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El irresistible encanto de entablar conversación con un desconocido

Puede resultar aterrador… y también beneficioso para nuestro hedonismo, estado de ánimo y capacidad de explorar a los demás y a nosotros mismos

EPS 2549 INTRO PSICOLOGIA

¿Recuerdas la última vez que intentaste hablar con un desconocido? Cada día, la gente viaja en tren a las grandes ciudades y se sienta frente a frente sin hablarse. Desplazándose en autobús o metro por el centro, caminando por las aceras, en nuestras urbes pulula gente que parece intentar ignorarse. ¿Por qué estos agentes altamente sociales, con cerebros especialmente diseñados para conectar con los demás, a menudo encuentran razones para no hacerlo? Nicholas Epley, profesor de Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Chicago, propone que hay una ironía, casi cruel, en el hecho de que muchas personas experimenten una intensa soledad sin buscar conectar con los demás. Y concluye: “Entablar conversación con un desconocido tiene consecuencias hedónicas bien documentadas, pues aumenta el estado de ánimo, el bienestar y la simpatía por el interlocutor. La gente suele subestimar lo mucho que lo disfrutará, lo bien que se sentirá conectada y que el desconocido apreciará su interacción”. El verano es la época perfecta para tratar gente nueva y participar en actividades que te permiten conectar con otros.

Hablar con desconocidos puede ser aterrador. La incertidumbre sobre cómo responderán y la posibilidad de que te rechacen pueden desalentarte. En un mundo marcado por divisiones políticas, sociales, raciales o de género, hablar con desconocidos es más que un estímulo temporal: abre la puerta a otras mentes. El mecanismo subyacente es polifacético. En esencia, se trata de un fenómeno psicológico en el que experimentamos una sensación de tranquilidad y apertura, a menudo derivada de la ausencia de consecuencias a largo plazo, la oportunidad de autoexploración y la novedad del encuentro. Y no hace falta decir que también activa nuestro sexto sentido o la conciencia de que no todos los encuentros tienen un final feliz.

En psicoanálisis, el encuentro con un desconocido puede interpretarse como una oportunidad para explorar aspectos inconscientes e inexplorados de nosotros mismos. Pero también puede complicar las cosas: el inconsciente es el extraño que llevamos dentro y la inquietante extrañeza que el desconocido nos evoca puede ser un reflejo de nuestros propios conflictos internos y deseos reprimidos. Proyectamos en ellos fantasías, inseguridades o miedos; pueden hacer aflorar recuerdos o emociones de relaciones pasadas, o sentimientos de carencia e impulsos de compensarlos en el encuentro. “El extraño está dentro de nosotros. Y cuando huimos o luchamos contra él, también nos resistimos a enfrentarnos a nuestro propio inconsciente”, escribe la psicoanalista Julia Kristeva, y recalca que la extrañeza en nuestro interior es la condición última de nuestro ser con los demás.

Estar con los demás es absolutamente esencial para la salud física y mental. “Siempre me ha fascinado el hecho de que no hay estímulo más poderoso que el que nos da otra persona, ya sea conocida o desconocida, y lo mismo ocurre con los animales”, dice Catherine Dulac, profesora de Biología Molecular y Neurociencia de la Universidad de Harvard, que se ha dedicado a investigarlo. “Si le das a elegir a una rata entre cocaína y otra rata, elegirá la rata”. ¿De dónde viene esa necesidad? En un estudio publicado este año por su laboratorio en la revista Nature, se identificaron dos grupos especializados de neuronas en el hipotálamo del ratón y circuitos cerebrales asociados que orquestan la necesidad social y su consiguiente saciedad. “El comportamiento social es como otras necesidades fundamentales”, explica Dulac, que ha descubierto que los circuitos que regulan el comportamiento social obedecen a los mismos principios que los circuitos del sueño, el hambre o la sed. Por tanto, propone que, del mismo modo que no se puede privar a una persona de comida, no se debería despojar a los presos en régimen de confinamiento solitario de la necesidad biológica de interacción social. Para terminar, comenta: “A veces bromeo diciendo que mi trabajo es muy genético y molecular y que esto es ‘psicoanálisis molecular’, es decir, el estudio de los interruptores del comportamiento, los impulsos y las necesidades”.

Así que, este verano, enciende el interruptor y date permiso para iniciar una conversación abierta con un desconocido. Haz esa declaración de apertura para que otros se unan a ti en tu exploración y, al hacerlo, comparte un momento de conexión real. “Cada cual tiene sus encuentros simbólicos a lo largo de la vida”, escribía Julio Cortázar con motivo de un viaje a México. Y añadía: “A mí me pasa que me encuentro con lustrabotas en casi todos mis viajes, y aunque esos encuentros no son nada históricos, a mí me parecen simbólicos entre otras cosas porque cuando no estoy de viaje jamás me hago lustrar los zapatos y en cambio apenas cambio de país se me ocurre que uno de los mejores puestos de observación son los banquitos de los lustrabotas y los lustrabotas mismos”. Este es el poder de la reciprocidad.

David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.

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