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La lucha por la hegemonía: Estados Unidos y China compiten por la supremacía en un panorama convulso

La Casa Blanca considera explícitamente a la UE un adversario y advierte de que cultivará la resistencia contra ella apoyando formaciones nacionalpopulistas

El año 2025 ha sido el del entierro de una época. El regreso al poder de Donald Trump ha supuesto el sepelio de una fase marcada por la globalización, la construcción de un entramado de instituciones internacionales, la hegemonía de Estados Unidos apoyada en sólidas alianzas europeas y asiáticas. El nuevo año ofrecerá pistas cruciales acerca del convulso devenir de la nueva etapa histórica, una en la que se reconfiguran equilibrios de poder y relaciones internacionales. El pulso por la hegemonía entre EE UU y China, y el doble asalto que sufre Europa (militar, desde Rusia; político-cultural-comercial, desde Washington), se perfilan como las claves más importantes de un cambio complejo y de gran envergadura.

Los dos elementos están interconectados, ya que en esta competición no solo importa la fortaleza intrínseca de cada uno, sino también su capacidad de contar con apoyos en el tablero internacional. Y es en ese sentido global, además de su impacto regional, que lo que ocurre en Europa importa mucho. El año 2026 aclarará las consecuencias del asombroso giro estratégico de la Casa Blanca, que ahora considera explícitamente a la UE como un adversario, y advierte de que cultivará la resistencia contra ella apoyando a formaciones nacionalpopulistas en el Viejo Continente. Los resultados de ese giro influirán en el nuevo mundo que nace. Para Washington, una Europa fuerte y aliada es un activo; una Europa independiente y desconfiada es una derrota; una Europa fragmentada es una oportunidad en algunos sentidos, pero un retroceso en otros más importantes. Para Pekín, una Rusia derrotada es un problema. Una Rusia de pie, pero débil, es un activo gracias al aprovechamiento de la dependencia inherente a esa debilidad. Una Rusia victoriosa a la que EE UU da juego es otra clase de problema.

Así que Europa es una pieza clave de una nueva época que amanece con dos superpotencias, como en la Guerra Fría, aunque en esta ocasión no parece encaminarse hacia la bipolaridad. Entonces, una parte grande y potente del mundo estaba firmemente alineada con un bando u otro; la parte no alineada era amplia pero muy débil. El nuevo pulso de superpotencias tiene en cambio muchos visos de librarse en un marco más volátil de multipolaridad; con dos polos dominantes y otros desalineados de mucho peso, como Europa y, cada vez más, la India, o de peso mediano con fuerte influencia regional.

Sobre todo ello influirá un acontecimiento político decisivo de 2026: las elecciones legislativas previstas en EE UU para noviembre. Por un lado, porque el trumpismo sabe que dispone de una ventana de plenos poderes para ahondar en su contrarrevolución —contra los avances del multilateralismo, de los derechos humanos, de la democracia, de antiguas alianzas— y que se podría entrecerrar en 2027 cuando se instale el nuevo Congreso. Hoy controla la Casa Blanca y las dos Cámaras legislativas, disfrutando de una judicatura con dominio conservador, pero la pérdida de una o ambas Cámaras representaría un freno importante. Esto espoleará la acción. Por otra parte, la perspectiva de las urnas inhibirá acciones con riesgo de efecto negativo en la opinión pública, lo que puede tener consecuencias, por ejemplo, en el pulso comercial con China por las posibles derivadas en términos de precios al consumo.

En ese sentido, el balance de 2025 ha dejado en evidencia la capacidad de resistencia de Pekín a las embestidas estadounidenses, sobre todo gracias a su control de materias primas estratégicas. Por eso, Washington ha tenido que calmar su asalto comercial. El año 2026 ofrecerá claridad sobre esta nueva relación de fuerza.

En paralelo discurrirán los esfuerzos de ambos por consolidar elementos de fuerza propia. EE UU tramita un extraordinario presupuesto militar cercano al billón de dólares y sus empresas invierten de forma desbocada en la carrera de la IA. China avanza poderosamente en su programa para conseguir capacidades pioneras y mayor independencia en sectores tecnológicos clave. Ambos, por supuesto, afrontan dificultades, desde el riesgo de un pinchazo de burbuja en el sector de la IA en EE UU hasta el persistente problema de escaso peso del consumo interno en China.

La competición en las relaciones internacionales seguirá probablemente desatada. Washington avanza sin complejos por el camino de las interferencias en otras democracias. Esta discurre por varias vías, entre ellas la de las manipulaciones del debate público a través de las plataformas digitales, pero no solo. El rescate ofrecido a la Argentina de Milei en vísperas de unas elecciones apunta a un amplio abanico de opciones. Nada parece estar fuera de la mesa, ni siquiera maniobras alrededor del flanco europeo más sensible, el de la seguridad. Varios elementos de tensión marcan la relación transatlántica, del plano comercial al tecnológico y el gasto en defensa. Pero la cuestión nuclear es la dependencia de Europa del paraguas de seguridad estadounidense. Muchos europeos temen perderlo de forma abrupta, y esto los condiciona también en otros frentes.

China, por su parte, trata de construir su red de proyección global no a través de alianzas formales —como hizo EE UU—, sino por vía de inversiones o de agrupaciones menos rígidas, como los BRICS o la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), ambas en proceso de ampliación. Contra estos movimientos se abalanza Washington en el continente americano, con el intento de afirmación de una zona de influencia que no admite presencia estratégica de otros. China tampoco parece conforme con la proyección estadounidense en su región; que de paso es la más dinámica del mundo en términos económicos y aquella en la cual puede desatarse el conflicto más peligroso de este siglo, alrededor de Taiwán. Pekín tiene cierto éxito en estas maniobras internacionales, como se vio a finales de verano, cuando una cumbre de la OCS y un desfile militar atrajeron a China a decenas de líderes, incluido el de la India, que, tras unas sanciones impuestas por EE UU, hizo un elocuente gesto para acercarse a su archirrival asiático.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS. Autor de la columna ‘La Brújula Europea’, que se publica los sábados, y del boletín ‘Apuntes de Geopolítica’. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Autor del ensayo ‘La era de la revancha’ (Anagrama). Es máster en Periodismo y en Derecho de la UE
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