Una liturgia común: de la España tecnicolor de Loewe a la “ropa dura para tiempos duros” de Rick Owens
El dúo Proenza Schouler se rodea de su comunidad en su aplaudido debut mientras otras marcas independientes cultivan un fenómeno fan anónimo y colectivo

Llenar los zapatos de Jonathan Anderson es una tarea compleja, literalmente además. Quién no recuerda las rosas, y los huevos y los esmaltes de uñas que le servían al norirlandés de tacón en sandalias y zapatos que se viralizaban tan pronto pisaban la pasarela. El creador es una de las grandes cabezas de la moda actual precisamente por esa capacidad de viralizar propuestas sin perder de vista la tradición de la marca para la que trabaja.
Este viernes los Proenza Schouler, Lazaro Hernandez y Jack McCollough, han decidido tomar su propio camino en Loewe sin romper del todo con su predecesor, al fin al cabo, fue Anderson quien convirtió una marca de lujo menor en un éxito global durante los once años que estuvo trabajando en la enseña, siempre entre España, París y Londres. El desfile lo abría un estilismo con chaqueta de cuero (Loewe es eminentemente marroquinero) y un vestido color mostaza, quizá el color que más y mejor evoca el trabajo del dúo neoyorquino. Pero ahí estaban también los volúmenes de Anderson, su tratamiento técnico de los tejidos y esa estética de polo de rayas rediseñado en cada detalle, entre lo vanguardista y lo anacrónico, un poco nerd.

Los estadounidenses podían haber aliñado ese legado con dos pinceladas y echarse a dormir, pero en su currículum destaca también su faceta empresarial. Han fundado, dirigido y mantenido una marca durante 23 años, saben muy bien que si no hay creatividad no hay negocio. Su firma, Proenza Schouler, nació casi por aclamación popular en su reducido nicho de amigos, profesionales de la moda. Su primera colección ya se vendía en Barneys. Ahora, dos décadas más tarde y más de una treintena de tiendas propias después, no han querido dejarla morir ante la oportunidad de diseñar Loewe. Pero, como buenos empresarios, han nombrado a dos mujeres para encargarse ella, la CEO Shira Suveyke Snyder y la diseñadora Rachel Scott. No es muy común que los diseñadores de éxito aparquen su ego para dejar que se desarrolle de forma plena el que fuera su proyecto de vida.
A la entrada del cubo erigido en los jardines de la ciudad universitaria de París para albergar el desfile una pieza del artista de Nueva Inglaterra Ellsworth Kelly. Eran dos formas geométricas, una roja, otra amarilla. Podría ser el logo setentero de cualquier institución estatal. O incluso de Iberia. Lo que podía parecer un arranque demasiado fácil, España igual a rojo y amarillo, se transformó en una mirada a nuestro país muy particular. No hubo volantes, ni claveles, ni sombreros cordobeses ni pendientes gigantes, referencia a la que suelen acudir los diseñadores que pretenden homenajear a España. El país que imaginan McCoullough y Hernandez es más lluvioso que de secano y es más cantábrico que mediterráneo. Las alusiones directas a la pesca y el mar en parkas, cortavientos, zapatos de plástico con calcetines de neopreno se sumaban a los pantalones de rejilla, gorros de pescador y un bolso compuesto por mejillones de piel como si fuera una batea portátil. Este último, se leía como un paso más allá (quizá más literal) a aquellos bolsos que Anderson realizó junto a las redeiras gallegas durante varias temporadas.

Los bloques de color y una forma muy innovadora de aproximarse a la artesanía fueron las dos señas de identidad de Proenza Schouler durante dos décadas. Aquí su gama cromática aludía sin embargo a esa España colorista y un poco almodovariana (el director se encontraba entre el público), a la imagen de país alocado y exótico que tienen de nosotros los guiris. Pero los clichés existen por algo y la conclusión de este homenaje a España, cuna de la casa Loewe aunque ahora los diseñadores vayan a trasladar su oficina a París, era una mirada halagadora. Y como en el norte con el cambio climático cada vez llueve menos hubo vestidos toalla confeccionados en felpa. Para después de la playa pantalones cinco bolsillos con apliques de pelo y un jersey al cuello por si refresca.
En este peculiar homenaje a España no podía faltar el Amazona. El bolso insignia que Loewe lanzó en 1975 y que fue durante muchísimos años el bolso de las mujeres bien. Ahora aparece en su versión más grande, en colores más vivos y porteado con descuido. Algo que recuerda irrevocablemente a las versiones que realizó del mismo Stuart Vevers hace quince años, y que fueron un intento de conectar la tradición con las nuevas generaciones. La otra parte del éxito de Proenza Schouler, el tratamiento manual de los tejidos, se vislumbraba ahora en tops de punto endurecido y trajes de algodón arrugados que dejaban espacio de movimiento. El resultado de su debut fue ecléctico, con varias lineas a explorar y sin un concepto cerrado más allá de su visión de lo español.
Al terminar, el público los ovacionó durante largos minutos, un público al que se sumaban los rostros amigos de Proenza Schouler, como las actrices Sarah Paulson, Parker Posey o Sarah Snook. Hernández y McCollough siempre han tenido una comunidad cerrada de acólitos. Muchos de ellos, hoy sentados en las primeras filas, veían cómo el dúo había llegado por fin, y tras varios intentos de hacer que Proenza fuera una habitual del calendario parisino, a una de las grandes enseñas del viejo (y nuevo) lujo.
























































