Extremadura solo ha sido el prólogo para el PSOE
Gallardo quería ser Page pero terminó blindado por Sánchez, que cuando se la juega de verdad es a partir del 8 de febrero con las candidaturas de los ministros


Miguel Ángel Gallardo quería ser Emiliano García-Page. Lo comprobamos en la entrevista que José Marcos le hizo en este periódico en septiembre de 2024 en la que sentenció que el PSOE extremeño no podía ser una “sucursal de Ferraz”. Gallardo entendía que podía tener más espacio si se distanciaba de Sánchez, que manejó la idea de ponerle un candidato alternativo en las primarias del PSOE de Extremadura. Pero Manos Limpias y una jueza de Badajoz irrumpieron en la escena política. Los planes se torcieron con la imputación del dirigente extremeño por el supuesto caso de enchufismo del hermano de Sánchez en la Diputación que él presidía y, en Sevilla, en el congreso federal del PSOE, tres meses después de aquella entrevista, Gallardo salió de su reunión a solas con el presidente con el compromiso de que no le pondrían ningún obstáculo en su territorio.
Gallardo vivió como un éxito orgánico su blindaje político frente a Sánchez, convencido de que el caso del hermano iba a quedar en nada y que, esta vez, era él quien hacía de la necesidad virtud. El procedimiento judicial y las elecciones del domingo han demostrado que su cálculo fue erróneo y que Sánchez perdió la oportunidad de revitalizar la candidatura de la federación extremeña, deprimida tras la pérdida del poder por la mínima en 2023 pero con una sólida implantación territorial (211 alcaldías, frente a 139 del PP y las dos diputaciones provinciales) y una histórica identificación con el territorio tras muchos años de monocultivo socialista. Cuando María Guardiola pulsó el botón del adelanto electoral, podía tener dudas sobre el empuje de Vox, pero sabía que tendía una trampa al PSOE.
Por todas estas circunstancias, Extremadura no es equiparable al resto de los territorios, pero del 21-D se pueden sacar conclusiones que son extrapolables para toda España porque las urnas, hablen donde hablen, dan mucha información sobre la salud de los partidos y la relación con sus electorados. En Extremadura se ha confirmado que el votante progresista se queda en casa cuando castiga (ha habido fugas del PSOE a izquierda y derecha pero, sobre todo, ha habido abstención) y también que unas autonómicas por separado, sin los alcaldes como reclamo, dan la puntilla a la movilización. En Extremadura se ha confirmado que el PSOE ya no puede vivir de las rentas del pasado, que la apelación a la memoria del subdesarrollo y los logros socialistas ya no funciona, por mucho que hayan sacado a pasear a Juan Carlos Rodríguez Ibarra por los pueblos donde los mayores ponían su foto encima de la televisión de tubo. Se ha derribado definitivamente la reserva democrática contra la ultraderecha que justifica el franquismo en la tierra del “carnicerito de Badajoz”: Vox ha superado al PSOE en como segunda fuerza en la capital pacense.
Extremadura ha sido la primera cuenta del rosario de elecciones que se celebran en 2026, una suerte de vía crucis diseñado por el PP para ir desgastando a Pedro Sánchez de forma lenta y dolorosa hasta que se rinda y convoque las generales. El PP sabe que no se va a librar de Vox en este ciclo electoral (hasta Moreno Bonilla teme por su mayoría absoluta en Andalucía) pero aspira a dejar al PSOE en los huesos y que Sánchez muera por inanición, que no haya cargo orgánico o institucional que tenga ganas de hacer campaña por él cuando en 2027 se cuelguen en las farolas los carteles electorales con su cara. Así lo ha pensado el PP.
Realmente, en las batallas electorales que vienen es el Gobierno el que se examina, con los ministros como candidatos. La primera, el 8 de febrero, con Pilar Alegría en Aragón. Tras la debacle de mayo de 2023, con el Gobierno de España como fortín progresista en un mapa autonómico de derechas, Sánchez entendió que la reconquista territorial del PSOE solo se podía hacer desde ahí, con los perfiles del Ejecutivo que salen en la tele y los ministros como punta de lanza del PSOE en toda España. Esa estrategia es la que se pondrá a prueba en 2026 debajo de todas las tormentas.
Ni Pilar Alegría es Miguel Ángel Gallardo ni Aragón es Extremadura pero las elecciones del domingo dejan señales que deberían activar todas las alarmas en el PSOE. El ejercicio de fe que hizo el presidente en la reunión de Ferraz del lunes (“los votantes volverán en las generales”) podrá testarse mucho antes: Pilar Alegría y María Jesús Montero, en Andalucía, son la encarnación territorial de su proyecto y someten al veredicto de las urnas todo lo bueno y lo malo de este Gobierno. Todo eso de lo que Gallardo quería despojarse cuando quería ser un Page a la extremeña, pero de nuevo en unas elecciones autonómicas a pulmón, desde la oposición y sin el anclaje de los alcaldes. Estos ministros sí que salen de la “sucursal de Ferraz”. Extremadura, en realidad, solo ha sido el prólogo.
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