Thomas Thwaites, el hombre que fue cabra y no quiere herir a nadie
El diseñador británico expone en Barcelona una pieza que reflexiona sobre las contradicciones de intentar ser sostenibles mientras trata de construir un “coche inofensivo”


Hay algo de valentía en diseñar un objeto que no sirve para nada, que está desprovisto de la utilidad, la estética y de la orientación para solucionar un problema —las finalidades últimas del diseño industrial—. Hay algo de valentía, o de inconsciencia y locura, dirán algunos: ¿sigue siendo un objeto de diseño algo que no cumple ninguna función? ¿O estamos ante algo más importante, una manifestación de las preguntas, en crudo y abiertas en canal, que se ha hecho el diseñador durante el proceso y que deja ante la vista de todos para la reflexión? En la obra del diseñador británico Thomas Thwaites (Londres, 45 años) hacer de las preguntas materia es casi una necesidad. Thwaites estudió Economía y Biología en la capital británica y, a finales de la década de los 2000, decidió hacerse una pregunta: ¿Puede alguien por sí mismo construir un objeto de consumo de cero, prescindiendo de todas las cadenas de suministro globales y de las dinámicas del capitalismo? La respuesta, que en realidad no importa, es que es imposible.
Lo probó con una tostadora. Durante nueve meses, fue a minas abandonadas de Inglaterra a por los materiales, hizo una fundición en el patio trasero de la casa de su madre, llevó a cabo todos los procesos de fabricación para las 404 partes que tiene el electrodoméstico... Y terminó creando un objeto extraño y horrendo, a la vez que bonito, y que no servía: podía tostar pan, sí, pero lo chamuscaba todas las veces, y había costado 250 veces más que una tostadora de la tienda.
“Me sentía incómodo con la certeza de que vivíamos en un mundo no sostenible, y fue una manera de preguntarme si podía haber una solución totalmente local. Acabó saliendo un objeto ridículo, muy caro. Y me quedé pensando en cómo tendríamos que vivir, o si las cosas deberían ser más caras”, dice Thwaites sentado en un banco de los jardines del Palau Robert, en Barcelona. En este espacio, la fundación Mobile World Capital ha inaugurado una exposición Simbiòpolis (hasta el 31 de agosto), donde las obras de varios artistas invitan a la reflexión sobre la naturaleza, el ser humano y la tecnología. Thwaites expone una instalación de vídeo que hizo en 2016, donde, bajo un tono que recuerda al falso documental y aporta cierta ironía, entrevista a diferentes personas —el responsable de sostenibilidad de Ikea, un granjero neorural o un defensor de los coches eléctricos de Tesla— para abrir cuestiones sobre la posibilidad de ser sostenibles o la responsabilidad que tiene cada uno en el desastre climático. “Esta pieza es muy directa, gracias a las entrevistas, pero en todos mis proyectos me pregunto cosas parecidas sobre un tema que me parece muy complejo”, apunta durante la conversación con EL PAÍS.

De la tostadora, el diseñador se llevó una valiosa y costosa lección: “Todos los materiales y la historia de la civilización se pueden encontrar en una tostadora. Me reveló esta complejidad tan loca del mundo en el que vivimos”. Quizá por este cansancio abrumador de ser humano, años después, en 2016, decidió tomarse unas vacaciones de la especie. Diseñó unas prótesis para brazos y piernas (¿patas?) que funcionaban como un exoesqueleto, se hizo un casco, consultó con un nutricionista por si podía vivir a base de hierba (le dijo que no) y se fue a vivir como una cabra, entre cabras, durante una semana. Explica que fue agotador estar con ellas, que se le acercaban y le trataban casi como a una más. Pero sentir la naturaleza de la forma más radical fue a la vez también revelador. “Con el diseño de estos proyectos u objetos quizá no consigo una respuesta, pero logro más claridad”, sostiene. Su semana como cabra lo puso bajo los focos, escribió su segundo libro y ganó el premio satírico Ig Noble Prize, que reconoce los proyectos que acercan el público a la investigación científica a través del humor.

Su obsesión es salir del bucle depresivo que genera el cambio climático. “El desastre climático es aburrido y triste, porque ya sabemos qué ocurrirá. Hacer objetos me permite combinar lo cotidiano y mundano con esta película lenta que terminará fatal”, dice Thwaites. El diseño es parte del problema —es consumismo, gasto, comercio y transporte—, pero también es parte de la solución: “El diseño permite abrir discusiones y debates, intentar hacerlo mejor”.
El proyecto en el que trabaja ahora intenta precisamente hacerlo mejor, radicalmente mejor. Tanto, que vuelve a ser imposible. “Desde los setenta se discute sobre cómo el diseño puede incluir lo no humano. Llevamos años hablando de esto, pero tenemos de todas formas desastres climáticos. Quizá el diseño ha fallado en intentar hacer las cosas mejor, y simplemente hay que hacer algo que no sea malo o que no genere más problemas. ¡Pero hasta hacer eso es imposible!”, dice Thwaites, quien mientras habla mira a las nubes y se mesa los cabellos.

De este planteamiento salió el proyecto Harmless car (coche inofensivo), un vehículo que está intentando hacer con materiales que no generen emisiones y que no dañen a ningún ser vivo. Por ejemplo, tiene unos grandes neumáticos con una presión muy baja que si pasan por encima de un caracol no lo aplastan. El coche, obviamente, no sirve para nada. “Tenemos que afrontar la idea de que si intentamos hacer algo mejor, será peor para alguien, ya sea en el presente o en el futuro. Es el desafío de saber que no puedes no hacer daño, y por lo tanto tienes que decidir a quién se lo haces”, apunta. Beneficio y daño son dos caras de la misma moneda, “y esto conecta la decisión del diseño con las desigualdades, con quién tiene que pagar el daño”. Muchas preguntas para un coche que no va a ninguna parte.
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