Pájaros que revolotean, flores que se abren, hojas que caen... Dentro del taller de Van Cleef & Arpels
Entramos en el taller de la firma de joyería en la plaza Vendôme de París para ver trabajar sus artesanos y conocer el legado de la ‘maison’ de mano de su directora de patrimonio, Alexandrine Maviel-Sonet


En los días en que Marlene Dietrich rodaba El ángel azul (1930) se hizo con una pulsera jarretière de 73 rubíes de Van Cleef & Arpels. La actriz fue fotografiada muchas veces con aquella pieza gigantesca y dramática. Se conservan imágenes suyas con la joya del rodaje de Pánico en la escena, de Alfred Hitchcock (1950), y en los Oscar de 1951. Se cree que la conservó hasta su muerte. Casi un siglo después, un día de mayo de 2023, saltaron las alarmas en los talleres de Van Cleef & Arpels cuando Christie’s anunció la subasta del joyero de la interiorista Anne Eisenhower: la pieza principal era la legendaria pulsera de rubíes de la Dietrich. La decisión de los joyeros parisienses era firme: la pieza tenía que volver a casa.
Alexandrine Maviel-Sonet, directora de Patrimonio y Exposiciones de la maison, llevaba tiempo con la joya bien identificada. Parte de su trabajo consiste en conocer al dedillo la historia de la casa, documentar las piezas icónicas, rastrearlas por el mundo y esperar. En aquella subasta de Christie’s nadie apostó más alto que el enviado de Van Cleef & Arpels y la pulsera se recuperó en junio de 2023. Fue presentada al público por primera vez tras la subasta en Singapur en 2024.

“No sucede todos los días, pero cada semana o cada mes recuperamos alguna pieza para el patrimonio de Van Cleef”, explica Maviel-Sonet, que tiene la misión de custodiar y hacer crecer una colección que empezó Jacques Arpels en la década de 1970 y que ya tiene 3.000 piezas. Tiene un don para moverse entre grandes subastas y ventas privadas. El resto es conocimiento, un ojo entrenado y que le pasen buena información.
“La idea de recuperar el patrimonio era vanguardista en los años setenta, ahora nos damos cuenta de la relevancia que tiene como testimonio del saber hacer de la casa. Jacques [Arpels] empezó comprando y recuperando las piezas que podía encontrar y nosotros seguimos trabajando del mismo modo”, explica Maviel-Sonet en la tienda parisiense de la firma, en una esquina de la plaza Vendôme, frente al Ritz. Abajo está la casa de perfumes de la maison, donde abrió la primera tienda de Van Cleef en 1906.

Maviel-Sonet define su trabajo como una búsqueda a ciegas pero con cierta estrategia. “Nunca buscas en una sola dirección porque ni siquiera sabes dónde está la pieza o quién es el dueño. Monitoreamos todas las ventas del mundo, aunque tampoco compramos todo. Nuestra estrategia es recuperar las joyas verdaderamente significativas de la casa desde 1906, y seleccionamos lo que fue emblemático en cada década”, expone.
En los archivos de Van Cleef cada pieza va acompañada por los dibujos que se hicieron en su día para establecer sus diseños y sus movimientos y hasta por las facturas de sus primeros compradores. La responsable del archivo muestra carboncillos que tienen casi un siglo y dan fe del espíritu innovador de una joyería que entonces ya patentaba ingeniosos cierres invisibles y pulidos ideados por los mejores artesanos de su época.

“Otra de nuestras misiones es transmitir internamente todo ese savoir faire. Intentamos compartir todos los secretos de ingeniería que hay detrás de una hoja que se mueve con gracia o de un cierre que se confunde con el terciopelo de una prenda”, cuenta Maviel-Sonet. Cada vez que el departamento creativo empieza una nueva colección tiene que desempolvar dibujos y manuscritos para que los diseñadores estudien cómo se resolvían algunos desafíos técnicos a principios de siglo que permitían crear piezas que parecían tener pálpito y vida propia.
Van Cleef & Arpels es una de las pocas casas joyeras clásicas que aún mantiene sus talleres de alta joyería en la Place Vendôme, la plaza parisiense donde se concentraron los mejores joyeros del mundo en el siglo XIX. Hoy la mayoría de las marcas mantienen allí sus tiendas pero se han llevado los talleres al extrarradio. Para entrar hay que pasar puertas blindadas y firmar acuerdos de confidencialidad. Vamos a ver trabajar a unos 50 artesanos —mains d’or los llaman— que dominan técnicas de engarces ocultos y secretos, verdaderos prodigios de la ingeniería patentados por Van Cleef. Aquí se pule y engasta en silencio sobre mesas antiguas de madera para replicar una manera minuciosa de hacer las cosas propia de tiempos menos acelerados.

Entre los artesanos más valorados están los que dominan el mystery set (engaste misterioso), una de las sofisticaciones técnicas más conocidas de Van Cleef, patentada en 1933. Es una técnica de engaste de gemas en la que no hay ninguna pieza de metal visible. El efecto es una nube de diamantes o rubíes que parecen flotar en el aire sin sostén alguno. Se consigue empleando una red de hilos de oro o platino de menos de dos décimas de milímetro de ancho que funcionan como rieles sobre los que se colocan una a una las piedras hasta cubrir toda la superficie. Solo un puñado de artesanos en el mundo dominan esta técnica.
A continuación, pasamos al taller de la técnica de pulido, donde un gran espejo recuerda exactamente cómo debe ser el resultado final: la pieza debe reflejar la luz con la precisión de un espejo. Finalmente vemos trabajar la técnica del zip, todo un prodigio de la orfebrería que permitió crear en los años cincuenta el collar zip que se abría y cerraba como una cremallera.



Estos artesanos dominan la magia que hizo posible las piezas art decó de Van Cleef que fascinaron al mundo en la década de 1920, los collares transformables que podían alargarse o acortarse, convertirse en cinturones, en broches o en pulseras que datan de los años treinta, o las joyas con movimientos orgánicos y naturales de los años cuarenta. “Mantenemos el savoir faire pero evolucionamos haciendo piezas más ligeras con materiales modernos”, aclara Maviel-Sonet, que acaba de recuperar otra joya para la colección de patrimonio: un pequeño broche de 1945 que tiene un pájaro con un movimiento asombroso, pues gira sobre sí mismo. El movimiento es una seña de identidad de Van Cleef: pájaros que revolotean, flores que se abren, hojas que caen… Los artesanos nunca dejan de aprender y asombrarse del ingenio de sus antecesores en la casa y Alexandrine Maviel-Sonet tiene que dejarles revisar una y otra vez los archivos. “Todo ya está dicho aquí”, dice.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
