Cómo evitar que nos arrastre la incertidumbre cuando todo nos supera
Cuando las noticias imposibles de procesar o nuestras circunstancias personales nos estrangulan, ¿cómo evitar que nos domine el estado de confusión o de impotencia?

Qué duro es afrontar la incertidumbre. Constantemente analizamos su magnitud, y aunque la percibimos como omnipresente, no siempre es fácil identificarla. Cuando nuestras suposiciones sobre el orden mundial se ven perturbadas es imposible proyectarse en el futuro. Muchas veces se manifiesta con crisis expresadas como derrumbe de ideales, violencia o angustiosos enunciados como: no puedo imaginarlo, no sé dónde estoy… Otras veces se vive como una saturación de noticias imposibles de procesar. Tal incertidumbre reduce a la persona a estados de confusión e impotencia, incapaz de activar su potencial creativo. Entonces, en medio de todo esto, ¿cómo encontrar una manera de vivir y volver a nosotros mismos sin dejarnos llevar?
“Para desenvolvernos con fluidez en un mundo incierto y ruidoso, nuestros cerebros se han convertido en maestros de la inferencia”, me dice Karl Friston, del University College de Londres. Este influyente neurocientífico inventó en los noventa una técnica estadística para analizar datos de experimentos de imágenes cerebrales. “Al intentar predecir constantemente las señales sensoriales que recibimos, aprendemos sobre el mundo que nos rodea y pensamos y actuamos en consecuencia. No es fácil, porque depende de la estimación simultánea del entorno y de nuestros estados internos fluctuantes o inferencia interoceptiva bayesiana”. El teorema de Bayes es una regla estadística que ayuda a entender cómo el cerebro combina de forma óptima datos sensoriales del momento con expectativas para llegar a una estimación. Nuestro cerebro tiene tendencia a procesar la información de manera deliberada y sistemática.
Las estructuras cerebrales donde sucede este proceso se llama red neuronal por defecto (DMN, por sus siglas en inglés). Esta red domina nuestra vida mental, incluso cuando el cerebro está en reposo. Se extiende como una aleta sobre el cerebro, con dos centros adicionales situados sobre las orejas. No solo es el epicentro de la autoconciencia y de la toma de decisiones, sino también la parte que nos habitúa a centrarnos en las tareas esenciales para la supervivencia. Sin ella tendríamos que volver a aprender cada día, lo que dejaría poco tiempo para otra cosa.
“Yo enfocaría la incertidumbre como atributo fundamental del comportamiento”, ahonda Friston. “Para comprender los datos, la incertidumbre y la entropía [digamos que el desorden] desempeñan un papel interesante, casi paradójico. Si me dieran datos y quisiera encontrar la mejor explicación de forma óptima, elegiría aquella con más incertidumbre, con más margen, la que mantuviera mis opciones abiertas. Esto se expresa a veces como la navaja de Ockham, que, curiosamente, implica no comprometerse con ninguna explicación compleja, acertadamente parafraseada por Einstein: mantén las cosas tan simples como sea posible, pero no más simples. Creo que eso explica la tensión en la paradoja de que, por un lado, no queremos minimizar la incertidumbre y, sin embargo, encontramos muy atractiva la oportunidad de minimizarla”.
Si consideramos la DMN como un conserje de atajos mentales que responde a cada experiencia con explicaciones y expectativas predeterminadas, ¿podría también ser la responsable de que mantengamos patrones rígidos de pensamiento que explicarían por qué a veces nos cuesta afrontar las cosas? Zindel Segal, profesor de Psicología en la Universidad de Toronto y pionero en la terapia cognitiva basada en atención plena o mindfulness, nos ofrece un enfoque en su libro Better in Every Sense (Little, Brown Spark), en coautoría con Norman Farb: “Nuestro cerebro está programado para valorar la certeza predictiva, pero, al mismo tiempo, inhibe la posibilidad de adquirir conocimiento mediante la sorpresa, que nuestras predicciones no siempre coincidan, que el mundo nos muestre cosas nuevas capaces de provocar cambios imprevistos y permanecer receptivos a ellos. Esto puede lograrse mediante la interacción con nuestro mundo sensorial”.
Segal explica que mantener abiertos los canales de información sensorial nos permite volver a nosotros mismos. Puede ser la palanca cuando nos sentimos arrastrados por la incertidumbre de las noticias o de nuestras propias circunstancias: “Si sales a caminar, puedes perderte en tus pensamientos o desviar tu atención e intentar encontrar cinco colores nuevos que no hayas visto o cinco olores nuevos, y así estarás activando el procesamiento sensorial. Evidentemente, no recomendamos que te quedes ahí, sería abrumador”.
Resulta gratificante descubrir que es posible atenuar la actividad de la DMN a través de la red de saliencia cuando algo capta nuestra atención. Su activación podría ser la señal para interrumpir la rutina y asimilar nueva información procedente de la parte sensorial del cerebro. Y la próxima vez que el estrés le desconecte del entorno, recuerde que la luz del día sigue ahí, que la belleza de las nubes o el canto de un pájaro están cerca, accesibles con un poco de intención… Eso también ayuda. Como Arquímedes en la tina, cuando sintió que el agua subía hasta igualar su peso y su bloqueo mental cedió, dicen que corrió desnudo gritando ¡eureka!
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