Ser de Madrid es no tener un lugar al que volver
Los que vienen a vivir a la capital se quedan durante unos años sabiendo que, en algún momento, se irán


Pensaba que jamás llegaría aquí, pero he llegado. Ya no tengo “el sueño de un sol y de un mar / y una vida peligrosa” que cantaban los Serú Girán. Ahora quiero estar tranquila, en paz, aburrida. Es posible que esté traicionando a mi yo de 25 años, pero no importa, que le den por saco. Ya viví el fulgor de la novedad, ya me obsesioné con El Enchufe, con Torres Blancas y con ese vídeo en el que el arquitecto Sáenz de Oiza se enfrentaba a la chapuza que había hecho en el Ruedo de Moratalaz.
Ya exprimí los vermús, las noches y las madrugadas, ya tuve trabajos precarios y alquileres altos por cuchitriles pequeños, ya vi “lo a gusto que se está en agosto en Madrid porque no hay nadie”, ya me desenamoré de los tipos en la diáspora que buscaban refugio, ya logré dormir en la línea 6 sin pasarme de estación, ya hay tres grados de separación con cualquier persona nueva que conozco, ya me despido de las amigas que se vuelven a Galicia, Asturias, Bilbao o Granada. Ya me quiero ir de Madrid, pero no puedo, porque soy de aquí. Pichi.
Hay una frase que se le atribuye a la escritora Carmen Laforet que define el espíritu de los que llegan: “Por eso me quedo, porque puedo irme”. Los migrantes se lanzan al amor sin ambages, deslumbrados por las posibilidades y el anonimato que ofrece la gran ciudad, pero cuando la pasión de los primeros años se desvanece, comienzan a surgir los roces y los problemas de convivencia propios de la cotidianeidad: la urbe es hostil, invivible, un parque de atracciones de turistas.
Las red flags (señal de advertencia o un indicio de que algo no va bien) son ahora problemas graves y nos nace un apego evitativo de manual. Nos sentimos incapaces de comprometernos en serio con Madrid. Los que vinieron buscando una Madrid moderna, descubren el cosmopaletismo y los que querían grandes eventos folclóricos, detectan que no hay historia ni pasado en el neochulapismo.
Esta semana en la que se celebra San Isidro, la capital refuerza la imagen y el relato eufórico que han ido construyendo los que no son de Madrid. No sé qué es exactamente Madrid, pero Madrid no es esto. Es posible que todo haga “¡puf!“ y que el hechizo se deshaga cuando la orquesta Maremagnum toque la última nota. Será entonces cuando me vuelva a preguntar dónde puedo ir si no tengo lugar al que volver.
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