Ir al contenido
_
_
_
_

Descubre en Valencia en una caja de zapatos el diario de su padre en la Guerra Civil de la que nunca habló

El hombre contaba con pluma y letra diminuta lo poco que le pasaba o lo que comía. Los ataques falangistas no son más relevantes en sus escritos que la cena o la correspondencia

Diario Guerra Civil
Fernando Miñana

“Nos lebantamos a las 8, el día nublado, pero claro, para el desayuno caté, luego me puse hacer un sobre y escribirle una carta a mi novia, pues no tuvimos correo, para la comida arroz con carne y vino, como no hay aceite lo guisan con grasa, después jugamos Izquierdo, Higon y yo algunas partidas a las damas, luego corté una bala para hacer un tubito para una mistera [mechero], a las 5 la cena garbanzos, luego encendimos el fuego y nos pusimos a charlar, a las 7 el enemigo tiró barias bombas de mano y fuego de ametralladora, pero solo fue por minutos, la noche era oscura, a las 9 nos acostamos a dormir”.

Este texto es el resumen del 25 de noviembre de 1937 que hizo el valenciano Vicente Fuster Ruiz (Meliana, 1915; Almàssera, 1999) desde el frente de la Guerra Civil en Córdoba. El soldado joven escribía minuciosamente, con pluma y tintero, con una letra diminuta y cuidada, sus quehaceres de cada jornada. Ahí contaba cada día lo poco que les pasaba o lo que comían. Los ataques del bando falangista parecen anécdotas en este diario. No son más relevantes en sus escritos que la cena o la correspondencia.

Vicente Fuster, con los diarios de su padre en su casa de Foios.

La guerra pasó, Vicente regresó a Valencia y siguió su vida. Se casó con Pilar, la novia a la que escribía, y tuvo dos hijos a los que nunca habló de aquellos 758 días en el frente con el ejército republicano. Este hombre murió en 1999. Su mujer, dos meses más tarde. Y al vaciar su domicilio, sacando la ropa de un armario, encontraron una caja de zapatos que escondía 13 libretas en las que había escrito, a modo de diario, todas sus vivencias durante la Guerra Civil.

El hijo no tuvo ánimo para leerlas: “Yo no fui nunca de preguntar y él nunca fue de contar. No recuerdo haber hablado absolutamente nada de la guerra con él”. Lo dejó aparcado durante lustros hasta que, ya en 2022, se puso a transcribir los diarios. Antes, para agilizar el trabajo, se ingenió un artilugio con una lupa incorporada y cada noche se metía en un despacho y echaba un buen rato descubriendo aquellos tiempos silenciados por su padre.

Durante aquellas noches, en la intimidad, pasando bajo la luz de un flexo las páginas de las libretas que Vicente Fuster Ruiz se fabricó entre 1937 y 1939, su hijo fue descubriendo lo que nunca hablaron. “Se explayaba más en esas hojas que en casa. Para mí ha sido muy emocionante. He descubierto cosas de mi padre que no conocía y ahora me pregunto de manera recurrente cómo pudo ser que yo no le preguntara nada”.

Aunque esos apuntes tampoco eran prolijos en detalles. “Él contaba su marchita diaria y poco más”. No encontró pinceladas ideológicas ni debates morales. Solo cotidianeidad. Tanta que llega a ser sorprendente. “A veces contaba que habían llevado a unos muertos al cementerio y la siguiente frase era que habían comido lentejas. Él no ponía ni comas y yo he querido ser fiel a lo que dejó. A mí lo que más me sorprende es que en esos años y en guerra llegara el correo hasta el frente cada día”.

Aquel soldado de la 115ª Brigada Mixta de Sanidad Militar era muy minucioso. Cada día encabezaba su escrito con la fecha y el número de días que llevaba en el frente. “Él vive los ataques de una forma muy natural. Y he notado como una falta de disciplina, si se tiene en cuenta que estaban en guerra y dentro del ejército: se iban al pueblo, volvían, siempre se quedaba alguno… Compraban corderos y montaban alguna juerga, aunque mi padre, que nunca bebió, no participaba. También me llama la atención que pone que cobraba 310 pesetas mensuales y eso era mucho dinero”.

El hijo, de 79 años, estuvo dos y medio transcribiendo cada palabra de su padre. Un tiempo en el que descubrió que la novia de su progrenitor, Pilar Ros, su madre no mucho después, llegó incluso a hacerle una visita. Las estaciones fueron corriendo. De vez en cuanto relataba el bombardeo de “aviones facciosos” o que llevaban la ropa sucia a unas casas del pueblo más cercano. Vicente Fuster Ruiz llegó a la guerra con 22 años y se marchó con 24. La última página de su diario corresponde con su último día en el frente: el 18 de abril de 1939, un martes y el día número 758 con el ejército republicano. Una fecha en la que deja por escrito la emoción del final de la guerra.

“Nos levantamos a las 7,35 de la mañana, el día estupendo y buen sol, estamos impasientes (…) nos dieron la comida, lentejas con carne y tocino, plato lleno y de pan conseguí dos chuscos y medio, comimos estupendo y aún me comí medio plato mas de lentejas, estamos esperando nos hagan los salvaconductos, ya tenemos más alegria, unos amigos que están de cocineros a nosotros seis Valencianos que somos, once latas de carne en conserva para el camino, esto va muy bien (…), a las 12,40 h., se pusieron a nombrar salvaconductos, Almeria, Málaga, Granada, Cadiz y por fin Valencia, el corazón latia con nerviosidad, nos dieron el salvaconducto y entonces descansamos, con mucha alegría cojimos el equipo y a la salida nos dieron un chusco cada uno, estamos arreglados para todo el viaje (…) , apenas llegamos a la estación cambiamos un chusco por un litro de vino y nos comimos otro chusco, una latita de carne y nos bebimos el vino, son las 2 h.,de la tarde, el tiempo es estupendo, por fin llegó el tren, nos precipitamos todos para subir, ya estamos dentro, al poco emprende la marcha lenta, poco a poco nos vamos acercando por fin a Valencia iiY PODER VOLVER A VER A TODOS NUESTROS SERES QUERIDOS!!”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Fernando Miñana
Lleva en el periodismo desde 1993. Primero en 'Las Provincias' y escribiendo para los periódicos del Grupo Vocento, y ahora en EL PAÍS. También colabora con Valencia Plaza y la revista 'Corredor'. Viaja habitualmente a los campeonatos internacionales de atletismo.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_