Kimôh: la prenda universal que revela lo singular
En su refugio creativo en Barcelona, la artista francosuiza Anne-Cécile Espinach ha desarrollado un universo único a partir de una prenda arquetípica que fusiona el quimono japonés y la sastrería masculina. “Con el mismo diseño puedes ir a trabajar, a una cena distendida o a una boda elegante”

“¿Cómo estás, chérie? ¿Puedo ofrecerte una copa de cava?”. Las maneras de Anne-Cécile Espinach (Basilea, 50 años) desprenden una elegancia y una amabilidad genuinas. Hay quien nace con el don de hacer sentir cómodo a su interlocutor. Hija de un padre músico y una madre profesora, Espinach se crio en la Suiza alemana hasta que se mudó a Toulouse, en el sur de Francia, para estudiar Bellas Artes y luego dedicarse a la escenografía y las instalaciones textiles. Afincada en Barcelona desde hace dos décadas, habla cinco idiomas, toca el violín y siente pasión por los tejidos y la danza contemporánea.
En el barrio barcelonés del Born, en un tercer piso sin ascensor, está su refugio creativo. El lugar dice mucho de ella, sobre todo algunos objetos del salón: la cristalería vintage en verde esmeralda, la jarra de cerámica en forma de loro, la fotografía en blanco y negro de su abuela Esther —una modista de origen catalán nacida en Argentina—, un póster del Liceu tan antiguo como las revistas de moda que se apilan en un rincón, la cortina con un sutil estampado de palmeras o los ramos de flores naturales. Al fondo, se entrevé su taller y, justo al lado del salón, está el showroom en el que exhibe sus diseños. “¿Seguro que no te apetece una copa?”, repite. Es un viernes por la tarde, hace calor y en el ofrecimiento se intuye algo de ritual. Así que… ¿por qué no?
Espinach está acostumbrada a este tête à tête con la clientela que quiere un kimôh. Esta es la palabra mágica. Dos sílabas que dan nombre a su marca y que también definen un arquetipo de prenda, una fusión entre el quimono japonés y la sastrería masculina. “Todo esto no surge de una abstracción, Kimôh es la cristalización de mucho trabajo previo. Es una prenda que, sobre todo, acompaña al cuerpo en su movimiento. De hecho, lo veo como un punto de partida que me permite seguir interactuando con más personas y más contextos sin perder mi estilo”, asegura. En las barras del showroom cuelgan medio centenar de modelos confeccionados con diferentes tejidos: el Little Black Kimôh de lana fría que le quita el sitio a la clásica americana negra; el esmoquin en blanco para una alfombra roja; unas rayas diplomáticas para un look más dandy; unos flecos rosados que anticipan las noches de verano… Pero no vale con ir pasando las perchas. Espinach te invita a que te dejes envolver por los kimôh. Y una acaba sintiéndose como Elsa Schiaparelli la primera vez que pisó el atelier Paul Poiret y se probó las prendas ante el espejo bajo la atenta mirada del modisto. Le cuento la anécdota y Espinach sonríe: “Lo que puedo decirte es que el sastre que cose mis kimôh, que es un señor con mucha experiencia, me confesó que al terminar mi primer encargo se los probó y que le quedaban muy bien. Creo que no hay mejor cumplido”.

“Chez Kimôh”, que es como Espinach se refiere en petit comité a su estudio-showroom, es un ecosistema con sus propias reglas. Empezando por las prendas que le dan nombre. “Un kimôh no viene marcado por ninguna tendencia. Por eso es una prenda tan práctica y versátil: con el mismo diseño puedes ir a trabajar, a una cena distendida o a una boda elegante. Es una prenda que juega con los códigos de la formalidad y esto le permite adaptarse a muchas situaciones. Es camaleónico”, resume. De hecho, su clientela es tan versátil como la propia prenda, que no suele tener ni talla ni género. “Hay parejas que hasta comparten sus kimôh”, asegura. También ha vestido a novias, a novios e, incluso, a ambos contrayentes. Y, por descontado, tanto a hombres como a mujeres que buscan algo especial. “Cuando pienso en la capacidad de Kimôh de entrar en vidas tan diferentes me siento muy orgullosa. Para mí la inclusividad es vital. Y no lo digo por decir. Siempre me ha costado encontrar mi sitio, es una herida que aún estoy sanando. Así que hacer una prenda tan inclusiva es una especie de contrapropuesta para que nadie sienta esta sensación de estar fuera de lugar”. Y con esta sutil confesión todo toma sentido: el kimôh como una segunda piel que embellece, pero también como un escudo que protege.
A pesar de tener el showroom lleno de prendas listas para llevar —y una web con una selección de piezas únicas—, el método de funcionamiento de la marca está muy alejado de la producción en masa. “También trabajo con cierta exclusividad. Me gusta la atención personalizada, escuchar a la persona que busca un kimôh, enseñarle todas las opciones de tejidos, hacer todo este proceso juntos, ya sea una cantante de ópera, un DJ, una abogada o un científico. No hay momento más emocionante que cuando hago una entrega. Siempre digo que un kimôh es una prenda universal que revela lo singular, un lienzo en blanco que abraza a todos los cuerpos”, explica. También es una prenda con muchas vidas. “Hace poco vino una clienta a la que le hice un kimôh transparente y un vestido largo con cuello esmoquin para su boda. Como se ha divorciado, quería transformar el vestido: lo cortamos y de la tela sobrante hicimos otro kimôh reversible. Queríamos cambiar el significado de la prenda sin renunciar a ella. Y lo conseguimos porque Kimôh es un sistema que te permite jugar con los tejidos, los volúmenes y las superposiciones”.

A Espinach, además de vestir personas, le gusta indagar en la relación entre el cuerpo y el espacio. “Me emocioné cuando Antonio Ruz me dijo que el vestuario que le diseñé para la obra Presente, que estrenó en los Teatros del Canal de Madrid, era un personaje más de la dramaturgia”, recuerda. Una puesta en escena en la que no faltó la versión más escénica y rutilante del kimôh. Esta prenda siempre es el elemento de partida de sus proyectos, ya sean las intervenciones artísticas en el Festival de Artes Escénicas de Ginebra o para una colaboración puntual con la pintora y escultora Carla Cascales Alimbau o con la marca de joyería nupcial Supertocadas. “Me gusta integrar el kimôh y proponer sus diferentes versiones en contextos variados. Es una especie de transmisor entre el cuerpo y el espacio”, asegura Espinach, que ya se encuentra inmersa en otro proyecto: “El estudio Lita B Architects, para el que he diseñado el vestuario corporativo, me acaba de encargar el concepto textil de un hotel rural en La Puglia italiana: las cortinas, los cojines, la versión albornoz del kimôh… Es una línea que me gustaría explorar en hoteles boutique de aquí, como Casa Bonay. Y puestos a soñar, me encantaría ver un kimôh en algún interiorismo de Lázaro Rosa-Violan o en alguna colaboración con las joyas de Andrés Gallardo, los perfumes de Arquinesia o las gafas de Etnia Barcelona. ¡Se me ocurren tantas ideas para ellos!”, exclama mientras miles de burbujas colisionan dentro de una refinada copa de cristal. “Ah, les petits bruits sympathiques…”, susurra. Así suena Chez Kimôh, una cajita mágica llena de belleza, pinceladas de nostalgia y savoir faire.

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