El tándem marca-celebridad lleva años siendo explotado por los grandes conglomerados con más o menos fortuna. Pero todos sabemos a estas alturas qué estrella del cine o qué cantante trabaja para cada firma de moda. Otra cosa es que la propia marca sea la estrella y, por lo que sea, eso solo lo logran los diseñadores independientes o pertenecientes a empresas de tamaño medio.
El jueves por la tarde había una decena de chavales subidos a una marquesina para ver el desfile de Rick Owens, que siempre se celebra en el patio del Palais de Tokio, precisamente porque el californiano quiere que su público lo vea. Los había también subidos a escaleras de pintor. Todos vestidos del diseñador o, los que no pueden permitírselo, tal y como se vestirían si vistieran del diseñador. Las colecciones de Owens no son siempre iguales, aunque lo parezca, pero es indiscutible que ha creado un imaginario propio que no se parece a nada. Uno que, ademas, y en contra de lo que muchos creen, está basado en la esperanza y el optimismo, pero a su manera. Los modelos bajaban las escaleras para sumergirse en el agua con armaduras que mezclaban cuero y metal y piezas de gasas grises y beiges. Los materiales y los colores recordaban al Owens del principio, el que vendía ropa ‘industrial’ en un local de West Hollywood. Él mismo lo reconocía en la nota de prensa “ropa dura para tiempos duros”, decía, y escribía acto seguido un párrafo de la canción que sonó en bucle durante su desfile: Somebody to Love de Jefferson Airplane remezclada por Suicide.

“El mundo actual puede ser implacable, un agujero negro cultural. Lo único que podemos hacer los creativos es lograr que lata el corazón de nuestros clientes”, escribía Daniel Roseberry, director creativo de Schiaparelli, en las notas que recibieron los invitados al show, celebrado en la última planta de un Museo Pompidou a punto de cerrar por reformas durante cinco años. Podría parecer que una marca como Schiaparelli, que nació ligada a las vanguardias, elegía el museo por razones obvias, pero Roseberry lo hacía por otros motivos: “La gente va ahora más a los museos y menos al cine”, explicaba, “pero porque todo se ha convertido en una especie de entretenimiento para capturar y guardar en nuestros teléfonos”. Él quería romper con esa dinámica de consumo vertiginoso de consumo cultural (ese que era inevitable que todos grabaran en sus smartphones) recreando una especie de instante único a partir de prendas que, como hacía la fundadora de la firma, van revelando detalles sorprendentes a medida que el observador las ve avanzar. No había siluetas innovadoras ni artificios espectaculares, sino un trabajo metódico para lograr habitar ese umbral entre el cuerpo vestido y el desnudo, el objeto de culto y el accesorio portátil, o la sastrería rigurosa y la prenda lúdica.
El prêt-à-porter no es el terreno natural de Schiaparelli, una marca que por definición necesita la mano artesana de la alta costura para crear prendas únicas, pero Roseberry progresa adecuadamente en este difícil reto de convertir lo artístico en comercial. Para muestra, el nutrido grupo de clientas vestidas de la enseña que acudieron al desfile. No son los clientes uniformados de Rick Owens pero se le parecen, porque si se es lo suficientemente osado como para vestir con una firma que no se parece a nada, se es para vestirla de arriba a abajo todos los días.

En el mediodía del viernes dos tribus muy distintas pero igual de entregadas se reunieron en dos extremos de París. Primero, los seguidores de la firma Issey Miyake, de nuevo en el Pompidou, y un par de horas más tarde, los fans de Vetements, en un local en obras, como suele ser habitual, en plenos Campos Elíseos. Aunque antagónicos en sus códigos estéticos, había algo en común en la manera en la que ambas troupes se entregan. Dos tipos de públicos muy diferentes, pero con algo en común: una entrega que permite que sus diseñadores puedan jugar con libertad.

Y eso hicieron Satoshi Kondo en Issey Miyake y Guram Gvasalia en Vetements. El primero partió de una pregunta etérea: ¿qué pasaría si las prendas cobraran vida?. La respuesta la plasmó en muchas declinaciones, seguramente porque serían muchas vidas, en las que trató de eliminar las jerarquías y normas que imponen los humanos. Había prendas que tomaban el control del cuerpo, convertido en objeto, como los suéteres que abrían la colección y subían revelándose por el cuello y los hombros. De fondo, sonidos de la naturaleza desarrollados por el artista libanés Tarek
Una banda sonora completamente distinta de la atronadora música que sentó el tono para Vetements. Abrió con inquietantes ladridos de perros acercándose, mientras las que se aproximaban eran dos modelos con camisetas en las que aparecían esvásticas tachadas. El provocador Gvasalia, a cargo de la marca desde 2021 (primero, tras la salida de su hermano Demna, la enseña quedó en manos de un colectivo), ha querido explorar las apariencias que esconden o transforman las prendas. Vetements es la marca en la que Demna comenzó explorando esos arquetipos que ahora ha empezado a explotar en Gucci. Guram siempre ha recogido la herencia de su hermano sin cambiar un ápice. Así que por allí desfilaron uniformes de burguesa (trajes de tweed, lunares o faldas evasé) que cuando giraban dejaban a la vista traseros, ligueros o tangas y como accesorio cabezas tapadas. Para todos excepto para el numeroso grupo de supermodelos que ha desfilado, de Karmen Kass a Natalia Vodianova, Karolina Kurkova o Cara Delevingne. Si Miyake es religión para sus clientes, una especie de liturgia serena que busca romper con los límites convencionales del vestido, Vetements es una especie de ruidoso patio de recreo para jóvenes que buscan estar en el lugar más instagrameable al que pueden acceder. Es el propio Guram el que los anima de acudir a su llamada vía redes sociales.

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