Ir al contenido
_
_
_
_

Daniel Figuero, perfumista: “Los jóvenes quieren oler a distancia y que dure mucho, pero te tienes que duchar en algún momento”

El psicólogo de formación pasó de trabajar en Sephora a Yves Saint Laurent, Dior y, ahora, Loewe, donde ejerce de Training Manager. También ha escrito ‘Contraperfume’, donde habla de la industria en la que trabaja y saca su lado más friki

Daniel Figuero, perfumista
Ángeles Caballero

Cuando le quedaban dos asignaturas para acabar la carrera de Psicología en la Universidad de Salamanca, Daniel Figuero (Aranda de Duero, Burgos, 45 años) se puso a trabajar para pagar el alquiler del apartamento donde vivía. “Entré en Sephora y ya no salí de ahí hasta 23 años después”, cuenta entre risas. Se dio cuenta de que mientras sus amigas solo encontraban becas y empleos mal pagados, él podía sufragar los gastos de aquel apartamento y, además, estar cerca del mundo de la cosmética, que siempre le había encantado. De Sephora pasó a Yves Saint Laurent como maquillador, luego vino Tom Ford y hace 10 años recibió la llamada de Dior para ser uno de sus formadores de perfumistas. “Está mal que yo lo diga, pero desde ahí hice un carrerón”. Lleva dos meses viviendo de nuevo en Madrid, fichado por Loewe como Training Manager. Y sigue promocionando Contraperfume (Superflua), un libro que habla de la industria en la que trabaja pero que tiene más de sí mismo.

Pregunta. No es el primer libro que escribe, pero sí el que más se parece a usted.

Respuesta. En 2020 me publicó Espasa mi primera novela, Blanco roto. Fue en febrero, antes de pandemia, y nadie compraba entonces un libro de un autor desconocido. Vamos, que mucho éxito no tuvo. Pero tiempo después contacté con Superflua y ahí empezamos a hablar de Contraperfume. Soy el primer sorprendido con el resultado.

P. ¿Por qué?

R. Al principio pensaba que sería un manual de consulta, pero luego me dije a mí mismo que todo eso está en Google, así que opté por hacer lo que me dio la gana. Hablo de películas, de (Howard Phillips) Lovecraft, mezclo las cartas de Magic con las familias olfativas... Chica, es que soy un frikazo, aquí donde me ves. Este libro soy yo. Pero aquí estoy, con la última edición agotada y a punto de sacar la siguiente.

P. De todo el mundo de la belleza, ¿qué le llevó al perfume?

R. Es algo abstracto, y la gente proyecta muchas cosas en él. Cuando entras en unos grandes almacenes, en la planta calle está maquillaje, cosmética y fragancias. Tú ves cómo queda un color de labios o tocas la textura de una crema, pero la fragancia no se ve, solo la puedes oler e interpretarla desde tu punto de vista, y eso es fascinante.

P. Yo le doy una pareja y usted me dice si bailan bien juntas: perfume y memoria.

R. Muy bien. En el cerebro, la parte que lleva la memoria y la que analiza los olores están al lado, por tanto, asociadas. El perfume es una manera embotellada de volver. Cuando olemos algo, no lo hacemos de manera independiente, vamos con una especie de mochila emocional que suma a lo que interpretamos de ese olor.

P. Perfume y salud.

R. También muy bien. Empezó como un elemento que nos comunicaba con los dioses, y en el siglo XVIII se vendían en las farmacias como ungüentos saludables. Hay hasta una composición que se llama “el vinagre de los cuatro ladrones”.

P. ¿Perdón?

R. ¿No lo conocías? Es una historia bien bonita. Cuando en Francia se extendió la peste negra había unos ladrones que entraban en las casas de los muertos a robar, hasta que les pillaron. Y les prometieron que les dejaban libres si compartían el secreto que estaban usando para no contagiarse. Llevaban una mezcla de hierbas aromáticas que ahuyentaba a las pulgas. Desde entonces se le puso este nombre y lo utilizaron los médicos en las máscaras para no enfermar. La relación entre la sanidad y el buen olor está casi desde el principio.

