Como encontrar diez menhires del Neolítico en Málaga gracias al testimonio de pastores y lugareños
La arqueóloga Lidia Cabello lidera una investigación desde 2021 que se ha basado en la tradición oral de los vecinos alrededor de Antequera


Rafel González, conocido como Rafalillo de los Motas, se ha criado en los montes de Antequera (Málaga, 41.619 habitantes). A sus 77 años relata que cuando apenas tenía cinco guardaba cerdos, luego hizo de cabrero, más tarde pastor y finalmente de ganadero. Explica que en sus andares por el campo siempre tenía como referencia unas piedras altas, grandes, que le salvaban la vida porque le marcaban el camino cuando caía la montera —niebla local— y no se veía nada. “Al tropezar con ellas, corriendo sabías el lugar exacto donde te encontrabas”, cuenta sobre unas rocas junto a las que ha descansado, conversado e incluso perdido la virginidad. Lo que no sabía este hombre es quién había puesto ahí esos peñascos, que pasaban desapercibidos para los ojos ajenos hasta que la arqueóloga Lidia Cabello ha conseguido identificarlos como menhires instalados desde el Neolítico, hace unos seis mil años, señales ancestrales que guiaban el paso entre el sur y el norte de lo que es hoy la provincia de Málaga. Es decir, entre el mar y el interior.
La tradición oral, la experiencia y el conocimiento de personas como Rafalillo de los Motas ha sido fundamental para el trabajo realizado por la especialista durante los últimos cuatro años donde se subraya el descubrimiento de diez menhires inéditos y que ha sido publicado recientemente en la revista Heritage. Su labor empezó en el año 2021. Daba un paseo por una zona de senderismo cerca del puerto de Las Pedrizas cuando vio una piedra delgada y alta que le llamó la atención. “Días después, caminado con la familia, vi otra similar. Pensé que eran indicios de algo y que merecía la pena investigar”, recuerda Cabello, licenciada en Historia en la Universidad de Málaga y especializada en Prehistoria y Arqueología por la UNED. Presentó un proyecto a la delegación de Cultura de la Junta de Andalucía y obtuvo pronto luz verde gracias a su experiencia previa en el Sitio de Los Dólmenes de Antequera —declarado Patrimonio Mundial— y las cuevas de Ardales y la Sima de las Palomas. La pregunta que se hacía era: ¿Son menhires? ¿Puede haber más?

La respuesta empezó a buscarla entre quienes más conocimiento tienen del terreno. Es decir, pastores que recorriesen las tierras antequeranas en el entorno donde ella vio aquellas rocas y los habitantes de en esas áreas en pleno campo. El historiador local Miguel Ángel Varo, gran conocedor del terreno y sus gentes, le recomendó varias personas concretas. Rafalillo fue uno de los primeros entrevistados y cuando vio las fotografías de lo que andaban buscando respondió sin dudar que conocía varias iguales y que a lo largo de su vida las había utilizado para descansar, echar la huma —fumar— o charlar con los señoritos, además de para amarrar animales o para orientarse, porque ejercían de límites de las fincas o la realenga —camino público— que pasa muy cerca de ellas. “Eran puntos de encuentro. Les tengo muchísimo cariño”, aseguró a los investigadores.
“Rafael nos dio una verdadera clase de etnografía e intrahistoria”, relata Varo en las notas que tomó de aquella entrevista, pero también las realizadas a María Teresa Melero, residente en el Cortijo de las Ánimas, donde se ha localizado otro menhir. “Sé que tenía que ser especial: esa piedra es muy antigua”, señaló la mujer, cuya memoria está repleta de recuerdos entorno a la roca. “La hemos tratado como a uno más de la familia. Le tengo un cariño muy grande: sentada en esa piedra le he dado el pecho a mis hijas”, añadía también Purificación Romero. Como ellas, el resto de vecinos antequeranos mostraba una relación muy especial con estas formaciones rocosas y les tenían veneración. “Todos los entrevistados, además, tenían claro que servían para marcar un camino y que indicaban el recorrido a seguir”, subraya Cabello.
Señales ancestrales y actuales
Es lo más relevante, porque tras analizar las viejas cañadas reales y las realengas que pasan por la zona, además de punto de abastecimiento de agua, descubrió que todas coinciden con puntos donde se han encontrado las diez formaciones rocosas inéditas hasta ahora. Por eso la investigadora cree que todos marcaban un camino entre el norte —el interior— y el sur, donde está el mar, por el único paso natural de la zona. Justo por el que ahora pasa la autovía A-92 y la Autopista de las Pedrizas. Además, todos están situados a una altitud que varía muy poco: entre las cotas de 715 y 730 metros sobre el nivel del mar. “Quienes los pusieron eran verdaderos maestros, porque sabían dónde ubicarlos, quizá para que se vieran bien”, insiste la especialista, que añade: “Pensábamos que el fenómeno megalítico era atlántico, pero aquí podríamos confirmar que es también Mediterráneo”.
De hecho, así cobra más sentido la existencia de conchas marinas como elementos ornamentales en lugares como el dolmen de Viera, la Cueva del Toro o la tumba que el equipo de Leonardo García Sanjuán, profesor de Prehistoria de la Universidad de Sevilla, halló en la zona de Piedras Blancas, junto al a Peña de los Enamorados. “Las cosas no se mueven solas, alguien tuvo que llevarlas… y debió tener referencias para seguir el camino”, señala para destacar el papel relevante de los menhires localizados, que aún hoy sirven como puntos de referencia. se encuentran cerca de cañadas reales y zonas donde hay abastecimiento de agua.

Las piedras fueron colocadas ahí en el Neolítico y la hipótesis es que ocurrió antes incluso de que se construyera el dolmen de Menga, entre el 3.800 y el 3.600 antes de Cristo. Hasta ahora, el estudio geológico de cada ejemplar ha ayudado a situar las canteras de las que proceden: todas son cercanas porque esta era una práctica “posiblemente integrada en las actividades cotidianas de las comunidades prehistóricas”, según el estudio. Y si esas poblaciones eran capaces de mover rocas de hasta 170 toneladas de peso, estas serían una minucia para ellos.
Ahora el próximo objetivo es conocer su datación exacta, para lo que serán sometidas a la técnica de luminiscencia ópticamente estimulada (OSL) en el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (Cenieh). Algunas tienen formas redondeadas y otras más cuadradas, pero ahora se estudia también si algunos tienen representaciones humanas, como parece. “Aún nos queda mucho trabajo por delante”, afirma, con ilusión, la arqueóloga, consciente de que hay materia de investigación sobre cronología, técnicas constructivas, funciones simbólicas o conexiones entre la costa y el interior. Y todo ello con la base de la tradición oral. “Ha sido fundamental”, concluye Cabello.
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