María Arnal cautiva en el Sónar con su espectáculo ‘Ama’
Los artistas nacionales mandaron en una jornada con mucho público y escasa reivindicación

Fue cayendo el sol, con la noche ganando el espacio que le corresponde. Fue en un escenario oscuro, iluminado por una pantalla y luces blancas. Fue allí donde María Arnal presentó su espectáculo “Ama”, y allí fue donde triunfó. En una jornada pautada por la presencia de artistas locales entre los que destacaron Tarta Relena y Refree & El Niño de Elche, la música que se hace cerca y que bebe de nuestras propias tradiciones se abrió camino entre la amalgama de sonidos que vienen de más allá. También triunfaron Plaid y Alva Noto con Fennesz en una jornada en la que la protesta por Palestina se vivió más en los escenarios que entre el público que llenó la segunda jornada diurna del festival.
María Arnal volvió a hacer de María Arnal, es decir, rodear su voz, poderosa, dúctil y cristalina con un entorno digital pautado en ocasiones con bases graves, en otras por sonidos no articulados y siempre bajo una perspectiva pop que convierte la propuesta en amable a la vez que contemporánea y exportable. La ayudaron voces pregrabadas, la suya misma, y un cuerpo de cinco bailarinas. Hubo canciones que sonaron tradicionales, como “Pellizco”, mientras que otras mezclaron tradiciones, pues “Xiqueta meua” partió como una canción de cuna valenciana y con ayuda de Yerai Cortés a la guitarra y la Tania a la voz viraron hacia el flamenco en lo que fue la sorpresa de la noche. También hubo temas casi sin apoyo electrónico, en una muestra de variedad que abrió otros horizontes. Incluso hubo logros escenográficos, como el haz láser que fue interrumpido por los brazos de las bailarinas y de María para emerger como figuras orgánicas recortadas en la penumbra. En conjunto un espectáculo excelente que fue precedido y despedido por directas alusiones de protesta en relación a la situación de Gaza, que al final se vio estampada en una pancarta que sostuvieron las artistas. Tarta Relena, esta vez con cuatro percusionistas, también tiraron de tradición, pero en este caso mediterránea e histórica, alcanzado el canto gregoriano.
La tarde había comenzado con calor, tanto que un andaluz decía en el acceso que Barcelona parecía su tierra. Al lado una persona de seguridad cantaba “Ritmo de la noche” quizás avanzando lo que pasaría ya bajo la luna. Dentro del recinto, a primeras horas de la tarde aún con poco público, Adrian Sherwood ofrecía una sesión de dub, subgénero del reggae donde predominan los bajos densos y la batería. Lucía una camiseta con la bandera palestina, y ante su mesa de instrumentos un paño aunque de una manea más abstracta, evocaba la misma enseña. Su sonido, grave y pausado, recordaba a una manada de elefantes perezosos caminando con parsimonia , lo que entre la audiencia provocaba una hipnosis que movía a un baile igualmente perezoso, con los acentos rítmicos pautados con distancia. La molicie jamaicana.
Más tarde el sonido varió de la mano de Plaid, como Sherwood aristas añadidos al cartel como sustitutos. El veterano dúo inglés puso la nota más melódica con su IDM, música de baile inteligente, que se sostenía en sonidos graves más bien amables funcionando en loops que huían de la repetición marcial. La guitarra era uno de los elementos descollantes del show, y de ella partían dibujos que tenían un marcado acento naïf, dulce, incluso ingenuo. Era como de otra época, no por ello trasnochada ni antigua, pero sí un claro contraste con las tendencias electrónicas contemporáneas. Pese a que su último disco “Feorm Falorx” aseguran se compuso en otro planeta, su música no es nada alienígena, como evidenciaron composiciones como “Wondergam” o “Perspex” con sus dulces sintetizadores de entrada. Eso facilitó sonrisas y cabeceos acompasados de un público que en el Sónar no suele encontrar sonidos tan sosegados. Fue un concierto bonito, con visuales coloristas a juego.
Más tarde sí hubo sonidos más exigentes. Los propusieron Refree y El Niño de Elche con su espectáculo “Cru+ces”. El productor y el cantaor se sumaron en un ofrecimiento en el que texturas electrónicas acompañaban la voz flamenca del segundo. Mayormente sin ritmo, apenas lo hubo en un par de piezas, los sonidos eran ambientales, a base de drones (sonidos muy graves sostenidos) que variaban de tonalidad y eran asaetados por ruidos dispares y crepitaciones. Con la escenografía en azul, mismo color de los monos que vestían ambos artistas, las luces en contra distribuían penumbra mientras se oían frases como “nadie sabrá de nosotros y estaremos en todas partes” o “grito en la sala de enfermos y nadie me oye”. Con el paso del tiempo apareció la luz blanca y también una guitarra acústica tratada, sin apenas resonancia, sobre la que El Niño comenzó a cantar casi recitando. Con Refree usando sonidos de órgano y el Niño subido a una caja en la que antes se había sentado, el concierto adquirió tonos litúrgicos, de una ceremonia laica sobre el dolor y el sufrimiento. Había algo sobrecogedor en el ambiente, solemne, en especial cuando El Niño, sobre la caja, recordaba a un predicador en un púlpito improvisado. La cuestión es que la propuesta, pese a ser rupturista, tampoco era tan radical en clave de Sonar como para vaciar la sala, un escenario con butacas, lo que abre la veda a conjeturar si el publico del certamen está cambiando o bien no sabía qué iba a ver.
Mientras los brasileños Teto Preto se sumaban a la reivindicación diciendo que ellos no habían cancelado su presencia en el festival para protestar por lo que acontece en Gaza, sumando a la crítica al fondo de inversiones KKR, propietario del Sónar, y al propio festival en el que estaban actuando. Eso en un ambiente festivo marcado por la actitud queer de la banda, una de cuyas componentes, entre banderas palestinas, lució zonas de su cuerpo que generalmente se hurtan a las miradas. En otro de los escenarios del festival, las miradas se posaban en la pareja formada por Alva Noto y Fennesz, solos con sus cachivaches en escena, presidida por una pantalla que mostró tramas en blanco, negro y gris. Con Fennesz alterando el sonido de su guitarra, la pauta eran loops en repetición cuya intensidad subía y bajaba en oleadas no exentas de ruido matizado. Fue su personal homenaje a Ryuichi Sakamoto.
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