Una huida de la URSS, romances de Hollywood y aquel papel en ‘Sexo en Nueva York’: la espectacular vida de Mijaíl Baryshnikov
Mientras la serie continúa sin su personaje, el célebre bailarín letón sigue ocupado con su labor al frente del centro artístico que lleva su nombre, y ha acompañado a Almodóvar en una de sus grandes noches en Estados Unidos


Cuando a finales de este mes comience la tercera temporada de And Just Like That, sabremos si Carrie Bradshaw continúa su relación con Aidan, el novio guadianesco que compitió con el eterno Mister Big por el corazón de la columnista y cuyo retorno fue uno de los grandes alicientes de la última tanda de capítulos de la continuación de Sexo en Nueva York. En la lista de amores de Carrie hubo muchos nombres. Aunque la mayoría fueron efímeros, uno estuvo a punto de hacer mella hasta en el título de la serie. Era Alexander Petrovsky, también conocido como “el ruso”, que llevó a la protagonista a mudarse a París. Le dio vida Mijail Baryshnikov (Riga, 77 años), uno de los mejores bailarines de la historia. Un referente surgido del prestigioso ballet Kirov. “El bailarín perfecto” según Clive Barnes, crítico de danza del The New York Times.
Al letón le divierte que le conozca gente que jamás le ha visto bailar. “Al menos recuerdan algo, aunque en realidad no recuerdan mi verdadero nombre. Dicen: ¡ah, es Alexander Petrovsky!” confesó a The Guardian. Dice que los seguidores de Sexo en Nueva York le paran más en la calle que los fans de cualquier otra cosa que haya hecho. “Es irónico que haya trabajado en teatro durante 40 o 50 años y que te recuerden por esa serie de televisión. Así es Estados Unidos”. Pero está agradecido por esa inyección de popularidad. “Pensé que estaría allí un par de meses y haría un par de episodios, pero luego me pidieron que me quedara un año. Fue muy divertido”.


No era su primera incursión en el audiovisual. Al margen de sus aclamados especiales televisivos de ballet que le han hecho ganar dos premios Emmy, ha sido nominado al Oscar al mejor actor secundario (por Paso decisivo). También sabía lo que era el acoso de la prensa. En los setenta se hizo famoso en Estados Unidos tras su cinematográfica deserción de la Unión Soviética, aunque a él no le gusta usar esa palabra. “Soy un selector, no un desertor. Son las primeras frases en inglés que aprendí. Elegí otro país. Yo era simplemente una persona normal que quería cambiar sus condiciones de vida. Elegí un nuevo lugar para vivir. En mi caso fue tan natural como mudarme de Riga a San Petersburgo”. Estados Unidos se rindió a su talento. Se convirtió en uno de los famosos favoritos de la noche de Nueva York y su romance con Jessica Lange le llevó a todas las portadas de la prensa rosa.
Una vida bailada
Baryshnikov nació en Riga, Letonia. Su padre era un militar estricto al que no se sentía muy apegado y su madre una modista que se suicidó cuando él tenía 12 años. Ella amaba el arte y le inculcó el gusto por el ballet. A los siete empezó a bailar y a los 16 se puso bajo las órdenes de Alexander Pushkin, uno de los más grandes maestros de ballet de la Unión Soviética, y a los 19 se unió al Ballet Kirov del Teatro Mariinsky, el más prestigioso junto con el legendario Bolshoi. Con su apenas 1,65 de altura, más bajo que una bailarina en puntas, parecía destinado a papeles secundarios, al menos en el rígido sistema soviético. Sus giras por el extranjero le hicieron plantearse que tal vez no estaba en el mejor lugar para desarrollar su arte. Sentía que no encajaba en el estricto orden y la convencionalidad de la escuela soviética y empezó a plantearse que su lugar no era aquel. No era un asunto político, era artístico. No sería el primero que abandonaba su país: en los sesenta Nureyev había pedido asilo en París y diez años después Natalia Makarova no volvió a la Unión Soviética tras una actuar en Londres. Tampoco fue el último: Alexander Godunov el primer bailarín del Bolshoi protagonizó una sonada deserción a Estados Unidos.
Siempre ha afirmado que no fue una fuga planeada, sino impulsiva. “En Rusia nunca fui un disidente político. Era un funcionario. El Kirov estaba financiado por el gobierno. Tenía todos los privilegios y bienes materiales que quería: dinero suficiente, un coche, un apartamento precioso. Estaba en la élite, al lado de los hijos de ministros, pero no podía viajar al extranjero cuando quería, no podía trabajar con la gente que quería”, declaró años después a People. Con el paso de los años sí ha tenido una implicación política destacada, especialmente a raíz de la invasión de Ucrania. “Ucrania es nuestra aliada. Bailé danzas ucranianas, escuché música y cantantes ucranianos. Soy pacifista y antifascista, sin duda”, declaró a The New York Times.

