Lo que no mata engorda
Ha encontrado el PP en la palabra “mafia” un filón electoral curioso, siempre atentos los partidos a cualquier posibilidad de engrosar el lenguaje y tensar aún más la cuerda: se ve que no se rompe y, si se rompe, la culpa será de otros

Ha encontrado el PP en la palabra “mafia” un filón electoral curioso, siempre atentos los partidos a cualquier posibilidad de engrosar el lenguaje y tensar aún más la cuerda: se ve que no se rompe y, si se rompe, la culpa será de otros. Y bajo esa llamada, la de “Mafia y democracia”, convocó en Madrid Alberto Núñez Feijóo (camisa blanca, ya en pleno look Bueu de veraneo), a miles y miles de simpatizantes de todo el país que llegaban en riadas a la plaza de España por la Gran Vía, por Princesa, por Conde Duque. Por esa última, un cartel funcionaba como declaración de intenciones del ambiente: una rata con la cara del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y una larga ristra de adjetivos: “traidor”, “felón”, “corrupto”, “populista” y luego, calmándose la cosa, “soberbio” y “arrogante”. “Imprudente”, faltó. Las peticiones estaban a la altura: “Venimos a que se nos devuelva la democracia. A España se la han arrebatado”, decía un matrimonio de Valencia, Raúl y Elisa, que llegó la noche anterior a Madrid. En el estrado, Ayuso usaba en ese momento su palabra fetiche: “libertad”. Ella no la tiene, dice, para decir lo que va a decir de un momento a otro. Llega la dictadura, avisó, que nadie se lleve las manos a la cabeza: entra “a sorbos”. Y en ese momento, como en una coreografía perfecta, mucha gente bebió porque lo más importante, cuando cambia un régimen, es que te pille hidratado.

Hablemos del calor. Hablemos del calor para no hablar del adolescente al que sus padres ayudaban a colocar en la cintura la bandera del águila a la altura de la plaza de Cubos (este cronista sólo vio una, esa, pero en qué momento). Más de treinta grados, miles de personas amontonadas y todos los bares de la zona con colas para hacerse con agua. Un DJ, El Pulpo, pinchando Venezia como guiño felicísimo, artístico, sutil, a que en España gobierna la mafia (un codazo cómplice como aquel de la película Camarón cuando, para evitar sacar la heroína, nos los pusieron montando a caballo). Ambiente festivo pese al soberano enfado que se traían todos y, esto es importante, acto rápido en el que sólo hablaron Almeida, Ayuso y Feijóo. Presentes también, Aznar y Rajoy (Rajoy un domingo de junio en Madrid, con estos calores, en lugar de estar tomando el vermú en la Taberna del Náutico de Sanxenxo tenía la misma expresión que aquel 11 de octubre de 2008, cuando un micrófono le pilló diciendo: “Mañana tengo el coñazo del desfile”.
Mira uno a 2008 y mira ahora, y parece que han pasado 50 años, seguramente hacia atrás. El día anterior a la manifestación convocada por el PP, se produjo una mucho más pequeña pero pavorosa, en la plaza de Chamberí: varias decenas de neonazis vestidos de negro concentrados al calor vibrante, decían, de la patria. No es la primera ni la última reunión, y las ha habido más multitudinarias. Insistió Feijóo en la moderación, en la centralidad de su partido, y la mayoría de la inmensa manifestación asentía y aplaudía (aunque reservaba sus mimos a Ayuso). Feijóo pelea contra un Gobierno descosido por los escándalos pero con un margen de perdón amplísimo por la presencia de Vox en los gobiernos populares y, al mismo tiempo, por acercar junto a él unas nuevas generaciones de derecha que se le van, sin aspavientos ni dramas, a la extrema derecha.
Hay en la relación literariamente formidable entre el PP y Vox un parecido lejano al parasitismo del cuco. Que pone sus huevos, mimetizándolos, en el nido de otra especie. Que cuando nace el cuco, lo primero que hace es deshacerse de los otros polluelos precipitándolos al vacío para quedarse todos los recursos. Los padres adoptivos crían a los cucos sin saberlo. Y, cuando el polluelo del cuco suele ser mucho más grande que los padres engañados, estos siguen alimentándolos.
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