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Alfredo Jaar, artista: “El arte es político. Cualquier creación humana contiene una dimensión ideológica”

‘The End of the World’ es la última obra del artista y activista chileno afincado en Nueva York Alfredo Jaar. Un título provocador, admite su creador, pero que también refleja el preocupante estado del planeta, sobre todo en lo relativo a la extracción de tierras raras y minerales críticos

Alfredo Jaar, artista

Alfredo Jaar (Santiago de Chile, 69 años) podría ejercer como el canario en la mina de este planeta en crisis. Cuando nadie prestaba atención a las problemáticas asociadas a la extracción de tierras raras y minerales críticos, el artista chileno ya estaba trabajando en una obra sobre el tema, un grisú de proporciones inabarcables. Jaar no está muerto, pero anda tremendamente alarmado ante la situación geopolítica que se desprende de este rompecabezas. De ese miedo surge The End of the World (el fin del mundo), la pieza que exhibió hasta el pasado 1 de junio en KINDL, una antigua fábrica de cervezas del barrio berlinés de Neukölln reconvertida en espacio para la creación contemporánea, y que podrá volver a verse en Bruselas, en la galería La Patinoire Royale Bach, a partir del próximo 4 de septiembre. Más adelante recalará en el Museo Oscar Niemeyer de Curitiba.

'The End of the World', de Alfredo Jaar, un pequeño cubo de cuatro centímetros de lado hecho de capas de 10 minerales críticos.

“El nombre es una provocación, pero los últimos meses han confirmado la lógica de la obra”, reconoce sentado ante los ventanales de la cafetería de KINDL. “Cuando Trump le pide al presidente Zelenski que pague con tierras raras por lo que ha hecho EE UU por Ucrania o cuando pretende anexionarse Groenlandia, todo apunta hacia el mismo lugar. Soy muy cartesiano y leo las noticias a diario y no veo otra salida: es el fin del mundo”. Arquitecto, fotógrafo, cineasta y activista, es el artista chileno contemporáneo más reconocido internacionalmente: obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas de Chile en 2013 y ha participado en las Bienales de Venecia, São Paulo y Whitney, además de en la Documenta de Kassel. El mes pasado fue galardonado con la Medalla Edward MacDowell, un reconocimiento que anteriormente han recibido Jasper Johns, John Updike o Norman Mailer.

Jaar, que reside en Nueva York desde 1982, comenzó a hacerse un nombre en el mundo del arte con Gold in the Morning, una serie de fotografías de una mina de oro en Sierra Pelada (Brasil) que supuso un primer embrión para este proyecto. Fue el momento en el que se percató de las consecuencias de la minería en los países del sur y de la explotación de sus recursos por parte de empresas y Estados como China, EE UU o Rusia.

“Llegué a Nueva York escapándome de la dictadura militar. Quería ser artista y tenía claro que ahí estaba el centro del mundo del arte”, rememora. Allí descubrió que, a pesar de su prestigio, ese ambiente le resultaba muy provinciano. “En los ochenta, cualquier exposición estaba copada por estadounidenses y alemanes. No había ningún latino­americano, africano o asiático. Y las temáticas eran hacia dentro: todos se miraban el ombligo. Me preguntaba: ¿Dónde está el mundo? Mi estrategia fue traer el mundo a Nueva York”. Aunque admite que con ese proyecto no estaba pensando en el planeta. “Estaba más interesado en cómo esos trabajadores eran explotados de manera miserable”.

“Nunca me había preocupado por el tema ecológico, pero en la última década me empecé a sentir culpable. Me di cuenta de que tenía que hacer algo al respecto”, concede. Así nació este proyecto que tiene detrás una investigación de cinco años. Una instalación específica para el Kesselhaus de KINDL, una gigantesca sala cúbica con un techo de 20 metros. En medio de ese espacio posindustrial, un diminuto cubo de cuatro centímetros de lado compuesto por capas de 10 materias primas (cobalto, tierras raras, cobre, estaño, níquel, litio, manganeso, coltán, germanio y platino), tan escasas como vitales para la digitalización, la electromovilidad y la industria militar.

