Cada ejército quiere su dron (también el español)
Europa ha iniciado su propia carrera armamentística tecnológica. Visitamos en Sevilla una de las empresas que venden vehículos aéreos no tripulados al Ejército español.


Ocurrió el 1 de junio a plena luz del día. Al menos seis camiones civiles aparcados al lado de cinco bases militares rusas se abrieron gracias a un control remoto liberando un enjambre de 117 drones ucranios. Los aparatos, de menos de medio metro de largo y movidos por cuatro hélices, eran controlados por operadores localizados en Ucrania, en algunos casos, a 4.000 kilómetros de su objetivo. Los drones, bautizados Osá (avispa en ucranio), solo tenían una autonomía de vuelo de 15 minutos. Sin embargo, fue suficiente para infligir un daño multimillonario al enemigo. Según los servicios de inteligencia ucranios, la llamada Operación Telaraña acabó con 41 aviones militares rusos, lo que supondría 7.000 millones de dólares de pérdidas. Algunos de los aviones destruidos fueron los temidos TU-22M3, aviones supersónicos que desde el comienzo de la invasión de Ucrania por parte de Rusia han estado bombardeando a la población civil con sus misiles. Si hacemos una comparativa de gastos, un TU-22M3 cuesta unos 100 millones de dólares y puede transportar una ojiva nuclear de hasta 1.000 kilotones (la bomba lanzada sobre Hiroshima fue de 16 kilotones). Un dron Osá cuesta 500 dólares y no puede llevar una carga superior a 3,3 kilos de explosivos.
La Operación Telaraña, que llevaba planeándose más de un año, dejó claras dos conclusiones. La primera es que, en un contexto de guerra asimétrica, el país más pequeño puede infligir un daño descomunal a un país más poderoso si actúa con audacia y exprimiendo al máximo sus oportunidades. La segunda: la guerra con drones ya está aquí. Parafraseando al escritor Antón Chéjov, que sostenía que si un arma aparece en una escena quiere decir que será usada en algún momento, si la tecnología de los drones está al alcance de gobiernos y otros actores no estatales, sin duda será aprovechada.


“Es muy interesante ver siempre en el debate de tecnología y poder si primero va la tecnología o primero va el poder. Mi visión es que siempre hay tecnologías encima de la mesa que están disponibles, pero que necesitas el acicate de una contienda para que de repente traccione”, apostilla Bernardo Navazo, analista de riesgo geopolítico y director de la empresa consultora Geopolitical Insights. En el caso de los drones militares, antes de que empezase la guerra en Ucrania ya habían sido usados en otros conflictos. Pero no se habían convertido en parte indispensable de las batallas hasta ahora. “Obama, cuando quiere hacer asesinatos selectivos, se inventa los Predator, que son, de facto, aviones no tripulados. Son muy útiles para lanzar desde una base en Dubái o en Oriente Próximo, recorrer 1.000 kilómetros, realizar un impacto preciso y regresar. Nada de casualties, nada de ataúdes que regresan a casa”, explica Navazo.
Un sistema Predator, que incluye cuatro drones y una base de tierra, salía en la primera década de 2000 por unos 12 millones de dólares. Tenían una autonomía de 24 horas y alcanzaban hasta 1.100 kilómetros de distancia. Fueron, en esos años, una auténtica revolución militar. Se usaron para matar a Anwar al Awlaki, jefe de célula de la rama de Al Qaeda en Yemen en 2011, y fueron claves en la vigilancia previa a la muerte de Osama Bin Laden en 2011. Cada país quiso tener su propio Predator. El Reino Unido, Francia e Italia compraron varios, aunque de un modelo posterior llamado MQ-9 Reaper. España también compró cuatro unidades del mismo modelo, aunque los pidió desarmados y solo para labores de vigilancia. En 2023, el Ejército del Aire y del Espacio confirmó oficialmente su intención de armarlos y a principios de junio de este año se conocía que el Pentágono había adjudicado un contrato para que se armen en 2027. Por primera vez, España tendría drones armados entre sus defensas. ¿La razón? El mundo ha cambiado.


