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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué tiene que decirnos un madrileño sobre el valenciano?

Mario Obrero, poeta de Getafe, estudia, admira y quiere a las diferentes lenguas del Estado

Mario Obrero, en una imagen de 2023.

El domingo pasado, en el huerto, le escuché a mi madre decir “esos calabacines se van a ennieblar”. Si buscáis la palabra en el diccionario de la RAE, comprobaréis que no está incluida. Sin embargo, en sus labios existe y configura una metáfora preciosa que no requiere grandes conocimientos lingüísticos para ser interpretada: los calabacines se van a estropear. Se la hice repetir varias veces y sonreí. Tengo que recordarla, pensé. Últimamente me esfuerzo mucho en guardar sus palabras en mí, será porque las dos nos estamos haciendo mayores. El amor a mi madre, al campo, a su mundo… es la causa de que vea belleza en su lengua, y la quiera viva y brillante.

De eso va el asunto de las lenguas: de amor. El poeta Mario Obrero lo tiene claro. Por eso ha escrito un libro de cartas de amor a las lenguas que se hablan en el Estado. Con e de curcuspín (Anagrama, 2025) es un ensayo que propone la implicación afectiva como motor de la comunicación y el entendimiento.

Mario estudia, admira y quiere a las diferentes lenguas que atraviesan nuestros territorios. Nacido en Getafe, la voz le tintinea cuando habla en galego, euskera, asturianu o català. Deambula a través de las lenguas, aunque cometa errores. Las enarbola como quien canta versos de paz. Y yo, que soy hija de migrantes andaluces y albergo la sombra del miedo a equivocarme cuando hablo en valenciano, siento una alegría esperanzadora al escucharle.

“Nunca me han preguntado por qué hablo inglés”, nos dice en su libro. “Pero cuando uno estudia cualquier lengua propia del Estado, se genera un revuelo que busca, tras tus apellidos o tu biografía, algo que avale ese conocimiento. ¿Por qué hablas català si eres de Madrid?”.

Este sábado, 10 de mayo, Mario presentará su obra en la librería Ramon Llull de València, a las 19:30. El día de antes habrá estado en la Poefesta de Oliva. Probablemente en ambos actos empezará con “bona vesprada”. Si le preguntan, dirá que “se le llama català, valencià, alguerès o mallorquí, pues cada hablante lo nombra desde una geografía”, lo hará sin ninguna voluntad polémica, con la manera pausada y descriptiva con que se señalan las poquitas certezas iluminadoras que poseemos. Mario cursa actualmente Filología Hispánica y sabe ya lo que todas las personas que estudiamos filología descubrimos en algún momento de la carrera.

Quizá hable de tensión identitaria, de falta de autoestima o de maltrato a las lenguas. Tal vez ponga sobre la mesa la cuestión de clase y aluda a la migración andaluza, manchega o extremeña. Es probable que yo, al escucharle, me acuerde de mi padre, que es almeriense, diciendo en la marjal de Borriana que “la taronja es farà pixona”.

De lo que sí estoy convencida, porque he leído el libro, es que hablará del goce de la vivencia lingüística, de su capacidad para ensanchar el espacio colectivo de las ideas, de la experiencia emocionantísima de convertir las lenguas del Estado no en una fuente de conflicto sino en una razón de amor.

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