“Hay más minerales involucrados, pero estos son los más importantes”, explica. “Yo no soy experto en el asunto, yo soy un artista conceptual. Y un artista conceptual no tiene talento para nada, no sabe de nada. Trabajamos con ideas y buscamos a especialistas. Yo encontré a Adam Bobbette, un geólogo político, el único que existe en la actualidad”, declara. La obra viene acompañada por un demoledor ensayo de Bobbette, profesor de la Facultad de Ciencias Geográficas y de la Tierra de la Universidad de Glasgow, que desvela las consecuencias sociales, políticas y económicas de esta minería. Una lectura incomodísima que arranca con un bofetón. Tal que así: “El cambio climático es una guerra por los recursos. Los conflictos se intensifican para desarrollar tecnologías renovables. El afán por extraer minerales preciosos contribuye al genocidio. Las empresas mineras se benefician de la destrucción ecológica y la devastación de las comunidades negras, mestizas e indígenas. La transición energética es colonialismo (…). Vivimos otra revolución industrial, una recreación traumática del pasado donde la tectónica de placas geopolítica está cambiando. Estamos al borde de un mundo nuevo y aterrador”.

Alfredo Jaar en su exposición 'The end of the world' en Berlín. El artista chileno reivindica la dimensión política y social del arte.

Jaar asiente y cierra los ojos, como dialogando con su interior. “La primera sensación es de impotencia, pero hay que pasar esa barrera y pensar qué se puede hacer”, reflexiona. “Cuando Trump le impuso a China un arancel del 34%, todos los medios recogieron la respuesta china de contraatacar con otro 34%. Aunque esa solo fue la segunda reacción de Pekín. La primera fue prohibir la exportación de siete elementos de los que componen las tierras raras. Ellos saben que tienen la sartén por el mango. Poseen el 80% de las tierras raras del planeta. Y sin ellas no se pueden fabricar computadoras, ni teléfonos ni baterías eléctricas. Por eso titulé la obra así. Porque me di cuenta de que la posición privilegiada de China respecto a estos minerales iba a obligar a Estados Unidos a provocar una guerra por Taiwán. Porque allí es donde se produce la mayoría de los microprocesadores de alta calidad. Es un conflicto que se viene, no queda otra: EE UU no sobrevive sin Taiwán y sin tierras raras”.

Mucho de lo que rodea a estos materiales está asociado a violaciones de los derechos humanos y a la destrucción del medio ambiente. Bobbette afirma en su ensayo que todos nuestros teléfonos inteligentes contienen cobalto extraído mediante mano de obra infantil. Además, este es un elemento tóxico que acaba matando a muchos de los niños que trabajan en las minas de la República Democrática del Congo, el primer productor global. “Este es uno de los ejemplos más dramáticos”, reconoce Jaar. “El Congo es un país pobre y la abundancia de esas excavaciones ha atraído a todo tipo de trabajadores. El cobalto es otra demostración de que China es la que domina la situación, con el 80% del suministro total. Los yacimientos están en el Congo, pero China es la propietaria”. Algunos de ellos están protegidos por mercenarios rusos del Grupo Wagner a cambio de un porcentaje de los beneficios. “Se puede hablar de una mafia respecto a estas minas, sí”, confirma tajante.

También describe cómo China y EE UU han tenido estrategias divergentes. En 2013, Pekín creó la llamada Iniciativa Franja y Ruta (Belt and Road Initiative, en inglés), una estrategia global para el desarrollo de infraestructuras y la cooperación internacional, firmada por más de 150 Estados. Una nueva ruta de la seda. “China llega a un país como el Congo y dice: ‘Vamos a construir el aeropuerto, carreteras, hospitales, puertos…’. Y a cambio demanda ciertas materias primas”, expone. Al principio son acuerdos comerciales muy favorables para esas naciones, pero a largo plazo el beneficiado es el gigante asiático. “Lo hacen para ganar influencia internacional y porque tuvieron la visión de conseguir esos minerales. Durante este tiempo, EE UU ha participado en una docena de guerras en Oriente Próximo: Irak, Afganistán… Han muerto más de cuatro millones y medio de personas y han gastado billones de dólares”.

Proceso de trabajo de la obra 'The end of the world' a cargo de Jaar en su estudio de Chelsea, en Nueva York.

Cuenta que cuando nació Tesla fue pionera en apostar por los coches eléctricos y tuvo un éxito brutal. Hace tres años que BYD, su rival china, lo ha superado. “En 2024, Tesla vendió 1,8 millones de unidades. Ese mismo año BYD vendió 4,4 millones. Y a mitad de precio”, indica. Groenlandia, que Donald Trump quiere anexionar, es otra de las grandes reservas de cobalto y tierras raras. “Por todos lados veo conflictos potenciales a los cuales no les veo la salida sin violencia”, concluye.

