Empeñados en deconstruirnos


A ver, la lavadora es un robot, lo mismo que la aspiradora o el lavavajillas. Pero no los tenemos por tales porque no se parecen a nosotros. Un robot robot debe tener cabeza, tronco y extremidades. Su obligación es replicarnos porque los seres humanos hemos venido al mundo a replicarnos para observarnos desde fuera, de ahí el éxito universal de los espejos. Ya nos vemos, dirán ustedes, en los hijos y en los hermanos y en los vecinos o en los jefes, pero para vernos bien, bien, necesitamos que en la réplica se dé un grado de otredad como el que escondemos en lo más profundo de nuestra psique. Esa sensación, la de ser otros pese a ser los mismos, solo puede reflejarla un humanoide. Lo que llena de gozo a la mujer que ofrece su mano al de la imagen es hallarse frente a la creación de esa doble fórmula en un trasto que anda como ella, que mueve los brazos como ella y que habla como ella, además de esconder un secreto en sus circuitos internos.
Los robots empiezan a comportarse como nosotros, aunque en el futuro seremos nosotros los que actuemos como ellos. Tal ha sucedido con ChatGPT, al que hemos comenzado a imitar después de que él nos imitara a usted y a mí. Los estudiantes copian ya sus trabajos escolares de los de esa IA, que empezó siendo una herramienta a nuestro servicio y que acabará siendo nuestro dueño (o dueña, no tengo ni idea). No pasa nada. Somos la única especie animal empeñada en entenderse, pero entenderse sin deconstruirse (o destrozarse) es imposible. De ahí también el éxito de la deconstrucción culinaria de Ferran Adrià.
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