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El ruido de los escándalos apenas pasa factura (por ahora)

Las acusaciones de corrupción monopolizan el combate político sin que se detecten grandes efectos demoscópicos ni se sitúen entre los problemas que más preocupan

Koldo García llega a la comisión de investigación sobre la supuesta trama en el Senado el 22 de abril del año pasado.
Xosé Hermida

“La canción que más suena es ‘corrupción, corrupción, corrupción”, aleccionaba estos días a los oyentes de Spotify un anuncio que publicitaba la manifestación del PP bajo el lema “mafia o democracia”. Sin duda, esa ha sido la melodía omnipresente desde hace más de un año en el Congreso, en las tertulias políticas y en buena parte del universo digital informativo (o seudoinformativo). Fuera de ahí, resulta más que dudoso que la machacona canción haya constituido un bombazo. Según el último barómetro del CIS —con datos que, al contrario que sus estimaciones de voto, la mayoría de expertos considera fiables—, el epígrafe “la corrupción y el fraude” ocupa el puesto 13º en la clasificación de preocupaciones ciudadanas, encabezada por la vivienda.

Solo el 7% de los encuestados por el instituto público cita la corrupción como uno de los tres principales problemas del país. La cifra está más de cinco puntos por debajo del 12,3% de marzo de 2024, cuando estalló el caso Koldo. Desde entonces —y a la espera del impacto del episodio de Leire Díez— se ha colocado en niveles poco significativos. Incluso en momentos como la comparecencia judicial en calidad de imputada de la esposa del presidente, en julio del pasado año, no alcanzó más del 6,4%. Sin comparación con el astronómico 39,2% de junio de 2018, tras la sentencia del caso Gürtel y la moción de censura contra Mariano Rajoy. Entonces era el segundo problema más citado en las encuestas.

El paisaje dibujado por el CIS no dista del que ofrecen institutos privados. En una reciente encuesta de Ipsos Consulting para La Vanguardia, solo el 5% señala la corrupción como una de sus grandes inquietudes, tres puntos más que en noviembre. “Ha habido un repunte”, concede Paco Camas, director de investigación de la empresa de sondeos, “pero, aunque ocupe mucho espacio en la agenda mediática, no ha permeado lo suficiente a la ciudadanía. No es tanto que no preocupe como que no figura entre las prioridades de la gente, se ve como un problema de segundo orden”.

En la misma encuesta aparece como primer problema, por delante de la vivienda, el agrupado bajo la etiqueta “política/políticos/Gobiernos”. El CIS se ha ahorrado conclusiones similares diluyendo la misma cuestión al separarla entre diferentes epígrafes. Uno de ellos podría vincularse por su enunciado a la corrupción: “El mal comportamiento de los políticos”. En el último barómetro lo escogen algunos más, el 13,3%. Aun así, tres puntos y medio menos que hace un año.

¿Es la corrupción, que monopoliza el discurso del PP, un potente reclamo electoral? César Calderón, que ha trabajado como consultor para los dos grandes partidos, relata una vieja anécdota. En la Argentina de 1973, los peronistas coreaban sin rubor en sus mítines: “Vea, vea, vea/ qué manga de boludos/ votamos a una muerta/ a una puta y a un cornudo”. “Y Perón arrasó”, recuerda Calderón. El consultor recurre a otros ejemplos históricos —el estadounidense Richard Nixon en el mismo 1973, el alemán Gerhard Schröder en 2005 o nuestros Felipe González en 1993 y Rajoy en 2011—para concluir: “Excepto en casos en que afecta a la vida de la gente, la corrupción no es ni de lejos uno de los temas que inclinan el voto. Incluso en esos casos lo máximo que consigue es inhibir al electorado más blando de un partido para que se quede en casa. Pero casi nunca a saltar el muro ideológico y votar al partido rival. Sobre todo, en momentos de polarización como el que vivimos”.