Su deserción, o “selección”, no fue sencilla. Las fugas de otros bailarines habían alertado a la KGB y el marcaje era férreo. Durante una gira conjunta de las estrellas del Bolshoi y el Kirov por Canadá un grupo de amigos canadienses le ofreció ayuda. El 29 de junio de 1974, a las seis y media de la tarde, justo antes de la actuación final, Baryshnikov se reunió en Toronto con un abogado y firmó la documentación necesaria. El abogado le sugirió que no volviese al teatro, pero él no quería perjudicar a la compañía y ofreció su última actuación, aunque quienes la vieron asegura que sus manos temblaban mientras sujetaba a la bailarina.
El plan era sencillo, pero cualquier pequeño fallo podía llevarlo al traste. Cuando el telón cayese a las diez y media de la noche dos amigos le estarían esperando para llevarlo a una casa segura, allí cambiarían de coche y conducirían hasta otra casa en una zona rural. Pero un problema con el telón provocó que el espectáculo comenzase con un cuarto de hora de retraso y el fervor del público hizo que los aplausos se prolongaron más de lo habitual. Para empeorar la situación le suplicaron que asistiese a una recepción que se celebró inmediatamente después. Estaba seguro de que el retraso frustraría el plan, pero al salir del auditorio, mientras un amigo despistaba a los hombres de la KGB que le custodiaban y él evitaba a los que le suplicaban un autógrafo, corrió hacia el coche que lo esperaba y escapó.
“Fue como un thriller, con un toque cómico. Se organizó en secreto entre amigos. Yo corría, el coche de la huida nos esperaba a unas calles mientras llegaba el autobús del grupo. La KGB nos observaba. Fue realmente gracioso. Los fans me esperaban fuera de la puerta del escenario, salí y eché a correr, y ellos empezaron a correr detrás de mí para pedirme un autógrafo. Se reían, yo corría por mi vida. Fue muy emotivo”, relató a People.


“Bailarín soviético deserta en gira del Bolshoi en Canadá”, publicó The New York Times en la portada. La noticia supuso un mazazo en la Unión Soviética, interrogaron a todos sus amigos y les obligaron a escribirle cartas para incitarle a regresar. También a su padre, que en aquel momento enseñaba topografía militar en la academia de la fuerza aérea. “Sabía que los servicios de la KGB lo entrevistarían y le preguntarían si estaba involucrado y le pedirían que me escribiera una carta rogándome que volviese. No lo hizo. Debo decirle: Gracias, papá. Gracias por no ceder”. El bailarín le escribió dándole las gracias, pero su padre nunca respondió. Falleció en 1980.
Hola, América
Baryshnikov se unió al ballet nacional de Canadá, pero no tardó en trasladarse a Estados Unidos. Durante cuatro años fue el bailarín principal del American Ballet Theatre y en 1978 se fue al Ballet de la Ciudad de Nueva York. Se convirtió casi en una obsesión para un país que aún seguía inmerso en los estertores de la Guerra Fría y lo exhibía como un trofeo. La prensa lo adoraba y el cine empezaba a reclamarlo. Gustaba por su baile, pero también por su atractivo, su aparente fragilidad, su aire melancólico y sus ojos azules. Aunque él detesta que lo consideren un sex symbol. “Quienes me conocen saben que no tiene nada que ver con la realidad. No soy un mujeriego. No soy guapo, no soy alto, no soy un héroe, ni mucho menos. Y no soy un macho, así que ¿de qué va todo esto del sexo?”.
Su primera película fue Paso decisivo (1977), un drama ambientado en el mundo del ballet que protagonizó junto a Shirley MacLaine y Anne Bancroft. Consiguió una nominación como mejor actor secundario, una de las once que recibió el film de Herbert Ross, aunque no ganó ninguna. A pesar de la nominación al Oscar tardó ocho años en volver a trabajar en Hollywood. Noches de sol (1985), junto a Helen Mirren, Isabella Rossellini y Gregory Hines, contó una historia sobre bailarines y deserciones muy similar a la suya. Gustó poco a la crítica, pero mucho al público. Empezaba a disfrutar de la popularidad. Lanzó un perfume y una colección de ropa, iba a Studio 54 con Martha Graham y Andy Warhol, Liza Minnelli y Mick Jagger. Aunque asegura que no era un habitual. “Cómo iba a estar allí hasta las seis de la mañana cuando tenía que estar a las diez en clase de baile? Solo fui unas cuantas veces”.