La extracción de tierras raras, básicas para teléfonos y semiconductores, es sumamente contaminante. Y mortal para muchos de sus jornaleros, como en la región china de Mongolia Interior. “En los años sesenta, setenta y ochenta, en Europa y EE UU había minas de tierras raras, pero cuando el movimiento ecologista comenzó a ganar terreno, se cerraron por razones medioambientales”, apunta. “Y tenían razón en hacerlo. Pero China nunca tuvo conflictos con ecologistas porque es una dictadura. Decidieron que les daba lo mismo el planeta y la pobre gente que extrae estos recursos. Por eso hoy en día China se encuentra en esta situación privilegiada. Es una ironía extraordinaria”.

Otro elemento fundamental para la transición energética es el litio (utilizado en las baterías recargables de vehículos), del cual las empresas chinas controlan el 80%, lo que supone otra fuente de tensiones. Para Jaar, uno de los objetivos de Rusia al invadir Ucrania era hacerse con uno de los mayores yacimientos de litio de Europa, además de las minas de manganeso en el Donbás. “Ucrania tiene la mayoría del litio del continente. Y si miras el territorio que ya controla Rusia, es justo la zona donde está ese mineral. Cuesta creer que Putin no estuviera pensando en eso para desencadenar la guerra”.

Según el ensayo de Adam Bobbette, la mayoría de estos materiales se extraen en regiones africanas o latinoamericanas devastadas por el colonialismo europeo y estadounidense durante los siglos XIX y XX. Y ahora esos países son nuevamente colonizados por empresas chinas o por el propio Estado chino. Todos formamos parte de ese sistema. “No hay escapatoria”, se lamenta. “Es la paradoja y la tristeza. Estas nuevas tecnologías aportan al bienestar, pero la extracción de esos elementos es devastadora para el ser humano y el planeta. ¿Cómo encontrar el equilibrio? No tengo la respuesta”.

El artista chileno Alfredo Jaar.

Jaar, que nunca quiso pedir la ciudadanía estado­unidense por su apoyo al golpe de Estado en Chile, ha decidido abandonar EE UU después de cuatro décadas. “No quiero vivir bajo la dictadura de Trump”, proclama. “Viví la dictadura militar, así que puedo decir con seguridad que cuando veo lo que está ocurriendo allí, reconozco el fascismo al instante. Estudiantes siendo deportados por expresar sus ideas: eso me recuerda al Chile de Pinochet. Están expulsando a gente por expresar su resistencia al genocidio en Gaza. Es inaceptable”.

Su taller en Nueva York pronto quedará vacío. Aún no ha decidido adónde irá, aunque apunta a Europa, para estar cerca de su hijo, el músico Nicolás Jaar. Otro más en la lista de científicos, profesores y artistas que ya han resuelto emigrar tras la victoria de Trump. “Lo predije un año antes y muchos creían que estaba loco”, recuerda. “El último año de Biden mató la libertad de expresión. En los campus comenzó a haber acampadas contra el genocidio en Gaza y el Gobierno envió a la policía para disolverlas. Llamé a antiguos alumnos en diferentes Estados donde había dado clases y les pregunté por las elecciones. Me decían: ‘Trump va a ser un monstruo, mucho peor que Biden y Harris, pero no podemos votar por ellos por lo que han hecho. La libertad de expresión es lo único que tenemos”.

La familia de Jaar es de origen palestino. “Somos la cuarta generación en Chile y es un tema demasiado doloroso. Nunca había querido ir para no ver el estado de apartheid que se vive en Palestina. En 2022 finalmente pasé una semana allí y fui testigo del horror. Desde entonces he estado paralizado. Es mi gran desafío profesional”. No duda en calificar como genocidio lo que está sucediendo. Sin embargo, reniega del término “artista político”. “Todo arte es político. Cualquier creación humana contiene una dimensión ideológica. Creo en la capacidad política y social del arte. Si una obra no tiene esa capacidad, la denomino decoración”.

Hace escasos meses, “el reloj del fin del mundo” situó la humanidad a solo 89 segundos del apocalipsis, según los cálculos de un comité de expertos de la Universidad de Chicago que alerta sobre lo cerca que está la humanidad de su autoexterminio. Jaar asegura que vivimos el momento más oscuro que haya conocido. “Jamás he sido optimista. Creo en Gramsci, que pasó años en las prisiones de Mussolini. Ofrecía una fórmula para sobrevivir: era pesimista por intelecto y optimista por voluntad. Siempre he utilizado esa lógica: cuando observo lo que sucede, soy muy muy pesimista, pero mi voluntad tiene que ser optimista. Si no, me pego un tiro y hasta ahí he llegado”.

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