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La fiesta latina de los 15 años empieza a contagiar a las madrileñas: vestirse de princesas y bailar un vals

Importada por la población migrante, la celebración causa furor entre las adolescentes mientras mueve cada vez más dinero

Johanna posa con su vestido de fiesta de quinceañera en el parque del Retiro, en Madrid.
Lucía Franco

No importa el calor. Tampoco las miradas de unos turistas que, extrañados, se preguntan qué hace una adolescente vestida de princesa en mitad del parque de El Retiro. Los padres, orgullosos, observan a la joven posar ante un fotógrafo contratado para la ocasión. Todo debe ser perfecto. O, al menos, parecerlo. Ellos, de traje y corbata; ellas, con largos vestidos. La protagonista brilla con luz propia, casi literalmente, gracias a la abundante brillantina. Padre y hermanos actúan como convidados de piedra, mientras madre y hermana dan indicaciones al esforzado fotógrafo, que trata de que el calor, bajo un sol de justicia, no arruine todo el trabajo.

En la cultura latinoamericana, la fiesta de los 15 años, reservada exclusivamente para ellas, es un rito de tránsito con el que las familias reconocen la entrada de la joven en la vida adulta. Poco importa que la mayoría de edad legal se alcance a los 18: al cambiar unos zapatos planos por otros de tacón —acto central de la celebración—, el padre simboliza el reconocimiento de su hija como mujer. En el camino, una fiesta rosa llena de purpurina y bachata sirve también como marca de estatus social. Arraigada desde hace siglos en Latinoamérica, la fiesta ha cruzado el Atlántico y empieza a conquistar a las adolescentes españolas.

“Cada año las niñas piden cosas más elaboradas. Copian los colores de moda, los cortes que ven en redes, eligen fotos con referencias de TikTok”, explica María Carolina Triviño Salazar, la directora de Seremos Latinas, una empresa especializada en eventos de quince (años). Su clientela es mayoritariamente hondureña y paraguaya, aunque este año ha notado un aumento de madrileñas. “De más de 30 eventos, 10 han sido para españolas. Y siempre empiezan igual: vinieron a una fiesta de 15 como invitadas de sus amigas latinas y se encapricharon”.

Johanna posa con su vestido de fiesta de quinceañera en el parque del Retiro, en Madrid.

Ana Rodríguez, maestra madrileña de 50 años, nunca había oído hablar de la fiesta de los 15. Fue su hija Isabel, influenciada por su grupo de amigas y por los vídeos que veía en TikTok, quien un día le soltó: “Mamá, quiero la fiesta de mis 15”.

“¿Tus 15 qué?”, le respondió ella, desconcertada. Pero bastó con asistir a la celebración de Andrea, la mejor amiga de su hija, para rendirse a la emoción. Isabel no solo quería el vestido de princesa, también la muñeca vestida igual, el vals con su padre, la sesión de fotos en El Retiro y una corte de chambelanes (acompañantes) que ensayó durante semanas.

 “Yo, que la crie sin cuentos de hadas, de pronto la vi queriendo ser una princesa”, cuenta Rodríguez. Dice que su hija nunca se planteó que fuera una tradición latina: “Es como Halloween o Papá Noel, no se preguntan de dónde viene, simplemente quieren celebrarlo porque lo ven a su alrededor”. Rodríguez cuenta que ahora todas las amigas españolas de Pozuelo, donde viven, quieren su propia fiesta y no hablan de otra cosa más que de sus vestidos. “De todas las cosas que importamos, esta es de las que más vale la pena”.

El fotógrafo Sergio Saavedra, boliviano de 42 años, es fundador de la empresa Quince Pic Vestidos. Saavedra empezó como fotógrafo de bodas, pero tras la pandemia se especializó en sesiones de quinceañeras. La demanda crecía y muchas madres latinas le preguntaban si también alquilaba vestidos. En 2023, junto a su esposa, la hondureña Joana Rodríguez, decidió importar ocho modelos desde México y atender a las clientas en el salón de su casa. Comenzaron así: una niña se probaba el vestido en la sala y otra posaba en El Retiro. Hoy su empresa cuenta con más de 70 modelos, tiendas en Madrid y Málaga, y una media de tres o cuatro alquileres semanales. “Los padres españoles no entienden nada, pero sus hijas lo tienen claro: quieren fotos de 15, como sus amigas latinas. El otro día, un padre me dijo: ‘Esto va a ser como Halloween. Antes nadie lo celebraba y ahora lo hace todo el mundo’”.

Solo hay algo que brilla más que la protagonista: el vestido. Siempre voluminoso, pomposo, con lazos, tiaras, escotes palabra de honor, guantes, capas y abundante purpurina. “Los vestidos los importamos desde México o Estados Unidos y se ajustan a las tendencias estéticas del momento”, explica Saavedra.

