trabajando he encontrado esa relajación incluso en un fin de semana, pero no me gusta esa expresión de recargar las pilas, porque implica volver a gastar energías en el trabajo, lo que me parece perverso porque regresas moreno y acabas de nuevo con el color oficina”, apunta.
La colonización hacia dentro, weisure y otras trampas
Al comienzo de su último ensayo, Valls explica la siguiente cita de Marx: “El reino de la libertad solo empieza allí donde cesa el trabajo impuesto por la necesidad”. “La cosa parece sencilla”, escribe el profesor. “Tenemos que trabajar para nutrirnos, pero hagámoslo solo el tiempo necesario, para dedicarnos a vivir y gustar el resto del tiempo, y eso será el reino de la libertad, donde dediquemos nuestras fuerzas a nosotros mismos, y ya no al capital ni a otros fines externos”. Pero Valls enseguida encuentra una trampa en la famosa cita del filósofo alemán: “Si la libertad solo empieza allí donde acaba el trabajo impuesto por necesidad o alienación, ello quiere decir que libertad es sinónimo de trabajo libre, trabajo sin imposición, pero trabajo, al fin y al cabo: realización personal es como le llaman hoy los coaches”. Así que, si incluso Marx nos invita a seguir trabajando durante esos ratos que podríamos dedicar a otra cosa o, simplemente, a la pereza, ¿qué no se dirá durante este siglo XXI lleno de fanáticos de los madrugones y de la disciplina personal?
“Estuve en un sitio hace poco en el que se producían vegetales de forma tan rápida y veloz que no sabían a nada, parecían de mentira, y pensé en cuánto se parecían esas zanahorias a nuestras vidas”Itziar Torres
“Nos comportamos, en terrenos afectivos o íntimos, como empresarios de nosotros mismos, como inversores, y de ahí las expresiones como si quedar con este chico o esta chica me renta”, responde el propio Valls. “Por supuesto, las vacaciones son un nicho neoliberal de excitación del deseo, y muchos de nosotros, en vez de escuchar lo que nos pide el cuerpo (si queremos descansar, si queremos resolver cuestiones afectivas, si queremos cerrar los ojos, si queremos soñar, si queremos aprender algo nuevo…) las planeamos para que tengan el mayor rendimiento social y erótico, de forma que consumamos las máximas experiencias posibles. En ese sentido, no hay descanso, porque lo que hay es estrés y excitación del deseo, que en el capitalismo tardío es una de las formas por antonomasia de generar plusvalía”, observa el filósofo.

Aprovechar las vacaciones para apuntalar la marca personal mediante varias publicaciones en redes cuidadosamente planeadas o para planear proyectos profesionales mientras viajamos (en inglés han llamado weisure a esa supuesta mezcla de trabajo y diversión) son otras de las tareas que impiden descansar. Paradójicamente, como señala Plaza, “en los trabajos creativos como el periodismo, un porcentaje importante de tu valor son tus ideas y al final las mejores ideas te salen cuando estás relajado. Cuando estamos de vacaciones, estamos todo el rato anotando ideas”.
De nuevo, se trata de alcanzar un difícil equilibrio y Torres cree que todas estas estrategias tienen algo de autoengaño: “En realidad, si dejas de hacer esas cosas, no puedes pagar el alquiler, seguir estudiando o seguir viviendo… Es decir, no estamos autoexplotadas, eso es un eufemismo, estamos explotadas, aunque nos digan eso de sé tu propia jefa”. La terapeuta compara nuestras vidas con una hortaliza insípida: “Vivimos en el tiempo de la cosecha, con las tierras arrasadas y sobreexplotadas. Si no las dejamos descansar, no nutren. Estuve en un sitio hace poco en el que se producían vegetales de forma tan rápida y veloz que no sabían a nada, parecían de mentira, y pensé en cuánto se parecían esas zanahorias a nuestras vidas”.
Pero entonces, ¿qué se puede hacer? ¿Estamos condenados a no descansar, a no detenernos, ni siquiera en verano? Valls aconseja reflexionar sobre cómo parar, cómo desaparecer y cómo hacerse anónimo. “Las vacaciones tienen que ver con vacar, que significa dejar un hueco, una vacante, una vacuola; es el momento de desconectar el móvil, volverse incomunicable, no responder… y esa decisión requiere mucha fuerza. No es tanto que uno planee relajarse como que uno tiene que decidirlo: tomar vacaciones suele ser un riesgo, y muchas veces es un privilegio. Esa disputa requiere combatir nuestros vicios y también atender a nuestras condiciones materiales de clase”, concluye el filósofo. Mientras tanto, personas como Mario, Fran, Eva, Miguel y Carla seguirán siendo incapaces de disfrutar el verano. Ni es su culpa, ni son una excepción, ya que, como recuerda Torres: “La mayoría de personas que he acompañado y acompañamos en Casa Faro [su espacio de psicoterapia], más que culpa por descansar, tienen una necesidad brutal de hacerlo. El descanso es como un padre ausente del que se habla mucho. Se ha convertido en un fantasma”.
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