Traumas encriptados y una pseudoidentidad para sobrevivir: las secuelas de los abusos en la secta del tío Toni
Peritos forenses avalan el relato de abusos de las víctimas y descartan intereses espurios o finalistas en sus denuncias: “Es una cuestión de resarcimiento moral, de que la justicia valide su dolor”

Ocho peritos, entre médicos, psiquiatras y psicólogos forenses, y policía científica, han testificado este miércoles en la undécima sesión del juicio contra la secta sexual instalada en la masía de La Chaparra de Vistabella y liderada por el tío Toni, fallecido en prisión, que acoge la Audiencia Provincial de Castellón. Los informes presentados a partir de la evaluación de víctimas y exintegrantes, así como las pruebas que arrojan los restos biológicos del líder, su nuera ―procesada― y una niña, recogidos en varios objetos sexuales que fueron hallados en la masía tras el operativo policial, confirman que hubo abusos sexuales, también a menores.
Tocamientos, uso de “maquinitas” de estimulación sexual (vibradores), felaciones, penetraciones o masturbaciones ante otros miembros del grupo. Las pruebas periciales apuntan también a las secuelas psicológicas aún vigentes en los afectados y que “limitan su funcionalidad”. Tratamientos psicológicos casi permanentes, problemas conductuales, afecciones en su vida sexual o incapacidad para trámites cotidianos como opositar son algunas de las secuelas que arrastran varias de las denunciantes, según han indicado los peritos.
Por su parte, la evaluación de los seis procesados tras su arresto ―un hombre y cinco mujeres, entre ellos la pareja y la nuera del líder― descarta cualquier perfil patológico o trastorno de la personalidad que pudieran haber influido en la comisión de los hechos de los que se les acusa. Los seis, considerados por la fiscalía y la acusación particular como cooperadores necesarios para materializar los abusos y rituales sexuales perpetrados por el líder, están procesados por nueve delitos continuados de abuso sexual, seis de ellos a una menor de edad, y un delito de asociación ilícita.
Más allá de los “rasgos impulsivos y tempestuosos” de algunas de las procesadas, “eran gente normal; estructurada, con una vida ordenada y sin limitaciones para su desarrollo personal o familiar”, según ha ratificado uno de los médicos forenses. Los mismos peritos han señalado que la mayoría de los procesados “dice no reconocer los hechos investigados”.
Esa funcionalidad que sí persiste en los acusados es la que, según ha expresado este miércoles el psicólogo clínico experto en atención a víctimas de abusos en el seno de grupos coercitivos, Miguel Perlado, no ha regresado a la vida de los exadeptos que contactaron con él en busca de ayuda, aunque hayan transcurrido años de su salida de La Chaparra. Hoy ha recordado el momento en el que pudo reunirse físicamente con siete de ellos. “Me encuentro con personas rotas. Absolutamente dislocadas, desubicadas, con un gran nivel de confusión y con una ansiedad desbordante, en shock”, señala.

Fueron ocho horas de relato y de escucha. Tras ello, siguieron las entrevistas personalizadas para “unir las piezas del rompecabezas, ver la verosimilitud en las experiencias y los testimonios, ratificar el daño cometido en secreto, como en cualquier contexto incestuoso, y elaborar los informes forenses”, dice el psicólogo. Esos informes permitieron a cuatro de los reunidos con Perlado denunciar los hechos ante la policía. En ese momento había dos menores viviendo en la masía. Fue en septiembre de 2021, y poco después de iniciarse la investigación, en marzo del siguiente año, que se intervino La Chaparra.
En esos encuentros, “todas las personas relatan abusos emocionales, morales y económicos”. Además, “el 80% refiere abusos sexuales”, indica este profesional, como el uso de las ya citadas “maquinitas” o las masturbaciones ante otros miembros del grupo.
Muchos los desconocían. “¿Hay gente que podía no saber nada? Sí, porque estos grupos trabajan en capas, en círculos concéntricos, y quien más próximo está al líder, más sabe”, apunta. En esos encuentros con el psicólogo, los afectados “van armando el mapa de situación, recopilando detalles, recordando traumas encriptados”. En tres de ellos se describe compatibilidad con un cuadro de estrés postraumático, con recuerdos súbitos, oleadas de angustia, dudas sobre el propio pensamiento o paranoias. “Es frecuente ante la salida de un contexto de control ideológico”, dice.
Tanto Perlado como la psiquiatra forense con la que ha compartido el proceso de evaluación, han arrojado en el juicio la misma radiografía en estos siete exintegrantes de La Chaparra. En el caso de los menores, todos hablan de dos etapas distintas: de la infancia idílica y artificial en la que el tío Toni se erige como figura paterna y “aplasta su identidad para inocular una nueva”, a una preadolescencia orientada a que vieran el abuso como un paso necesario para convertirse en seres de luz y para sanar dolencias o traumas.
Esa erosión de la personalidad se da también en los adeptos adultos. El tío Toni no daba tiempo libre a la reflexión. Mediante el adoctrinamiento, fracturaba su identidad. “En comunidades de alto control ideológico como esta, te exprimen hasta la última gota de ti mismo y te inoculan una nueva identidad, que queda enmarcada ya en ese ideario transformador” y que, en este caso, cobijaba Antonio bajo La Chaparra. “Cuando la personalidad se ve manipulada se genera una pseudoidentidad para poder adaptarse al entorno y sobrevivir; y en los niños esa pseudoidentidad está desde el principio”, ha detallado esta psiquiatra.
Ambos peritos han señalado que “en ninguno de los casos evaluados” se han detectado intereses espurios. “No hay simulación en los relatos”, han asegurado. Tampoco intereses finalistas, como pueda ser el económico. “No es el móvil que les ha llevado a hablar y cursar la denuncia. Es una cuestión de resarcimiento moral. De dejar claro: me han dañado y necesito que la justicia valide lo que yo he vivido. Mi dolor. Mi angustia. Para mantener la cordura y seguir adelante”.
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