Cuando Calypo Fado se quedó “a las puertas de la catástrofe”
Esta urbanización de 2.000 chalés entre Navalcarnero y Casarrubios del Monte es una de las zonas más afectadas por el incendio originado en Méntrida la tarde del jueves

—¡Abuelito, abuelito! ¡Que se nos quema Calypo!
El “abuelito” Alonso Hervás, de 78 años, se levantó del sillón con el móvil en la mano, dejando a su nieto casi con la palabra en la boca. A Hervás había algo que no le cuadraba desde hacía un rato. Llegó a la ventana del salón y se asomó al horizonte mientras, por el celular, todavía se escuchaba la voz de “su chaval” preguntándole qué era exactamente lo que veía. Hervás llevaba al menos media hora oliendo a quemado y otro tanto un poco extrañado porque, de pronto, en un día de sol radiante, se hubiera nublado.
Desde el ventanal percibió unas nubes negras que se desplazaban veloces. Era el humo del incendio de Méntrida. Diez minutos más tarde, Alonso Hervás regresó al cristal y entonces sí, se dio cuenta de que el 17 de julio sería un día que no olvidaría. Las llamas estaban a 50 metros, a punto de saltar a la casa de enfrente, esa que le separa del bosque y el campo abierto de Calypo Fado, una urbanización perteneciente a Navalcarnero (Madrid) y Casarrubios del Monte (Toledo) con 2.000 chalés y unos 6.000 vecinos. “Estábamos a las puertas de la catástrofe”, dice Hervás. “No eran cuatro chispitas. ¡Era el fuego!”, exclama.
La tarde de este viernes, según ha informado el Gobierno madrileño, que asumió el mando unificado, el incendio sigue “estabilizado” y perimetrado “prácticamente al 100%” tras arrasar 3.100 hectáreas de pasto y superficie agroforestal. La Unidad Militar de Emergencias (UME) se sumó también a las labores de extinción como apoyo a los bomberos de la Comunidad y de Castilla-La Mancha. En total, 30 viviendas han quedado afectadas con daños exteriores.
Con la misma bermuda de estar por casa que lleva hoy, la misma camisa de cuadros, los mismos calcetines y las mismas alpargatas, Alonso Hervás preparó la huida. No estaba solo. Tenía que reclutar a su mujer, con la que lleva siete años viviendo en el complejo, y a su hija, que está ahí de forma temporal. Faltaba algo importante: los perros. Hervás tiene en su chalé casi una jauría. Jara, Chispa, Benji y Trasto son los cuatro chuchos que alegran sus días.
Cuando Hervás ya empezaba a toser y a tener humo en los pulmones, montó a toda la tropa en su coche y se marcharon junto a más vecinos a una zona alta de Calypo Fado, desde donde seguirían el desarrollo de los acontecimientos. La noche la pasaron en un hostal de Navalcarnero que el Ayuntamiento habilitó junto a otros alojamientos para unas 50 familias que, como la suya, fueron desalojadas.
Alonso Hervás se comporta en la calle Mallorca, la más afectada de Calypo, como si fuera una paloma mensajera que va de puerta en puerta dando ánimos a sus vecinos y preguntando qué tal están. Hervás se detiene, escucha y pasa al siguiente. A Fernando García, de 58 años, le ha pillado podando “las ramas feas” de un eucalipto que plantó con esmero.
Las ramas feas son las que han quedado completamente calcinadas, es decir, la mayor parte. “El cambio climático nos ha dado una hostia con la mano abierta”, le dice García a Hervás. Ambos se encogen de hombros al ver las consecuencias, que son, sobre todo materiales, en las fachadas exteriores de las viviendas y las zonas ajardinadas. García, que ha perdido todo lo que había en su parcela, salvo una decena de esculturas romanas que han quedado casi intactas, pensó que todo “iba a ser peor”.
Cuando García iba conduciendo su camión lleno de carne y de productos perecederos por la carretera E-903 a la altura de Villena (Alicante), el hombre recibió la llamada de su vecina Mari, la de la casa de al lado. “Fernando, vuelve a casa, aunque no cuentes con ella”, le pidió ella.
Así, García dejó el camión varado en una estación de servicio y pidió un coche de alquiler. En el camino de vuelta no dejó de cambiar de emisora en busca de la última hora. Dice que llegó sin muchas esperanzas de encontrar un lugar habitable. Cuando de madrugada el incendio se perimetró y empezó a estar en fase de control, García pudo acceder a la zona. Es difícil sentir alivio ante una desgracia, a pesar de que se sepa que los daños podían haber sido mucho peores, incluso mortales.
Por eso García anda más bien resignado entre la vegetación muerta. Después de escuchar lo que le ha sucedido a los demás, se recompone: “Si no es por los bomberos, la mitad de las casas de esta calle desaparecen. El español cuando se pone, se pone. Nos quejamos siempre de todo y de todos, pero esta vez ya podemos darles gracias”.
Cincuenta metros más arriba Alonso Hervás sigue su camino, perplejo ante la única casa que ha quedado completamente calcinada tanto por fuera como por dentro. En la parcela contigua, sin embargo, parece que se obró el milagro. A Verónica Elena Sinca, de 48 años, y su hija Georgiana Sinca, de 25, las salvó el hastío de que las raíces de “la selva” de su vecino se reprodujeran de manera incontrolable en su parcela.
Hace varias semanas que comenzaron una obra para reconstruir por completo el muro que delimita un espacio de otro. Al estar empezando, lo que había a los pies de la vivienda era una mole de escombros que actuó como cortafuegos. Las llamas estaban a cinco metros, pero a las Sinca solo les llegaron fuertes soplos de calor y ceniza. La pavesa traspasó hasta otra finca baldía, que también prendió. Madre e hija lograron huir sanas y salvas.
A las cinco de la tarde del jueves, igual que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, Francisco Jiménez, de 72 años, no había comido. “Estaba con la cervecita y el pisto cuando…”, empieza a narrar. Tras contar su historia, Jiménez se afana en limpiar como buenamente puede. Él y su mujer trabajan a marchas forzadas sobre la casa, que compraron hace tres meses y en la que han invertido todos sus ahorros. Él se ocupa de la manguera y ella, del recogedor.
—¿Sabéis cómo se limpian las cenizas?
—No tenemos ni idea de fuegos. Es puro instinto. Solo sé que si me arde la casa, yo ya no tengo fuerzas para seguir. Gracias a la Virgen del Rocío, ella es la que nos ha salvado—, dice Jiménez señalando en el antebrazo un tatuaje hiperrrealista de la Blanca Paloma.
Otro foco en Maqueda
Hasta siete medios aéreos trabajan para sofocar el incendio declarado en la localidad toledanda de Maqueda, que ha pasado a situación operativa Nivel 1 por posible afección a bienes de naturaleza no forestal y humo a vías de comunicación, según informa Europa Press. El Sistema de Información de Incendios Forestales del Gobierno autonómico ha informado de que el fuego fue detectado a las 17.04 en el paraje de Valdecaños por un vigilante fijo y afecta a una superficie forestal y de matorral. En el lugar están trabajando siete medios aéreos, 10 medios terrestres, con 42 personas; un medio de dirección y coordinación, con tres personas; y 14 personas más de personal interno.
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