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La brújula europea
Columna
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Por una revolución antitrumpista

Trump tiene razón en que la civilización europea está en peligro, pero se equivoca en la amenaza: son Putin y él

Andrea Rizzi

Donald Trump sostiene, con su recién publicada Estrategia Nacional de Seguridad, que Europa se enfrenta a la desaparición de su civilización. Tiene razón. Pero se equivoca en quién la amenaza: no son ni los inmigrantes, ni la cultura woke, ni las instituciones comunitarias. Son, de distintas maneras, él mismo y Putin. El trumpismo está librando un asalto contra el modelo europeo: hay que montar una contrarrevolución.

La entrega de la semana pasada de esta columna se tituló “Cómo independizarse de un EE UU convertido en adversario”. El documento confirma negro sobre blanco que Washington ya no es un aliado sino un adversario. Ya en el pasado mes de febrero nos había avisado el vicepresidente J. D. Vance, quien vino a Europa, a la conferencia de seguridad de Múnich, para decirnos que nuestro problema no eran los misiles de Putin: somos nosotros, los europeos, con nuestro modelo. Ante estas evidencias, hay que independizarse. Y, en paralelo, montar una contrarrevolución, la otra pierna indispensable para que el cuerpo europeo pueda hacer camino.

La opinión pública empieza a tenerlo cada vez más claro. Una encuesta encargada por la revista El Grand Continent, llevada a cabo por Cluster 17 en nueve países europeos, apunta a que un 48% de los encuestados considera a Trump un enemigo, 4 puntos porcentuales más que en la oleada anterior. De alguna manera sorprende que todavía haya un 40% que piense que Trump no es ni amigo ni enemigo. Pero la conciencia avanza.

La encuesta fue publicada en el marco del Grand Continent Summit, la conferencia anual organizada por la revista en el Valle de Aosta (Italia), y que reúne a destacados políticos, empresarios, historiadores, politólogos y representantes de la sociedad civil. La Brújula Europea asistió al foro —en un viaje costeado por los organizadores— participando en el panel de presentación del estudio.

El estudio no solo muestra una creciente consciencia de lo que es el reto trumpista, sino también una sociedad europea marcada por inquietudes y ansiedades. A la amenaza bélica planteada por el régimen imperialista ruso se suma la percepción de que EE UU se está convirtiendo en un enemigo, uno del cual dependemos en materia militar, de inteligencia, y de tecnología —o, más bien, tecnologías, con un potencial demoledor—. Esas tecnologías son instrumento fundamental del asalto que pretende derribar el modelo de integración europea en favor del auge de movimientos nacionalpopulistas europeos afines al trumpismo.

La conciencia de lo que es el trumpismo y la hondura de la inquietud son las bases sobre las cuales construir un proceso político de construcción de una independencia —superar nuestra actual condición de protectorado militar y colonia digital— y de elaboración de una estrategia política contrarrevolucionaria. Hay que trabajar con esa masa madre. Las sesiones oficiales y las conversaciones privadas mantenidas en la conferencia de El Grand Continent han arrojado un interesante puñado de análisis y propuestas en ese sentido.

En el plano de la independencia el camino es difícil, pero claro. Hay que crear una soberanía digital. La conferencia ha puesto mucho el foco en el hecho de que para ello no es suficiente la actividad regulatoria o la defensa de la competencia. Es fundamental avanzar en la constitución de activos infraestructurales europeos. En la actualidad, no solo dependemos de otros en cuanto a plataformas digitales, algoritmos, tecnologías punteras. Adolecemos también de falta de control sobre —o capacidad suficiente en— entramados infraestructurales, sean las nubes, las redes por satélite, cables o adecuada potencia de centros de datos. Adolecemos de la cultura empresarial y del soporte de mercados de capitales para producir emprendimientos materiales competitivos a escala global. Esta cuestión es nuclear. No hay soberanía de ningún tipo sin soberanía digital. Sin ella estamos expuestos a la embestida de maniobras de manipulación de las mentes; a la amenaza de la activación de los kill switch, de los botones que desactivan funcionalidades, que pueden tener impactos profundamente disruptivos.