La directora de Evento Love, Nancy Barbuzano, explica que su empresa organiza entre ocho y diez fiestas al año, con presupuestos que oscilan entre los 1.000 y los 3.000 euros. “Es algo muy emocional. Muchas clientas me dicen que esto lo hacen por ellas, porque sus padres no pudieron dárselo”.

En Leganés, Irene López también pidió su fiesta. Creció rodeada de costumbres madrileñas, pero quiso cumplir 15 vestida de gala. No fue una decisión inmediata. Hasta los 14 años, apenas conocía la tradición. Todo cambió el día que asistió a la fiesta de una amiga. Salió de allí convencida: quería ser princesa por una noche.

Su madre, Sandra, colombiana, entendió el deseo de inmediato: “Para mí, mi fiesta fue como casarme. Es el recuerdo más bonito que tengo”, dice. Juntas prepararon todo durante un año. La celebración fue en el campo, con familiares y una corte de amigos de Irene.“ Había una emoción colectiva, un respeto que no ves en muchas fiestas de adolescentes”, recuerda Javier Muñoz, uno de los invitados. La experiencia dejó huella. “En el grupo de WhatsApp de los padres no parábamos de mandarnos fotos al día siguiente. Todos querían repetir”.

Johanna posa con su vestido de fiesta de quinceañera en el parque del Retiro, en Madrid.

Pablo Nieto y María del Amor son los fundadores de Vestidos 15, una de las empresas pioneras en fiestas de quinceañera en España. Él es madrileño; ella, mexicana. Se conocieron en México y regresaron a Madrid con una maleta de vestidos brillantes y una idea improbable: traer una tradición profundamente latinoamericana a una ciudad donde nadie la conocía.

Ocho años después, su negocio cuenta con tiendas en Madrid, Barcelona y Valencia, un estudio de fotografía propio, una línea de envíos a toda Europa y un canal en YouTube con formato reality sobre celebraciones reales. “Al principio nadie entendía nada. Nos decían que aquí esta fiesta no pega, pero ahora muchas niñas españolas vienen inspiradas por sus amigas latinas. Quieren el vestido, las fotos y, sobre todo, la experiencia de sentirse celebradas”, dice Nieto.

Cada semana escucha historias que, dice, le cambian la mirada. Como la de una madre venezolana que dudaba entre emigrar o quedarse. Su hija no quería dejar Caracas porque allí iba a cumplir los 15. Al descubrir que podía celebrarlos en Madrid, tomaron la decisión. “Nos lo contó mientras hacíamos las fotos. Fue muy emocionante”, recuerda Nieto. O la de una madrileña que organizó una fiesta en homenaje a su mejor amiga colombiana, fallecida en un accidente. “No sabía nada del ritual. Solo quería hacerlo como ella lo habría querido”.

El auge, sostiene, no es casual. Tiene que ver con la migración, sí, pero también con el deseo de pertenecer y con el hecho de que los jóvenes no miran el pasaporte a la hora de trabar amistad. “Las niñas latinas no quieren renunciar a lo suyo y las españolas no quieren quedarse fuera. La fiesta se ha vuelto un puente. Ya no es solo una tradición migrante, sino una forma de estar en Madrid sin olvidar de dónde vienen”.

Una fiesta milenaria

La tradición hunde sus raíces en culturas prehispánicas como la mexicana y otras civilizaciones mesoamericanas y fue reinterpretada por el catolicismo durante la colonización. Con el tiempo, se añadieron misas, rosarios y ritos cristianos que simbolizan el paso de niña a mujer. Aunque el fondo común se mantiene, los rituales varían según el país. En México, por ejemplo, la ceremonia empieza con una misa de acción de gracias y continúa con el cambio de zapatillas por tacones, el uso de una corona y la entrega de la última muñeca como símbolo del fin de la infancia. En Cuba, se baila un vals con el padre y otras 14 parejas, se apagan 14 velas y se entregan 14 rosas.

En Colombia, Perú y Venezuela los rituales incluyen misa, cambio de calzado, entrega de velas a personas significativas, coreografías con música tropical y un brindis con el padre. En Honduras y Paraguay se suman la entrada solemne, la entrega de una muñeca, un ramo y una corona y en ocasiones una coreografía grupal. En Argentina y Uruguay predominan los elementos europeos, como el vals familiar y la entrega de 15 velas o rosas. Y en Ecuador se añade un detalle singular: el reparto de ligas entre amigas solteras, como en las bodas. Pese a las diferencias, el esfuerzo es común: muchas familias ahorran durante meses o años para costear esta celebración o al menos para pagar una sesión de fotos como recuerdo de vida.

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Sobre la firma

Lucía Franco
Es periodista de la edición de El PAÍS en Colombia. Anteriormente colaboró en EL PAÍS Madrid y El Confidencial en España. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Javeriana de Bogotá y máster de periodismo UAM-EL PAÍS. Ha recibido el Premio APM al Periodista Joven del Año 2021.
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