El que se castiga a sí mismo


Cuando una conducta en apariencia inocente y privada da el salto a los manuales de medicina, hay que empezar a tomársela en serio. En mi clase de primero de bachillerato padecíamos de onicofagia 10 o 12 críos. Combatíamos de este modo la ansiedad de no entender las ecuaciones de segundo grado. Nos castigábamos por ello, lo que venía a ser un modo de poner la venda antes de la herida. Pero había placer en el castigo porque constituía un arte la utilización de los dientes (no todo el mundo usa los adecuados) y sobre todo porque llegábamos al límite del daño como en una forma de entrenamiento para las prácticas masoquistas del futuro. Nos preparábamos para sacar partido al dolor porque sabíamos ya entonces, a tan corta edad, que formaría parte de nuestras existencias. Algunos padres bienintencionados esmaltaban las uñas de sus hijos con una especie de barniz transparente y amargo que les acababa sabiendo mejor que una chocolatina. Tuve, de hecho, un compañero que nos daba a chupar sus dedos para provocarnos envidia. Si lograbas que te gustara aquel barniz, estabas preparado para todo.
La onicofagia, en todo caso, no suele darse en personas mayores, de ahí que nos llamara poderosamente la atención esta imagen. Si observan la mano izquierda de la persona fotografiada, comprobarán la sujeción a la que somete los dedos de la derecha para que no puedan defender al pulgar. Hay ahí mucho arte, mucha práctica, hay mucho miedo interior. Hay pánico, un pánico que quizá haya empezado a dar gusto al heautontimorumenos, que en griego significa “el que se castiga a sí mismo”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
