Mariano García Ruipérez, archivero: “Los documentos en los archivos son como nosotros, únicos e irrepetibles”
El nuevo director del Archivo de Villa de Madrid, de cuya primera mención se cumplen 500 años, asume el reto de profundizar en la digitalización


Pocos testigos intimidan más al acometer una entrevista que el manuscrito de Calderón de la Barca, unas memorias de 1674, dispuesto casualmente sobre la mesa del despacho de Mariano García Ruipérez (Noblejas, Toledo, 65 años). El director del Archivo de Villa de Madrid, que tomó posesión en febrero, está cotejando que la paginación de su versión digital coincida antes de liberarlo a la red. Viene de pasar 33 años al frente del Archivo Municipal de Toledo, donde puso en marcha una de las webs más reconocidas a nivel de difusión. Ahora, asume el reto de profundizar en los recursos en línea que ofrece el archivo de la capital en un momento simbólico, el del 500 aniversario de la primera mención documentada a la existencia de un archivo en Madrid.
Pregunta. ¿Da vértigo desembarcar en el Archivo de Villa en un año como este?
Respuesta. El primer documento donde se menciona que Madrid tiene archivo es de 1525, pero el documento más antiguo es de 1152, por lo que ya existía un archivo donde lo estaban guardando. El Archivo de Villa de Madrid no tiene documentos más importantes que otros archivos de España, porque los documentos que hay en los archivos son como nosotros, únicos e irrepetibles. Habrá quien piense que el documento más importante es un original de Calderón de la Barca. Para otro, será el expediente de obra de su casa, por el dinero que le ahorre. Para mí, es la foto de mis hijos.
P. ¿Qué desafíos presenta el archivo de la capital?
R. Conseguir que el Archivo de Villa de Madrid tenga un crecimiento con perspectivas de futuro aplicando las nuevas tecnologías es un gran reto. El objetivo siempre es dejar los documentos mejor de lo que los has recibido, más descritos, mejor organizados, pensando siempre en el uso que vayan a hacer los ciudadanos que nos van a suceder en la vida. Ha habido grandes archiveros en este centro, como Millares Carlo, Manuel Machado o Carmen Cayetano. Y después de mí vendrán otros, sin duda, mejores. Estar en esa etapa de transición me motiva aún más.
P. ¿La digitalización es lo primordial?
R. Mucha gente ya no viene a los archivos y bibliotecas, eso lo tenemos que asumir y seguir subiendo recursos digitales. Los jóvenes ahora están esperando que todo esté en internet y los historiadores clásicos de finales del siglo pasado ya han dejado de ir. Pero debemos ser conscientes de con qué hacemos la historia. Los documentos que están en los archivos son los que generaron unas élites sociales, políticas y económicas, los que sabían leer y escribir. De esos, solo nos ha llegado una parte, de la que solo una parte pequeña está organizada y descrita. Y de esa parte pequeña, solo una parte está digitalizada.

P. Un archivo municipal, ¿es el reflejo de la historia de su ciudad?
R. En los siglos pasados, las élites son las que más documentos generan. Es una visión imperfecta para saber cómo vivían los que no dejaban testimonios escritos. Reconstruir, por ejemplo, el papel de las mujeres en España a través de fuentes documentales es dificilísimo. Los pobres aparecen reflejados fundamentalmente en causas judiciales. Las mujeres también, sobre todo, como víctimas. Eso no quiere decir que las clases populares lo único que hiciesen fuera delinquir. Es su presencia en la historia.
P. ¿Preocupa, desde la archivística, la condición efímera del contenido en las redes?
R. Páginas como Archive recuperan información, pero de las redes sociales… Hay un cuento de Borges, Funes el memorioso [1944], de una persona con tan buena memoria que necesita un día entero para reconstruir lo que ha pasado el día anterior. A veces, que la información se pierda está bien, porque hay información que tiene que ser efímera. Hacemos miles de fotografías de lo que comemos y lo queremos grabar todo, eso es una hiperinflación documental. Lo que uno crea que debe quedar, ya hará por conservarlo. Hay demasiado culto a lo efímero y lo más importante puede ser un recuerdo que desaparezca contigo cuando te vayas.
P. De momento, usted perdura también como coautor de El mazapán de Toledo y su historia, de 2019.
R. Siempre dije que me gustaría pasar como el archivero en Toledo que escribió en un libro sobre el mazapán, porque es el hito gastronómico de allí. Mi madre era jornalera hornera, vendía su fuerza de trabajo haciendo dulces, bollos, galletas, magdalenas… Fue un homenaje, pero también lo hice por las historias totalmente absurdas que sigo escuchando a los guías, cuando cuentan que en un convento, por el asedio de las tropas almohades, solo les quedaban azúcar y almendras para comer y de ahí vino el mazapán. La almendra y el azúcar eran materias primas muy caras, de gente de alto poder. Pude documentar que el origen del mazapán en Toledo está relacionado con la conquista de Granada a finales del siglo XV, por la llegada a la meseta de caña de azúcar de la Vega de Granada. La miel era el principal endulzante en Castilla, mientras que en el mundo musulmán era el azúcar.
P. ¿Se adquieren muchos conocimientos dispares con su oficio?
R. Lo más importante en esta vida es tener pasión. Yo me siento muy afortunado. A base de lecturas, hay muchas cosas que se quedan en tu alforja de conocimientos. Cuando tienes la inquietud de querer saber, eso es vital. Muchas veces, los ciudadanos hacen preguntas concretas que son un reto maravilloso y yo me lo paso genial. El archivero es una persona que viaja en el tiempo y en el espacio sin moverse de sitio. Pienso en el grabado de Goya de Aún aprendo (1825-28), donde hay una persona anciana con un bastoncito. Las personas que trabajamos en los archivos seguimos aprendiendo cada día.
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