En eso mismo incide Jordi Muñoz, profesor asociado de Ciencia Política en la Universidad de Barcelona y exdirector del CEO, el conocido como CIS catalán: “Los contextos de polarización son poco propicios para medir la incidencia electoral de la corrupción. Los votantes de izquierda no dan credibilidad a las acusaciones que vienen de la derecha o de medios afines, y viceversa. En general la corrupción tiene pocos efectos electorales, salvo en contextos de crisis económicas”.

“Cada día, un escándalo”, repite el PP en un discurso que no cesa de subir en decibelios, con términos más propios del hampa como “capo” u “organización criminal”. Pero justo ese exceso de ruido, esa batería de acusaciones en la que se mezclan lo probado, lo hipotético y a veces hasta lo falso, puede contribuir a restar eficacia al mensaje. “Salen muchos casos, se denuncia todo en un clima de crispación permanente, se exagera… Con todo ese ruido, las denuncias pierden credibilidad”, señala Belén Barreiro, directora del instituto de encuestas 40dB.

Barreiro introduce un término, “saturación”, que también surge en boca de su colega Camas o del consultor político Eduardo Bayón. “La saturación del ruido hace que la gente empiece a desconectar de forma notable”, observa este último. “Hay un descenso claro del interés por la actualidad política en clave nacional. Lo vemos en la televisión, que ya no alcanza aquellas audiencias con programas políticos de tres o cuatro horas, como en el ciclo muy politizado que vivimos a partir de 2008”. Y remacha: “Si se hace un escándalo de cada caso, o a veces de bulos, y a la velocidad que va la información… El ciudadano de a pie bastante tiene con sus problemas”.

La algarabía del último año tampoco se percibe en las estimaciones de voto. Todas —menos el exótico cálculo del CIS— arrojan una clara mayoría de la derecha, pero con las posiciones estancadas. Es más, el último barómetro de 40dB. para EL PAÍS y la SER apunta a que el PP ha retrocedido casi tres puntos en un año —del 35,5% al 32,8%— y el PSOE está prácticamente igual —del 30% al 29,8%—. Y eso, resalta Barreiro, que casi dos de cada tres encuestados citan la “honradez” como la primera cualidad que valoran en los líderes. En la competencia entre estos, Santiago Abascal supera a Alberto Núñez Feijóo. Y Vox resulta el más favorecido: gana 2,6 puntos en un año y roza el 14%.

El PP ha asumido por completo eso que los especialistas llaman un marco, el de la corrupción, que hasta no hace tanto le resultaba muy desfavorable por su ristra de escándalos pasados, algunos todavía sin juzgar. “Instalar el marco de la corrupción a quien puede beneficiar es a Vox”, reflexiona Muñoz. “El PP aún arrastra un estigma que está en la memoria de mucha gente”.

El rendimiento más tangible para los populares puede ser cohesionar a los suyos y desmoralizar a la izquierda. Barreiro y Camas creen que ese discurso les ayuda a reforzar la imagen del país como un caos y de Sánchez como un político dispuesto a todo para conservar el poder. “Tampoco tienen mucho más para desgastar al Gobierno”, manifiesta el investigador de Ipsos. “Otros temas más tradicionales como la economía o la agenda internacional no les dan margen”. Calderón, dando por sentado que el PP “tiene todas las papeletas” para ganar las próximas elecciones, sostiene: “Su mejor baza no está en airear la corrupción, sino en ser capaz de articular propuestas creíbles para atraer al votante más moderado del PSOE, como la vivienda, la sanidad, el empleo o los impuestos. Especialmente la vivienda, que me temo que va a ser el gran tema de los próximos años”.

Muñoz subraya que la corrupción puede empezar a hacer mella cuando en el partido afectado o en medios de su órbita surgen voces críticas. Algo de eso se ha empezado a ver estos días en el PSOE con el caso de Leire Díez. Y en un escenario electoral apretado, “un pequeño cambio cuantitativo puede tener gran efecto cualitativo”. La factura que hoy no se percibe aún podría cobrarse más adelante.

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.
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