Ir al contenido
_
_
_
_
La imagen
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El que se castiga a sí mismo

Santos Cerdán durante el Pleno del Congreso de los Diputados el pasado 10 de junio.
Juan José Millás

Cuando una conducta en apariencia inocente y privada da el salto a los manuales de medicina, hay que empezar a tomársela en serio. En mi clase de primero de bachillerato padecíamos de onicofagia 10 o 12 críos. Combatíamos de este modo la ansiedad de no entender las ecuaciones de segundo grado. Nos castigábamos por ello, lo que venía a ser un modo de poner la venda antes de la herida. Pero había placer en el castigo porque constituía un arte la utilización de los dientes (no todo el mundo usa los adecuados) y sobre todo porque llegábamos al límite del daño como en una forma de entrenamiento para las prácticas masoquistas del futuro. Nos preparábamos para sacar partido al dolor porque sabíamos ya entonces, a tan corta edad, que formaría parte de nuestras existencias. Algunos padres bienintencionados esmaltaban las uñas de sus hijos con una especie de barniz transparente y amargo que les acababa sabiendo mejor que una chocolatina. Tuve, de hecho, un compañero que nos daba a chupar sus dedos para provocarnos envidia. Si lograbas que te gustara aquel barniz, estabas preparado para todo.

La onicofagia, en todo caso, no suele darse en personas mayores, de ahí que nos llamara poderosamente la atención esta imagen. Si observan la mano izquierda de la persona fotografiada, comprobarán la sujeción a la que somete los dedos de la derecha para que no puedan defender al pulgar. Hay ahí mucho arte, mucha práctica, hay mucho miedo interior. Hay pánico, un pánico que quizá haya empezado a dar gusto al heautontimorumenos, que en griego significa “el que se castiga a sí mismo”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_