P. ¿Qué no sabemos de la industria del perfume?

R. Hay mucho secretismo en cuanto a las fórmulas, no hay manera de saber qué hay ahí dentro de cada frasco, pero yo he visto con estos ojos recolectar las flores y cómo se llevan a las fábricas. Hay materias primas naturales, y el discurso de que la industria del lujo las cuida es real. Por otro lado, son esencias tan caras que la cantidad que puede haber en un perfume es muy pequeña, así que no todas las marcas pueden permitírselos. Y son difíciles de imitar. Y es evidente que hay muchísimo marketing. Diría que demasiado.

P. ¿Y lo que nos hace soñar, qué?

R. Vale, pero soñar implica estar dormido, y a veces hay que despertar un poco (risas). Es increíble el poder de decisión que tienen los equipos de marketing. Es brutal, y a veces no hay justificación.

P. ¿Qué aporta un psicólogo a una marca de perfume?

R. Enseño a los equipos lo que lleva una fragancia, cómo se construye, se crea y cómo encontrar la mejor para el cliente. Para eso, tiro mucho de la psicopedagogía, de la psicología de la educación, pero no está demostrado que haya una asociación entre determinados tipos de fragancia y tipos de personalidad, aunque se tira muchísimo de ello. Es un cliché continuo, y me da muchísima rabia. Veo a gente discreta que lleva fragancias discretas y veo a gente expansiva que le encanta que su perfume huela desde aquí al barrio de El Pilar. No hay estudios científicos, pero se da.

P. ¿Es fiel a un aroma o más bien poliamoroso?

R. Digamos que soy no monógamo de los perfumes. Bueno, ni de los perfumes ni de mi vida personal. Hay que cambiar, hay mucho donde elegir. Veo, o más bien huelo, que la gente joven ahora busca mucha proyección en el perfume, van a todo trapo, quieren que se huela a distancia y que dure mucho. Y mira, cariño, te tienes que duchar en algún momento. ¿Quién quiere estar 48 horas sin ducharse y oliendo a lo mismo? ¡Nadie! Entiendo que quieras ser notado, que quieres hacer oír tu discurso, pero hay otras vías.

P. Déjeme volver a otra pareja: perfume y precio.

R. Te pongo el ejemplo de la producción de sándalo en Sri Lanka. Es una de esas cosas que se mantienen en secreto porque, como es un producto tan caro, se roba. La planta tiene que estar en una especie de guardería durante cuatro años, otros tantos en desarrollarse hasta que se puede extraer el aceite, todo con extremo cuidado. Y para el palosanto hace falta esperar nada menos que 30 años para que el árbol muera de manera natural y pueda extraerse su aceite. La gente que lo cultiva y lo recoge no sabe dónde se transforma y la gente que lo procesa no sabe de dónde viene, para mantenerlo a resguardo. Y todo precisa de un ecosistema que no lo perjudique. ¿Cómo no va a repercutir en el precio?

P. ¿Qué son las notas malas?

R. No hay olores malos per se, salvo los que nos advierten de un peligro: comida podrida, cadáveres en descomposición, algo que nos alerta. Ante el resto de aromas hay que ser un poco abiertos, y hay componentes que en principio no huelen muy bien, pero mezclados en una composición te fijan la fragancia y hacen que la composición sea fantástica. Por ejemplo, la raíz del lirio no es nada agradable, puede resultar un poco cartón mojado; o el ámbar gris, que viene del cachalote que se queda en las playas flotando, o las civetas. Son olores que huelen mal según nuestros criterios.

P. No soporta que haya perfumes para hombre y para mujer.

R. Lo odio. En tiempos de Napoleón las colonias eran unisex, la separación empezó en los años cincuenta, con el crecimiento de la publicidad. Había personas capaces de anunciar cigarrillos para niños, imagina qué tipo de personas eran, y fueron las que separaron por géneros. Empezaron con las mujeres y no solo con el perfume, también en los desodorantes. Les decían: “Tus axilas huelen mal, tus zonas íntimas también”. Eso empezó a calar y se hizo fuerte. Pero si lo piensas, en cuanto a componentes podemos llevar lo mismo. Si tú llevas rosa, yo también, no se me va a caer el pito.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ángeles Caballero
Nació en Madrid porque en Getafe, de donde se considera, no había hospital en 1976. Estudió Periodismo por vocación y ahí sigue, a pesar de todo. Ha pasado por ABC, Actualidad Económica, Qué!, El Economista, Onda Cero, Vanity Fair y El Confidencial. Fundó Ctxt. Ahora colabora en la SER, La Sexta y en EL PAÍS hace entrevistas, crónicas y columnas.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_