El fichaje estrella de Puigdemont: horror en el ambulatorio
Si los grandes partidos se centrasen en mejorar la calidad de los servicios públicos Anna Navarro no habría tenido tantos problemas en su CAP


La que fuera el fichaje estrella de Carles Puigdemont para las elecciones autonómicas del año pasado, la empresaria tecnológica Anna Navarro, denunció la semana pasada en el Parlament la “horrible” situación por la que pasan personas como ella, emprendedores que han vivido fuera -en su caso Estados Unidos- para volver a ser atendidas en sus centros de atención primaria al regresar a Cataluña. Resulta, dijo Navarro, que tardó más de dos meses en regularizar su situación a su vuelta y que, según le dijeron en el ambulatorio, “si fuera inmigrante me habrían atendido inmediatamente”.
La comparativa entre tan horrible situación descrita por Navarro, quien por cierto declara el segundo patrimonio más elevado de todo el Parlament -con un Porsche Macan incluido- y la que viven los inmigrantes no es el único hit que se le conoce a la diputada. En su bancada muchos recuerdan cuando lamentó que los catalanes “se quejan mucho” pero luego tienen la universidad “muy barata” o cuando, en un acto con Puigdemont, presumió de hablar siempre bien de Barcelona a “muchos ejecutivos” americanos que luego se compraban pisos “para venir a jubilarse aquí”. Estas particulares recetas para la mejora del acceso a la universidad o para combatir la galopante crisis de vivienda no parecen incomodar demasiado a la cúpula del partido, si bien más de un compañero de grupo admite que Navarro ha pasado en muy poco tiempo de ser un fichaje estrella a poco menos que un incordio.
Lo de Anna Navarro sería un divertimento más de los que nos ofrece regularmente la política catalana si no fuera porque sus palabras entroncan estupendamente con el sentir de una parte de la población cada vez más alejada de los problemas de la mayoría y más centrada en dar rienda suelta a sus propias ambiciones le pese a quien le pese. En estas mismas páginas Camilo Baquero contaba el pasado lunes que Cataluña se está derechizando a un ritmo nada despreciable y lo hacía poniendo ejemplos de diferentes sondeos del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat. Una sociedad que presume de aperturismo y de liderar grandes avances sociales parece haberse atascado ahora en cosas misérrimas como el color de piel de la pareja de sus hijos o sus sentimientos religiosos. Por ejemplo, quienes admiten sentirse incómodos con que un vástago suyo tenga como pareja a alguien de origen magrebí ya son el 41%, seis puntos más que hace un año. Algo muy parecido ocurre con parejas de origen gitano. Y, claro está, quienes más incomodidades sienten con el eventual yerno magrebí son, por este orden, los votantes de Aliança Catalana, Vox, PP y Junts.
Cataluña da cada vez más señales de sentirse peligrosamente cómoda instalada en el enfado y en culpar de todo ello a quienes son diferentes, sean magrebíes, gitanos o transexuales. Y lo triste es que para algún partido, no solo los de la extrema derecha, el recurso fácil es señalar a estos colectivos en lugar de centrarse en resolver los problemas de fondo. De haberlo hecho, quizá le habrían ahorrado a Anna Navarro pasar tan horribles momentos en una sala de espera de la sanidad pública.
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