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Tres planes baratos para volver a la rutina: una heladería libanesa con una misión, un tardeo muy madrileño y un matcha japonés

La heladería Fré, Josefita Bar y Panda son tres locales que son tendencia en la ciudad

El local de Panda en la calle Viriato, en una imagen cedida.
Lucía Franco

Vuelta al cole, pero con cucharita, vino o matcha. Llega septiembre a Madrid, lo que quiere decir que vuelve el despertador, vuelven los correos sin responder y vuelve el propósito colectivo de organizarse. Pero también es el mes en el que la ciudad se vacía un poco de turistas y los planes pequeños, baratos y bien pensados recuperan protagonismo. Una merienda japonesa, un vino en barra o un helado libanés pueden ser la forma más amable de volver a la rutina sin que duela (demasiado) el bolsillo.

En Malasaña, Fré propone una cucharada de Beirut con sabores poco comunes y un manifiesto antihelados de polvo. En la calle Valverde, Josefita devuelve a la vida un antiguo local con alma de abuela, escabeche y vasos Duralex. Y en Chamberí, Panda Coffee sigue demostrando que el matcha sabe mejor cuando lo acompaña un desayuno hecho desde cero y un poco de silencio. Tres paradas sin pretensiones, con historia propia y un punto de consuelo.

Una cucharada de Beirut en Malasaña

Madrid no necesitaba otra heladería, pero quizás sí necesitaba Fré (Calle Arcipreste de Hita, 14). Situado en un barrio saturado de cucuruchos insípidos y fórmulas repetidas, esta pequeña esquina libanesa llegó con una declaración de intenciones: “Helado real, audaz y fresco”.

El helado de Fré, en una imagen cedida

Sus fundadores, Jorge Ruiz y Laura Tejedor, aterrizaron desde el Líbano con una idea clara. “Cuando llegamos a Madrid, nos sorprendió ver tantos lugares que ofrecían helados de baja calidad y ya vistos. Bases en polvo. Sabores artificiales. Cucuruchos endebles. Sabíamos que Madrid merecía algo mejor”. Así nació Fré, un juego con la palabra francesa frais, que significa fresco, pero también un acrónimo con trampa: F de fresco, R de real y É de elevado.

Aquí se sirven sabores poco habituales: ashta con agua de azahar, pistacho de Bronte, vainilla de Tahití o dulces de pastelería libanesa hechos en su propio obrador. Todo bajo una lógica clara: “Nada falso, nunca”.

En solo un mes, dicen, el público les ha respondido con entusiasmo. “Se nota que la gente aprecia probar cosas nuevas y busca calidad. Las valoraciones lo reflejan”. Sin reservas ni pretensiones, con un ticket medio de 4 euros y horario de 11.00 a 23.00, Fré propone algo más que un helado. “Es una cucharada extra de lo que somos: hospitalidad libanesa y amor por el detalle”, cuentan sus creadores.

Donde Duralex y escabeche cuentan historias

No todos los bares abren con nombre de abuela y con muebles esperando en un trastero su momento de volver. Josefita Bar (Calle de Valverde, 42) no nació de una moda, sino de un regreso: “Este fue el local donde abrimos por primera vez La Gloria, y cuando decidimos recuperarlo, supe que tenía que llamarse como me llamaba mi abuela cuando era niña”, asegura su dueña, Sol Pérez.

El nombre no es solo un guiño. Está por todas partes: en los tapices que recuerdan al salón familiar, en las paredes llenas de vasos Duralex y en un abecedario enmarcado que su abuela le regaló al cumplir los 18. “Fue entonces cuando decidió empezar a llamarme por mi nombre”, cuenta Pérez.

Josefita abrió sus puertas en septiembre de 2020, en plena pandemia. “El barrio se volcó con nosotros desde el principio. Fue duro, pero lo recuerdo con emoción”, dice Pérez. Desde entonces, este bar entre Malasaña y los cines de Gran Vía se ha vuelto un lugar para el tardeo que no necesita demasiadas excusas. Un vino (la carta está llena de proyectos personales de bodegas pequeñas), una charla post película y algo de picoteo con alma: sin reinterpretaciones forzadas, pero con un escabeche como guiño a la cocina familiar. “Me encanta cuando alguien entra y dice: esto también estaba en casa de mi abuela”. Madrid cambia, pero Josefita recuerda.

Matcha, algodón y memoria japonesa

Panda Patisserie (Calle de Viriato, 31) no es el típico sitio de matcha. Es más bien una cápsula: de Japón, de dulzura y de una forma de entender la pausa. Abierta desde 2015, fue la primera pastelería japonesa de Madrid. “Tras vivir en Japón, vi que no era posible tomar un matcha latte con un dorayaki o un mochi artesanal aquí, y decidí emprender la aventura”, dice su fundador, Borja Gracia.

En su local de la calle Viriato conviven un obrador y una cafetería sin artificios, donde el pan de molde japonés —el célebre shokupan— convive con pancakes de soufflé, helado kakigori, cheesecakes de algodón o bizcochos con flor de cerezo. Todo hecho a mano, a diario. “Tenemos un equipo que madruga cada mañana para hacer de cero todos nuestros productos. Es nuestra forma de resistir a la industria del artesanal de mentira”, asegura Gracia.

El público primero fue curioso, pero hoy es devoto, dice su fundador: “Fuimos los primeros en traer muchas de estas recetas a España. Algunas se viralizaron”. Aunque preferían un ritmo más sereno, supieron adaptarse sin perder la esencia. El plan recomendado: desayuno con shokupan, paseo por la plaza de Olavide y cine en el barrio. En un Madrid saturado de cafés de especialidad, aquí optan por un matcha que traslada a sus visitantes a Japón.

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Sobre la firma

Lucía Franco
Es reportera de la sección de Madrid. Anteriormente trabajó en EL PAÍS Colombia y en El Confidencial. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Javeriana de Bogotá y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y EL PAÍS. Ha recibido el Premio APM al Periodista Joven del Año 2021.
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