En medio de un calor sofocante y récord para ser finales de junio, en un hangar del Aerópolis de Sevilla, descansa un dispositivo de unos seis metros de envergadura con cuerpo de fibra de carbono. De lejos parece la maqueta de un avión al que le faltan las ventanas de los pasajeros y unos parabrisas para los pilotos. De cerca, lo que a primera vista parecía un avión grande de juguete tiene, debajo de sus alas, cuatro misiles largos y finos de color azul marino. Cada uno de los misiles, llamados Fox, tienen la capacidad de destruir un carro de combate no blindado. El avión, en realidad un dron de clase I, es decir, ligero, es un Tarsis W desarrollado por la empresa Aertec y probado por el Ministerio de Defensa español en el programa Arpa con la intención de armar dispositivos pilotados remotamente de su clase. Los Tarsis, una familia de tres hermanos consistentes en el ISTAR, el W o armado y el VTOL (de despegue y aterrizaje vertical), han sido desarrollados en Sevilla utilizando tecnología propia de Aertec. Por el momento, el dron y sus misiles siguen probándose por el Ejército y no han sido aún adquiridos por el ministerio, que, en cambio, sí ha comprado a la misma empresa a su hermano gemelo ISTAR, con las mismas características físicas pero no armado sino equipado con una cámara de vigilancia.
Pertenecen al primer grupo de drones de clase I que el Ejército español ha incorporado a su arsenal. Según explica Pedro Becerra, director general de aeronáutica y defensa de Aertec, un dron de esta categoría se caracteriza por tener un peso de 150 kilos, volar a baja altitud y tener un alcance corto. Un dron de categoría II pesa hasta 600 kilos, vuela más alto y alcanza objetivos a mayor distancia. Un ejemplo de dron de esa categoría sería el español Sirtap, desarrollado por Airbus, adquirido por el Ejército y en pruebas en este momento. Un dron de categoría III sería un Reaper como los que España va a armar: potente, con mucha autonomía, de largo alcance. Por supuesto, cuanta más categoría, más alto es el precio.


Los drones ucranios usados en la Operación Telaraña no tienen nada que ver con el Tarsis o el Sirtap. Ucrania, al tener que adaptarse rápidamente a un conflicto, no ha tenido tiempo de desarrollar una tecnología más avanzada como sí están pudiendo realizarla los países donde hay paz. “Lo de Ucrania son drones casi domésticos a los que se les pega una carga de explosivos y los disparas”, explica Navazo. En el caso de esos drones, aunque sirven para paralizar el avance de tropas y también para infligir daño a los aviones en tierra, son drones de un solo uso o kamikazes porque explotan cuando hacen estallar su carga. Los Tarsis, por los que el Ministerio de Defensa español ha pagado nueve millones de euros para tres sistemas —lo que significa que se han comprado nueve drones y tres sistemas de tierra con los que controlarlos—, vienen con un programa que permite al dron ejecutar órdenes programadas en el caso de ser interceptado o manejado digitalmente por el enemigo. La última de las órdenes, cuando todo falla, es la autodestrucción: el dron se estrella contra el suelo.
“Están siendo incorporados al Ejército de Tierra para observar el alcance de artillería. Tienen riesgo cero para las vidas humanas y hasta más de 150 kilómetros de alcance. A esas distancias es difícil detectar objetivos, así que se usan para eso o bien para detectar dónde están cayendo los disparos, para que las unidades puedan corregir y tener más precisión”, explica Becerra. Hasta ahora, ninguno de los nueve drones adquiridos por el ministerio ha sido probado en un campo real de combate, solo en pruebas y entrenamientos. “No tiene mucho sentido utilizar para observación de artillería a 50 kilómetros un sistema muy costoso, como un clase II o un clase III. Es suficiente con estos”, justifica Pedro Becerra. Sin embargo, sí ha sido probado el modelo no armado por el Ejército de Colombia, el primer cliente de los Tarsis de Aertec allá por 2016, cuando en España no interesaba aún echar los drones al cielo. “En aquel entonces, hablar de drones armados estaba prohibido en España y en Europa en general. Era muy políticamente incorrecto. Desafortunadamente, eso ya ha cambiado bastante”, recuerda el experto de Aertec.


