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Sónar: reencuentro festivo con la mosca tras la oreja

El relato sobre el festival parece haber dado la vuelta pero en todo caso la gente en la pista no evidencia estar muy afectada por la polémica

Asistentes al festival bailan en el espacio Sónar Village.
Jacinto Antón

El reencuentro de este año con el Sónar llegaba rodeado de incertidumbre. Y entrar en el recinto del Montjuïc no ha sido esta tarde como las otras veces hacerlo recibiendo en la cara y en el plexo la gozosa bofetada sonora del Village, ese preludio del baño de música y hedonismo habitual. A ver, es cierto, mucha gente ha accedido como zambulléndose y sin pensar en nada más (incluso sin pensar a secas), pero si habías estado al caso de la polémica que ha rodado al festival era lógico estar al loro, presto a contar kufiyas y banderas palestinas. Resultado: 1 bandera y 0 pañuelo, al menos en una cuenta provisional, que el festival es largo. El Sónar no parece que vaya a ser la intifada.

Al poco rato de entrar la atmósfera de siempre se ha vuelto a apropiar de uno: el divertido desconcierto en el Sónar + D, donde puedes dejar que un robot que parece el Gom Jabbar de las madres Bene Gesserit de Dune te invite a un té u observar cómo una foto tuya se va disolviendo hasta convertirse en una mancha, a lo retrato de Dorian Gray. También es curiosa, ya en en la zona del Sónar Hall, la cola que se forma frente a un dispensador que no se ve muy bien que dispensa y a la que te sumas por curiosidad. “Es una promoción de cosmética coreana, y dan productos gratis”, aclara un joven que aguarda su turno. De manera que te pasas el resto de la tarde con el sobre plateado del kit de Miin (“skincare is my afterparty”) en la mano mientras las escenas de siempre te vuelven a llevar al Sónar de toda la vida. Cuerpos cimbreándose bajo el impacto de la música, djs de todos los tipos y sonoridades, indumentarias extravagantes, el canto al placer y la felicidad (por diferentes vías, como probaba el individuo que se llevaban detenido). La gente en la pista lo da todo y no parece afectada por la polémica. “I was in Aitana Listening Party” se leía en una camiseta. “Estamos vivos de milagro”, rezaba en un orden más existencialista la inscripción en una bolsa del Taller de Músics que portaba un hombre maduro con pañuelo de topos y sombrero de paja. Entre las novedades de merchandaising, un dispositivo que permite llevar el vaso colgado del cuello, lo que te deja las manos libres para hacer los característicos gestos de karateka del tecno sin tirarle encima tu copa a nadie. Entre las experiencias singulares, que una chica con purpurina y poco más te pregunte si eres un artista. Una pregunta que te hace brillar los ojos. Luego resulta que te ha confundido con “el pianista de Bronquio” que no era otro que Chano Domínguez. Al menos no me ha confundido con Elton John.

En el Sónar Park, durante el concierto de Alizzz, que no es como para dormirse, surge la bandera palestina que es agitada por un tipo alto que se la pasa a una jovencita que se la pone de chal, luego no sabe qué hacer con ella. Alizzz lanza una declaración a favor de la libertad para Palestina y aprovecha para soltar un “¡visca el Sónar y visca el Baix Llobregat!”. Y todos nos abrazamos, lo que es estupendo o un trance según quien te haya tocado al lado.

A todas estas, encuentro por los largos pasillos con Sergio Caballero, al que aprovecho para felicitar por la estupenda imagen de esta edición(digna de las mejores de la historia del festival), las excavadoras, que por lo visto aluden a los que ya tenemos una edad para ir a mirar obras. Enric Palau también se muestra afable mientras hablamos de buitres (de los de verdad) y de su creciente interés por ver pájaros. Se pone más serio al abordar la polémica. Cree que el Sónar no se merecía eso. Se abona a la idea de que ha habido intereses oscuros, turbios, que han tratado de perjudicar al festival. Es curioso cómo ha dado la vuelta el relato en un plisplás: un conocido que hace un mes iba a rasgar su abono indignado por el abrazo constrictor de KKR, el martes ya compartía la tesis de la conspiración (lo que por otro lado te permite venir a pasarlo tan ricamente al festival sin ningún cargo de conciencia). Somos criaturas volubles. Y que no pare la fiesta.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.
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