Una ansiada fábrica de armas para la supervivencia del pueblo: “Es trabajo”
Valderas, una localidad leonesa presa de la despoblación, se aferra a un proyecto armamentístico para lograr empleos


Los informativos encadenan noticias lúgubres sobre el genocidio israelí sobre Gaza, nuevos bombardeos rusos sobre Ucrania, el apellido “nuclear” irrumpe entre Estados Unidos e Irán. El sol de mediodía ametralla el adoquinado de Valderas (León, 1.500 habitantes), una localidad conocida por sus recetas de bacalao, y los habitantes huyen de la deshidratación refugiándose en terrazas donde debatir sobre el proyecto firmado en el pueblo como vía de supervivencia ante la despoblación que ha liquidado el censo a la mitad en unas décadas. Valderas se convertirá, a expensas de la empresa responsable, en sede de una fábrica de armas que probablemente acaben recalando en esos conflictos que tanto escandalizan. Las dudas iniciales se han ido esfumando ante la acuciante demografía: se han prometido unos 80 empleos, más los indirectos, y ya quisieran ellos producir sillas pero no están para elegir.
La calorina y los estragos nocturnos en plenas fiestas patronales merman la presencia humana en las calles salvo con un vaso delante. Iván Canillas, de 34 años, destaca por su juventud entre unos parroquianos mucho más envejecidos, como la media en la provincia y en el oeste español. “Si pudiéramos elegir… pues es de sentido común”, refleja el leonés, que reconoce que al principio “había de todo”: quienes creen que viene bien porque da trabajo; los moralistas de “¡Cómo vamos a fabricar armas!“; y los dudosos. “Es trabajo en un pueblo que se está muriendo ¿Cómo no voy a echar el currículum si es trabajo en mi pueblo?”, zanja él, a la vez que destaca que un temor inicial fue la seguridad, pero que han ido asimilando que más controles que en esa futura planta no habrá en ningún lado.
La iniciativa comenzó a solidificarse a principios de 2025, cuando de los rumores se pasó a la firma de la cesión de los terrenos para la factoría de material bélico. La empresa, Tecnesis, ha obtenido un espacio de unas 200 hectáreas, 50 de las cuales se dedicarán a las instalaciones, a cambio de 75.000 euros anuales, durante los 30 años pactados, para el Ayuntamiento. El área se encuentra a unos cuatro kilómetros del núcleo junto a una fábrica de explosivos de uso civil. El exalcalde, Pedro Guerra (PP), que dimitió el pasado marzo, explica a EL PAÍS que la entidad se encuentra resolviendo “permisos y requisitos”. “Son instalaciones que no se hacen todos los días”, aclara.

El dinero para la caja consistorial llegará en cuanto empiecen a construir: “Ellos querían que en cuanto comenzaran a fabricar y nosotros que en cuanto les cediéramos el suelo. Es un término medio, calculamos que empiecen el año que viene”. Guerra indica que el contacto viene de que uno de los ingenieros de los inversores trabajó en la planta de explosivos y “se acordó” de que el pueblo tenía esos terrenos y “les gustó”. “En Valderas estamos necesitados de empresas y de empleos, en otros sitios les pusieron más pegas, nosotros tuvimos muchas reuniones y sin problema”, añade el exregidor, admitiendo que incluso entre sus compañeros de corporación había dudas.
Sin embargo, entendieron que para fabricar otras cosas las empresas prefieren irse “a un polígono de Madrid” y que si querían que venieran empresas al pueblo, tenía que ser por algo así. “No estamos para exigir nada, hablaron de 75 puestos directos más los indirectos y se me pusieron los ojos…”, añade Guerra. “Ahora vemos que por desgracia hay necesidad de esto. Yo preferiría que fuesen velas o linternas pero vemos que en el mundo siempre hay conflictos y dicen que el 80% de la producción será para el extranjero o Asia”, argumenta.
Su sucesor, Agustín Lobato (PSOE), señala que “nada ha cambiado”, porque se mantiene proyecto y tiempo tal y como lo recibieron. El director general de Tecnesis, Rubén Rubio, celebra que “el proyecto va según el plan” para un espacio tan grande, “con 50 hectáreas para el centro y 100 de zona seguridad”, lo cual es “muy complejo”. Cuando lo terminen lo mostrarán a la Dirección General de Armamento y Material del Ministerio de Defensa.
Rubio agradece el talante de las corporaciones, el PP al inicio y el PSOE después, e incide en las beldades de la inversión: “La reacción es positiva, hemos recibido muchos ofrecimientos de trabajo, es una zona deprimida y sin industria, es una oportunidad de trabajo”. El gerente cifra en 100 los puestos directos y 300 indirectos en un espacio donde se fabricará munición de artillería, que se ha usado mucho en el conflicto de Ucrania, por lo que “esta fábrica da respuestas a las nuevas necesidades que ha detectado Occidente para garantizar su defensa”. La cuestión ética, admite, ha aparecido pero de forma frugal.
La espera deja algún recelo entre los valderenses. Carlos Coto, de 44 años, charla con otros compañeros de quinta vinculados al pueblo: solo él vive allí. Uno de sus colegas sospecha que algo acabará pasando y el proyecto se cancelará; otros reconocen que por ahí se comenta que “se ha vendido el alma al diablo”, pero en general coinciden en que no anda lo rural para elegir. “Me daría más miedo un cementerio nuclear”, aprecia uno de sus compañeros, y Coto rememora una engañifa de hace unas décadas: cuando se quiso poner una planta de reciclaje de neumáticos y solo vinieron las ruedas, acumuladas en pleno campo, y no empleos.
“Las decisiones éticas no nos corresponden, no dependen de la gente de Valderas, los presupuestos de Defensa se van a gastar igual y mejor que sea aquí”, observa Coto, pues en esta zona del sur de León apenas se subsiste de la agricultura, de la hostelería y su especialidad en bacalao y de una fábrica que quesos. Una de las pocas emprendedoras, Pilar Pomarino, de 40 años y al frente de una tienda de moda, coincide en que “ojalá” fructifiquen los planes porque en la zona apenas queda como industria una gran plantación de manzanos: “Afecta ver las noticias pero un policía también usa armas”.
La conversación por las sombras de los toldos gana decibelios cuando se le inquiere a un señor. “¡Yo he pedido la primera metralleta! Ojalá empiecen mañana, ojalá traigan bombas y granadas”, contesta Vicente Gómez, de 59 años, que tras esa bravata desarrolla el sentir global: “Este pueblo está acabado de los pies a la cabeza, no tiene nada que hacer, no hay natalidad, los jóvenes se tienen que ir”. El señor lamenta que “no hay derecho que por cuatro trastornados se esté matando a tanta gente, pero el que no tenga penas que se tire al río”. Todo se supedita al empleo ante la avidez del lugar, donde reinan las verjas echadas en antiguos negocios, el óxido corroe rótulos publicitarios y varias casas sufren los desconchones del olvido. “Sin guerras no se puede vivir y si vienen 80 puestos de trabajo es bueno para todos”, sentencia. A su lado, Socorro Ruano, de 63, resuelve con un imperativo categórico: “Las armas son para matar gente, pero es lo que hay”.
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