Oído durante un paseo de 7,5 kilómetros, de la oscuridad a la luz, la tarde del apagón: “España es un país de la hostia”
Una caminata de vuelta a casa por la calle de Alcalá, la más larga de Madrid, con comentarios de todo tipo


Evitar desplazamientos innecesarios, pidieron las autoridades. Así que muchos decidimos dejar el coche en el trabajo y regresar a casa caminando. Esta es la crónica del camino de vuelta a casa en la tarde del apagón masivo. A las 18.00, la calle de Alcalá a la altura de la Quinta de los Molinos, lucía con sol y un ambiente extraño, como de cierta irrealidad. Es la calle más larga de Madrid, con 10,5 kilómetros de extensión. Este paseo, algo más corto, de 7,5 kilómetros, estaba lleno de gente que comentaba el tema del día con más o menos gracia.
―Ha sido un ataque cibernético―, dice una señora mayor.
―Sí, sí, hablan de Alemania, Holanda, Bélgica… ¡todo el mundo!―, le contesta un chico.
―¡Que no, que ha sido solo en España y Portugal!―, tercia otro.
En una óptica, tres personas tratan de cerrar la puerta automática.
Lo logran. Alegría.
―Pero ahora a ver cómo hacemos para que salgas tú―, dice una chica.
Y el que se ha quedado dentro deja de reírse.
―¿Mañana hay colegio?―, pregunta una niña de uniforme.
Dos policías a caballo y un coche custodian una ambulancia parada al lado de un camión. Puede que se trate de una incidencia normal, pero la gente la mira con el apagón en mente.
Todos los bancos del camino están ocupados. Y cada banco es una tertulia. El tema es libre.
―¿Tú crees que he echado barriga?―, le dice un hombre a una mujer mientras se sube la camiseta.
―Un poco sí―, dice ella.
La policía regula el tráfico en los grandes cruces. En las calles más pequeñas, rige una especie de acuerdo tácito entre conductores y peatones.
La báscula no funciona en la frutería:
―¿Cuánto me das por esto?―, pregunta el tendero. (Esto son dos kiwis, cuatro tomates y dos naranjas).
―Yo qué sé―, contesta la chica.
―Bueno, yo sé lo que es, pero es por saber cuánto pagarías.
―Lo tengo fácil, porque solo tengo cinco euros.
-Pues venga, dame cinco euros.
Llegando a Ventas, pasa un camión de la UME.
La M-30 está colapsada en un sentido.
Dos chicas se abrazan. Una le ha dado una rosa a la otra.
―¿Cómo está el centro?―, le pregunta un chico a un taxista.
―Pues hay calles que parecen domingo y otras, Navidad.
El abrazo de las dos chicas de la rosa todavía dura.
―Al parecer está volviendo la luz por el norte y por el sur, porque nos la están dando Francia y Marruecos―, informa un chico a sus compañeros de marquesina de autobús.
Una pareja hace recuento en tono tranquilizador:
―Tenemos dos latas, huevos, patatas, cebollas…
Una chica pregunta a otra:
―¿Tú sabes lo que funciona y lo que no en un apagón?
Algunos bares han cerrado. Otros ofrecen servicio a través de una ventana. Hay gente en las terrazas.
―Papá, esta linterna funciona girándola―, dice una chica a las puertas de una tienda.
―Vale―, contesta él.
―¿Habrá misa hoy?―, pregunta una señora a un joven cerca de la parroquia de Nuestra Señora de Covadonga.
―Seguro que sí, pero falta todavía media hora―, le contesta.
En la plaza de Manuel Becerra, centenares de personas hacen cola para coger el autobús. Las filas serpentean para no cruzarse con otras ni consigo mismas.
―¿Por qué tenemos que ir a ver a la abuela si hay apagón?―, pregunta una niña.
―Porque la abuela no es eléctrica―, le contesta su madre, provocando la risa de las personas que la rodean.
Una señora recapitula lo sucedido durante la mañana:
―El fogonazo fue a las doce y media―, les dice a dos señores.
En ese instante, un hombre con maleta pregunta a la señora:
―¿Para llegar a la estación de Méndez Álvaro?
-―Ay, madre…―, le sale a ella del alma, y se pone a explicarle en un tono de compasión.
Un hombre en un banco lee Nexus, de Harari.
―Joder, y tú y yo ahora hasta Legazpi―, le dice un amigo a otro.
La entrada principal de El Corte Inglés de Goya está repleta de gente.
―Esto debe ser un lugar de quedada o algo―, dice un señor.
―Yo creo que es porque hay sombra―, le responde su amigo.
Cada sirena de policía o de ambulancia detiene el tiempo. La gente las sigue mientras permanecen en su campo visual.
―¡Y encima mañana hay examen!―, exclama una niña en lo que parece ser el peor día de su vida.
Una pareja mira el escaparate de un concesionario de motos.
―Igual nos venía bien una para días como hoy―, le dice ella a él.
En el entorno del Retiro, empiezan a aparecer otros idiomas. También corredores que van al parque.
―Oiga, vaya usted por la acera, por favor, que no hay luz, pero sí normas―, le dice un policía local a un ciudadano despistado.
Pasada la plaza de Cibeles, un adolescente saca el móvil y consigue llamar a su padre.
―¡Papá, hemos salido a dar un paseo por Madrid y justo ha vuelto la luz!―, le dice con gran alegría.
―Creemos que ha vuelto―, le matiza la madre.
―Lo que han vuelto seguro son los datos―, añade el adolescente, que no quiere rebajar su emoción.
Más de 50 personas hacen cola ante un cajero automático.
Suenan algunos mensajes. Una chica grita de alegría cuando ve que tiene señal en el teléfono.
―Oye, que Inés va a dormir en casa. Que no hay trenes a Valladolid―, le explica a su interlocutor.
Llegando al kilómetro cero, dos chicos de unos 40 años filosofan:
―Si lo piensas, España es un país de la hostia. Con todo el lío que hay, y la gente tomando cañas―, reflexiona uno.
―Y encima el jueves es fiesta―, añade el otro.
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