Es en las propias instalaciones de esta compañía donde se desarrolla el sistema informático con el que se controla el dron desde tierra, los chips electrónicos que lleva el aparato, el diseño completo y hasta las simulaciones de vuelo. Antes de acceder al hangar donde hay varios Tarsis montados y a medio montar, una sala pecera de cristal cerrada para mantener unas condiciones especiales de limpieza y humedad alberga a varios técnicos que trabajan con los cables del aparato. Al salir, siguiendo por un pasillo, una puerta que se abre con una tarjeta especial a la que tienen acceso solo 15 personas de los 110 trabajadores de Aertec lleva a una sala de aspecto anodino con ordenadores y trabajadores sentados delante de las pantallas. En la sala no se pueden realizar fotografías. Nada más entrar, encima de una robusta mesa de trabajo, reposa el motivo: un misil planeador de casi un metro de largo equipado con un guiado láser y autonomía de vuelo, alcance de 25 kilómetros y capacidad para destruir un tanque. El misil no está hecho para ser llevado por ningún Tarsis sino para el Sirtap, el dron de clase II desarrollado por Airbus. Así, todos los drones de los que dispone el Ejército podrán ser drones armados. Aertec, que desde su fundación se ha dedicado a suministrar equipos de electrónica a Airbus y que también se dedica a la planificación de aeropuertos, ha decidido sumarse a la carrera armamentística junto con la española Instalaza, que es la que pone el explosivo dentro del misil. En Europa, cada país está embarcado en su propia carrera.
“Europa, durante mucho tiempo, ha estado discutiendo acerca de las implicaciones éticas de la tecnología aplicada a defensa y la IA aplicada a defensa, pero el resto de los bloques del mundo no, el resto lo ha desarrollado y lo aplica. Lo que no podemos hacer es quedarnos de brazos cruzados. Es más una decisión que una capacidad”, apunta José Ramiro Martínez de Dios, catedrático de la Universidad de Sevilla y director del Centro de Innovación en Vehículos Aéreos no Tripulados. “El presupuesto de defensa de todos los países de la Unión Europea sumados es bastante grande, pero es poco eficiente porque en Estados Unidos hay un carro de combate, un modelo de tanque, y en Europa hay muchos más. Casi cada país quiere tener su desarrollo. Ahora se ha lanzado un programa de carro de combate europeo que pretende solventar lo que ocurre”, explica Becerra. En el ámbito de los drones, hasta ahora el acuerdo que se ha alcanzado es el de fabricar el EuroDrone, un proyecto entre España, Francia, Alemania e Italia para construir un gran dron europeo de clase III para sustituir a los Reaper americanos. Pero para drones ligeros como los Tarsis de Aertec, cada país tiene su proyecto y no pone en común el conocimiento adquirido. “No somos un país, somos una unidad europea. Claro que en todos los países se están repitiendo cosas, muchas veces. Cada uno busca su autonomía”, argumenta Becerra. “Como Unión Europea nos hemos dado cuenta de que de EE UU no nos podemos fiar al 100%. Sus intereses son contrapuestos. Ellos están interesados en China. Nosotros lo que queremos es defendernos de Rusia”, explica Navazo.
Para defenderse de Rusia, lo que Europa quiere poner en funcionamiento es el proyecto Drone Wall, un muro invisible contra los drones en la frontera este de Europa. A finales de junio, España se comprometió a proporcionar a la OTAN sistemas de defensa antidrones para cumplir con los objetivos acordados. En el Ministerio de Defensa ya usan un sistema antidrones llamado Cervus III, de la empresa española TRC, que neutraliza cualquier dron detectado en un rango de cuatro kilómetros desde su emplazamiento. El sistema también está desplegado ya en Eslovaquia. “Estamos entrando en un entorno de guerra híbrida. Ya no me imagino los tanques entrando por los Pirineos. En España estamos avanzando, pero el malo tiene más dinero que nosotros. Sus movimientos, sobre todo en ciberataques, vienen de Rusia o de China. Lo que también estamos viendo son unos movimientos que nos llaman la atención y no nos cuadran mucho, y que vienen del sur”, explica Alfredo Estirado, director de TRC. Inventada la tecnología, el antídoto tampoco ha tardado en llegar.
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