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Jóvenes que saben leer pero no logran entender los textos

Pantallas, redes sociales e inteligencia artificial, la tríada que socava la comprensión lectora de los universitarios

EXTRA FORMACIÓN 11/05/2025
Adrián Cordellat

Según datos del Programa para la Evaluación Internacional de las Competencias de la Población Adulta (PIAAC), conocido como el Informe PISA para adultos y presentado a finales de 2024, el nivel en comprensión lectora de los universitarios españoles se ha hundido en una década. Si en 2012 ese nivel alcanzó los 282 puntos, en 2023 descendió hasta los 271,9, más de 10 puntos por debajo. Estas cifras no solo sitúan a los estudiantes españoles por debajo de la media de la OCDE y de la UE en comprensión lectora, sino que para más sonrojo hay que ver cómo sus calificaciones son inferiores a las de alumnos de Bachillerato de otros países europeos como Finlandia (288), Suecia (283) u Holanda (274).

Los datos no sorprenden a la profesora de Didáctica de la Lengua de la Universidad de Málaga Elena del Pilar Jiménez Pérez, creadora de la herramienta digital EduLeo para evaluar y entrenar la competencia lectora en español. “Cuando realizamos la primera validación de la herramienta, en 2015, en la Universidad española la media era de un nivel C1. En la validación final, que realizamos en 2023, la media había descendido a un nivel B2”, explica. Tampoco pillaron por sorpresa los resultados a Margarita Isabel Asensio Pastor, docente de Didáctica de la Lengua en la Universidad de Almería: “Es una cuestión que de manera informal comentamos con preocupación entre compañeros. Vemos que existen dificultades de compresión para inferenciar, para la interpretación crítica de textos académicos, también a la hora de la síntesis de la información… Y todo eso al final acaba afectando al rendimiento académico global”.

El descenso en los niveles de comprensión lectora ha sido generalizado en todos los países analizados, así que los autores del informe PIAAC sostienen que no se puede responsabilizar a los sistemas educativos. La mirada, inevitablemente, se posa sobre las pantallas de los smartphones y sobre sus aplicaciones estrella, las redes sociales. Y es que, si algo ha cambiado entre 2012 y 2023, es la expansión imparable de pantallas y el crecimiento incesante del tiempo que les dedicamos a diario.

“No se trata de prohibirlas, es absurdo. La tecnología ha venido a quedarse y nosotros debemos evolucionar con ella. Pero lo cierto es que no estamos enseñando a usar correctamente los dispositivos electrónicos”, reflexiona Jiménez Pérez. Según Asensio Pastor, la evidencia científica apunta que leer en pantallas digitales provoca una menor retención de la información profunda en comparación con la lectura en papel, y disminuye la capacidad de inferencia, de reflexión crítica y la propia retención del contenido. “Además, el problema de usar estos dispositivos como fuente de lectura es que ofrecen muchos estímulos, enlaces que llevan de aquí hacia allá, así que la capacidad de concentración se ve dificultada”, sostiene la investigadora de la Universidad de Almería, que señala a las redes sociales como ejemplo paradigmático de esta tendencia: “Estas aplicaciones promueven los mensajes cortos, de forma que los jóvenes y no tan jóvenes nos estamos acostumbrando a lecturas mínimas, algo que dificulta la atención prolongada y el procesamiento de textos largos”. La cosa, según la experta, puede ser incluso peor con el uso cada vez más generalizado de la inteligencia artificial y de aplicaciones como ChatGTP. “Hoy en día muchos alumnos ya piden a estas herramientas que les hagan resúmenes de textos, así que leen todavía menos, de manera más rápida y parcial”, argumenta.

Para Elena del Pilar Jiménez Pérez tampoco contribuye a mejorar las cosas la forma de vida actual, el ritmo frenético que marca nuestros días. “La cultura del aquí y ahora, del estrés y la prisa, de la mal entendida multitarea, de la imagen sobre la palabra, la falta de tiempo en familia y en la naturaleza para alejarnos de la sobredosis de dopamina que envenena el cerebro. Todo eso no ayuda en absoluto”, apunta.

Ideas para mejorar

Muchas veces los malos resultados de los estudiantes universitarios en comprensión lectora son parte de una cadena que arranca desde edades tempranas, se mantiene durante la infancia y la adolescencia, y que se manifiesta en última instancia en la Universidad, cuando se tiene acceso a textos académicos más complejos y técnicos. ¿Se puede mejorar la comprensión lectora en esta última etapa y paliar de alguna forma ese déficit crónico? “Yo quiero pensar que sí se puede”, responde Margarita Isabel Asensio Pastor, quien, no obstante, reconoce que es un proceso “más difícil” que en etapas educativas anteriores.

“Tenemos que trabajar estrategias metacognitivas, como inferencia, descripción, resumen…, desarrollar programas de intervención lectora, fomentar prácticas de lectura extensa en todas las asignaturas, no solo en las de Humanidades y Educación, sino tomar conciencia de la transversalidad de lectura en todas las áreas y disciplinas. Y formar al propio profesorado universitario en estrategias de acompañamiento lector”, enumera la profesora de la Universidad de Almería, que también destaca el impacto que podrían tener los denominados como “cursos cero”, muy implantados en las carreras del ámbito científico-técnico para paliar los déficits con los que llegan muchos alumnos y conseguir que se pongan al nivel requerido. “Es importante poner al día a los alumnos desde el principio, así que con estos talleres o seminarios iniciales posiblemente podríamos facilitarles la transición a la Universidad y a las exigencias de los textos académicos”, concluye la experta.

Algo tan importante como el fútbol

“En este país carecemos de orgullo nacional más allá de los deportes”, denuncia Elena del Pilar Jiménez Pérez, que pone el ejemplo de Alemania: “En el informe PISA 2000 el estudiantado quedó por debajo de la media y el Gobierno reaccionó de inmediato, entrenó la competencia lectora donde se detectaron debilidades y a la siguiente edición subieron posiciones significativamente”. En España, sin embargo, según la investigadora, “no ocurre así”. Pero eso no quiere decir que no se pueda hacer. “Si lo hacen otros países, no se entiende que España no pueda. Simplemente es una cuestión de voluntad, como demuestran las comunidades autónomas que sí se esfuerzan en ese sentido y presentan datos por encima de la media”, añade.

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Sobre la firma

Adrián Cordellat
Escribe como colaborador en EL PAÍS desde 2016, en las secciones de Salud y Mamás&Papás. También ha colaborado puntualmente en Babelia y en la sección de Cultura, donde escribe sobre literatura infantil y juvenil. Dedica la mayor parte de su tiempo a gestionar la comunicación de sociedades médicas y científicas.
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