Estaba casi desvinculado de la ficción cuando recibió la llamada de los productores de Sexo en Nueva York. Sus amigos le desaconsejaron participar, pero vio un capítulo y le gustó. “Fue un reto muy curioso”, asegura. “En televisión hay que trabajar muy rápido; cambian los textos en el último segundo, hay que improvisar frente a la cámara. Es una gran escuela. Y cuando todos estos actores viven juntos durante seis años y hacen series y series, así sin más, para ellos es como si llegaran, como si estuvieran en su personaje. Para mí fue más difícil, pero me alegro de haberlo hecho”.
Sabía lo que era estar en primera línea. A finales de los setenta su romance con la actriz Jessica Lange le había llevado a todas las portadas. Eran jóvenes, guapos y famosos. A principios de los noventa Lange contó a Vanity Fair que le conoció gracias a Milos Forman en 1976 en una fiesta organizada por el escritor y guionista Buck Henry en Hollywood. “Recuerdo verlo de pie junto a la piscina. Nunca había visto a nadie tan blanco. Era como si fuera transparente”. Declaró sobre su primer encuentro: “No sabía quién era. De hecho, lo confundí con Nuréyev. No sabía nada del mundo del ballet; desconocía por completo su increíble deserción. No tenía ni idea del alcance de su fama”.
La atracción fue inmediata y la relación duró siete años, pero sólo eran amantes, no compartían casa ni cotidianidad. “No podríamos haber vivido juntos; teníamos peleas a muerte”. Su relación no era monógama. Ella conocía su fama de mujeriego. El bailarín ha estado vinculado sentimentalmente con muchas mujeres famosas, entre ellas Ursula Andress, Liza Minnelli, Isabella Rossellini o Janine Turner, la protagonista de Doctor en Alaska, pero no le importaba. Todo cambió cuando Lange se quedó embarazada de su hija Shura y se trasladó a la casa de Baryshnikov. Pensaron que el nacimiento de su hija serviría para unirles, pero les separó definitivamente. Ella se enamoró del dramaturgo Sam Shepard, el gran amor de su vida y él se fue con la bailarina Lisa Rinehart, con quien ya mantenía una relación y con quien sigue casado y tiene tres hijos.

Tras triunfar en todos los escenarios del mundo su faceta como bailarín ya es una mera anécdota, en parte debido a las lesiones. “Abusé de mi cuerpo”, reconoce. “Llegué a ciertos extremos. Me operaron 12 veces, solo por forzarme, fui un poco tonto, pero fue interesante”. Ahora su principal ocupación es el teatro, la fotografía y Baryshnikov Arts, el centro artístico que lleva su nombre. Un nombre que lo sigue significando todo el baile. Estuvo junto a Almodóvar esta misma semana en el homenaje que le rindió el Lincoln Center de Nueva York y también, el pasado martes, fue el encargado de enviar el mensaje del Día Internacional de la Danza 2025. “Se suele decir que la danza es capaz de expresar lo indecible. La alegría, el sufrimiento y el desasosiego se hacen visibles; expresiones corpóreas de nuestra fragilidad compartida”, dijo Baryshnikov. Su fragilidad, y también su fortaleza, han llegado a millones de personas.
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