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Vox
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vox resucita la limpieza de sangre

Las declaraciones de portavoces del partido ultra sobre la expulsión de España de millones de migrantes tienen muchos y siniestros precedentes en la historia

La diputada de Vox, Rocío de Meer, durante una comparecencia de prensa en el Congreso.
Guillermo Altares

Envalentonados tal vez por el clima de terror que Donald Trump ha desatado entre las comunidades inmigrantes de Estados Unidos, Vox ha prometido que aplicará una fórmula parecida en España si llega al Gobierno. Sus portavoces Rocío de Meer y Pepa Millán han defendido la deportación de millones de personas, inmigrantes con residencia legal, incluso de segunda generación, sin importar que sean ciudadanos españoles de pleno derecho, basándose en un concepto tan indefinido y volátil como la adaptación a las costumbres nacionales, como si tal cosa existiera. Se trata de un racismo apenas disimulado que tiene una larga tradición en España y se remonta a la Edad Media: es lo que durante siglos se llamó limpieza de sangre y ahora Rocío de Meer, portavoz de Emergencia Demográfica y Políticas Sociales del partido ultra, ha formulado como el “derecho a querer sobrevivir como pueblo”. Por lo menos, ha tenido el detalle de no hablar de raza.

El sociólogo español Alejandro Baer, investigador del CSIC, exdirector del centro de estudios del Holocausto y Genocidios de la Universidad de Minnesota, que acaba de publicar el libro Antisemitismo. El eterno retorno de la cuestión judía (Catarata), lo expresaba así este lunes en la red social X: “Tenemos el derecho a querer sobrevivir como pueblo’, dice la diputada Rocío de Meer (apellido castizo, como el mío). Delirios völkisch, de sangre y tierra, como los que te encuentras en Mein Kampf, el infame libro que cumple estos días 100 años”.

Cualquier comparación con los nazis es normalmente problemática y exagerada, pero Baer sabe de lo que habla, pues ha estudiado a fondo este oscuro periodo de la historia de Europa. Antes de la violencia hay palabras, estigmatizaciones, racismo, se marca la diferencia entre ellos y nosotros, se señala el peligro que representan para la convivencia y para la propia idea —inmutable y eterna— de pueblo. Cuando Hitler llegó al poder en 1933, tras liquidar la República de Weimar, uno de los periodos más analizados en los últimos años por los peligros que se ciernen sobre muchas democracias occidentales, instauró un certificado racial para poder trabajar en el sector público. El documento debía confirmar el pedigrí racial de la familia hasta 1800 (1750 para los miembros de las SS) y demostrar que no había ningún ancestro de “sangre judía o de color”.

Millones de alemanes tuvieron que recurrir a expertos en genealogía o detectives privados, primero para poder formar parte de la sociedad y, poco tiempo después, para poder sobrevivir. Me gustaría saber si los dirigentes de Vox tienen la intención de pedir un documento similar sobre las costumbres que se siguen como garantía para no ser expulsado de España y que ocurrirá con aquellos que, a pesar de lucir ocho apellidos españoles, no se adaptan a sus propias costumbres.

Los nazis se habían inspirado en las leyes raciales que se aplicaron en el sur de Estados Unidos tras la guerra de Secesión —las llamadas leyes Jim Crow—; pero también en la limpieza de sangre de España durante la Edad Moderna. Tras los pogromos que asolaron las comunidades judías de Castilla y Aragón al final de la Edad Media y la expulsión en 1492 por los Reyes Católicos, que provocaron conversiones masivas, comenzó la separación profunda entre los cristianos viejos y los nuevos. Cualquier indicio de ser judaizante era muy peligroso. “Yo te untaré mis obras con tocino / porque no me las muerdas, Gongorilla”, insultaba Quevedo a Góngora, mientras que, en una de sus muchas burlas del fanatismo, Voltaire hablaba en Cándido de dos pobres que habían sido encarcelados en Lisboa por apartar el tocino en las lentejas. No bastaba con convertirse, como para Vox no basta con ser ciudadano español, para merecer formar parte del pueblo.

'Auto de Fe en la plaza Mayor de Madrid' (1683), de Francisco Rizi —Madrid, 1614 - San Lorenzo de El Escorial (Madrid), 1685—, conservado en el Museo del Prado.

Dada la obsesión del partido ultra por las costumbres españolas, resulta muy interesante lo que explica Joseph Pérez en Los judíos en España (Marcial Pons). Muchos conversos que habían abrazado sinceramente el cristianismo conservaban costumbres que ni siquiera sabían de dónde venían —veneraban santas llamadas Raquel o Esther, no encendían la lumbre en sábado por viejas tradiciones familiares—. “Incluso entre aquellos conversos de buena fe cabe distinguir dos aspectos: el propiamente religioso y el sociocultural. En su fanatismo, varios detractores de los conversos confundieron los dos aspectos, la fe con las costumbres”. Cambiando unas pocas palabras, este relato del gran hispanista francés resulta muy contemporáneo.

El siempre lúcido Toni Martínez explicaba este martes en Todo por la radio, el espacio de humor de La Ventana de la Cadena SER —que sea divertido no significa que no sea serio—: “Haremos un tribunal que examinará si esas personas demuestran capacidad manifiesta de adaptación y que descubrirá quién está irremediablemente no integrado. Y este tribunal lo llamarán Santa Inquisición”. Modelos, desde luego, no les faltan.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.
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