Hay también que crear una capacidad defensiva propia, Europa ha dado pasos adelante con un incremento del gasto militar y de la capacidad productiva de su tejido industrial. Pero nos hallamos a una distancia sideral de disponer del poder real como para ser considerados una potencia que debe ser tratada con respeto y cuidado. De nuevo hay un problema de assets, de esos activos habilitadores que permiten confiar en sí mismos; y hay por supuesto un problema de convergencia de voluntades que haga creíble la suma abstracta de las inversiones de cada país europeo. La agencia Reuters informaba ayer de que EE UU desea que Europa asuma el grueso del esfuerzo convencional de la alianza para 2027. Aprovechemos la ocasión para asumir protagonismo y también cuotas de capacidad y competencia de gestión. Nos vendrá muy bien.

Hoy Europa está dividida en áreas con distintas percepciones: la zona báltica, nórdica y Polonia, en modo de alerta extrema; Alemania, decidida a un gran paso adelante; Francia y Reino Unido, las dos potencias nucleares y con las fuerzas armadas más creíbles, hundidas en crisis políticas y limitaciones presupuestarias; y un Sur que dice cosas correctas, pero no hace lo suficiente, por una incorrecta sensación de seguridad. Incorrecta porque los problemas de unos europeos lo son de todos; y porque un dron Shahed cabe perfectamente en un contenedor. No tiene que volar desde Moscú para crear un incidente, puede hacerlo desde aguas internacionales cercanas.

Todo lo anterior es complejo. Pero tal vez más complejo todavía sea diseñar la estrategia contrarrevolucionaria para impedir que el asalto trumpista tenga éxito y anule nuestra posibilidad de construir la independencia por la vía de aniquilar la voluntad y la posibilidad, encumbrando a fuerzas que no la quieren, que comulgan con el trumpismo.

Para ello son necesarios cambios radicales. Es imprescindible hallar una narrativa política que consiga hacer resonar una vibración emocional. Los nacionalpopulistas juegan habilidosamente en ese terreno. Responder con mera racionalidad nos coloca en una asimetría perdedora. En este terreno, también hay que recuperar rasgos de optimismo y entusiasmo, y abandonar esos ademanes pesimistas y grises que nos acompañan demasiado a menudo. Después, es imperativo entender que el asalto convoca a otra forma de cooperación entre demócratas europeístas: mucho más leal, mucho más eficaz, mucho más generosa. Está en juego todo. En tercer lugar, es necesaria una escalada en la ambición de nuestros proyectos. Hay que diseñar toda una estrategia contrarrevolucionaria contra un adversario decidido al asalto. Abandonen, por favor, rencillas infantiles y céntrense en repeler el ataque bestial que nos viene del otro lado del Atlántico a la vez que nos viene uno armado desde Rusia.

Pilar sostenedor de todo eso tiene que ser una nueva emisión de eurobonos que financie la construcción de los activos europeos que son necesarios. Y en ese contexto será necesario, como subrayó un participante de la conferencia en un debate reservado, incumplir el delirante compromiso que los europeos asumimos en el triste pacto comercial del campo de golf trumpista en Escocia, aquel por el cual nos vinculamos a ingentes inversiones europeas en EE UU que son un delirio, que efectivamente producirían un refuerzo a cuesta de nuestro proprio dinero de las ventajas de una potencia adversaria. Ese dinero es necesario para crear assets europeos; no puede ser malgastado para amansar a la fiera estadounidense. No hace falta decirlo de forma explícita, pero hay que tener claro que no tenemos que hacerlo.

Hay que avanzar a toda máquina hacia el federalismo pragmático del que habla Mario Draghi, auténtico faro intelectual del camino europeo en las tinieblas de este tiempo. Hay que avanzar con toda la fuerza en el diseño de una estrategia que cortocircuite el esquema de ataque nacionalpopulista. No depende solo de la política. La sociedad civil está convocada a hacer su parte. Europa se enfrenta a la desaparición de su civilización. Sabemos quiénes la amenazan. Arremanguémonos, europeos.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS. Autor de la columna ‘La Brújula Europea’, que se publica los sábados, y del boletín ‘Apuntes de Geopolítica’. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Autor del ensayo ‘La era de la revancha’ (Anagrama). Es máster en Periodismo y en Derecho de la UE
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