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Dentro de un taller de drones camuflado, a un paso del frente en Ucrania

Una decena de militares trabajan desde una casa-taller para transformar en armas de ataque los aparatos de uso civil que les llegan del Gobierno o entidades privadas

Vadim (izquierda) y Serhiy manipulan drones civiles para convertirlos en armas con las que atacar a los rusos en una vivienda convertida en taller cerca del frente de Donetsk, el pasado 14 de mayo.
Luis de Vega (enviado especial)

Una casa cualquiera de un pueblito cualquiera del entorno del frente de Pokrovsk (región de Donetsk, en el este de Ucrania) se ha convertido en un centro de adaptación de drones para el combate. Imposible adivinar a simple vista desde fuera qué se cuece dentro. Instalaciones de este tipo crecen como champiñones para abastecer las crecientes necesidades del ejército ucranio, especialmente de las cinco unidades especializadas en armamento aéreo no tripulado que conforman una línea defensiva de cientos de kilómetros de largo que trata de ser de nuevo parapeto frente a la ofensiva del invasor ruso.

El proyecto fue presentado al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, en febrero. “Hay días que entregamos hasta un centenar [de drones], aunque lo normal es en torno a una veintena”, explica Flint (nombre de guerra), de 46 años e integrante de la 68 Brigada, rodeado de herramientas, aspas, motores, cables, cajas de cartón, impresoras 3D y cachivaches de todo tipo. Un caos controlado en medio del mobiliario de las distintas dependencias por el que apenas hay espacio para moverse.

Hasta esta vivienda, los drones llegan tanto del Gobierno como de entidades privadas. Entran como aparatos de uso civil y salen listos para atacar posiciones rusas. No se trata de alta tecnología de armamento, sino de alta necesidad de consumo inmediato. El empleo de este tipo de aparatos no tripulados de bajo coste se ha disparado. La inmensa mayoría son de los pequeños drones kamikaze FPV (siglas en inglés de First Person View, por la cámara que llevan con visión remota). Se lanzan contra el enemigo para que estallen sin posibilidad de regreso o reutilización.

Hasta una decena de personas trabajan en esta casa-taller que no deja de crecer ante las necesidades que impone el conflicto. Básicamente, lo que hacen es adaptar el sistema de control, así como la señal de vídeo y la de radio de los drones. Es una tarea de media hora en cada uno de los modelos básicos, señala Vadim, de 41 años, que antes trabajaba en una oficina de componentes informáticos en Jmelnitski. Aunque la mayoría son kamikazes, en algunos casos se les instala una pinza en la parte inferior que puede soportar hasta kilo y medio de peso. Lo normal es que esa pinza sirva para transportar un artefacto explosivo que se deja caer desde el aire sobre el objetivo señalado antes de traer de vuelta al aparato a la base. En otros casos, se emplean para enviar medicinas, agua, comida, munición o baterías a lugares inaccesibles por tierra.

Miembros de la unidad Aquiles, especializada en drones, con un aparato no tripulado en el frente de Járkov el pasado 13 de mayo.

En todo caso, en el taller manipulan también drones de mayor dimensión que permiten llegar a distancias superiores y cargar con más peso, como muestra Serhii, de 31 años, de la región de Zitómir. Con ellos, detalla este exempleado en una empresa de equipamiento médico, consiguen golpear en zonas más allá de las posiciones rusas, de hasta una veintena de kilómetros, y dañar objetivos de mayor calado, como instalaciones logísticas.

Las mejoras que se implantan evolucionan de manera constante y los cambios se van quedando obsoletos por la permanente competencia entre rusos y ucranios en la batalla de los drones, comentan los trabajadores que los manejan. En la escena bélica, el objetivo de los militares de uno y otro bando es captar e interferir la señal de vídeo y de radio de los aparatos enemigos. “Esta competencia supone una carrera constante, es como el juego del gato y el ratón”, resume Flint, originario de la región occidental de Lviv y que antes de enrolarse en el ejército era diseñador gráfico. El militar recuerda que cuando el taller abrió el año pasado los drones casi iban directamente al frente recién desembalados sin apenas hacerles mejoras.

Son conscientes de que tienen enfrente a una maquinaria estatal como la rusa, con muchos más recursos a todos los niveles, destaca Serhii, que llegó al taller tras haber sido primero piloto de drones. “Nosotros tratamos de buscar nuestras propias soluciones a los problemas y necesidades que plantea la guerra moderna y tratar así de facilitar el trabajo de la infantería y salvar vidas con los drones”, agrega Flint.

“Rambo, en sus películas, quería ganar la guerra él solo. Aquí es mejor hacerlo entre todos. Los drones solos no van a conseguirlo”, aclara Darham, de 33 años, meses atrás soldado de infantería y ahora integrante de la unidad especializada en drones Aquiles (una de las cinco que integran la línea defensiva). Reconoce desde su posición en el frente de Kupiansk (región de Járkov) que la actual carrera armamentística se ha abaratado con los drones, que emplean tanto en labores de defensa como de ataque. Calcula que uno de los kamikazes de uso habitual, con la batería y la bomba, suponen unos 500 euros. “Con seis o siete de esos podemos destruir un tanque. ¿Cuánto cuesta un tanque?”, se pregunta refiriéndose a la descomunal diferencia de precio.

Leonid, de 30 años y originario de la región de Rivne, era precisamente uno de esos hombres de vanguardia de la infantería antes de acabar, primero como piloto, y, ahora, como miembro del taller de drones. Muestra orgulloso el vídeo de una de las operaciones de las que ha formado parte. En las imágenes se ve al aparato volando hacia varias tuberías en las que se esconde un soldado ruso. El piloto, con gran precisión, logra introducir el aparato dentro del tubo y hacerlo estallar junto al militar.

Esa misión se llevó a cabo con uno de los nuevos drones que han revolucionado el frente porque vuelan gracias a un cable de fibra óptica de hasta 30 kilómetros que va enrollado en un carrete. No necesitan, por tanto, radiocontrol, por lo que su detección e interferencia se hace muy complicada. También aquí la competencia entre rusos y ucranios es seria. A favor de este modelo está, además, que la imagen de la cámara frontal de vídeo es mucho más nítida y que son drones más fáciles de controlar mientras vuelan. En su contra, presentan problemas de navegación por el cable, que puede enredarse en los árboles, el tendido eléctrico o en cualquier otro obstáculo con el que se tope.

Red (con gafas), piloto de la unidad Aquiles, controla el vuelo de un dron kamikaze sobre posiciones rusas en el frente de Járkov el pasado 13 de mayo.

Red, un piloto de drones de 29 años, muestra un trozo del fino hilo de fibra óptica, parecido al sedal de pesca. Este integrante de Aquiles lo manipula y lo dobla para demostrar que se rompe con facilidad y que los ucranios han de mejorar todavía su calidad en la producción. Por el momento, en su posición cerca del frente, prácticamente todos los que emplean son por radiocontrol.

Mientras, en la retaguardia, sus compañeros encargados de manipular los drones no dejan de investigar nuevas utilidades para mejorar su efectividad frente a los rusos. “Esto es más seguro que el frente”, agradece Vadim, al tiempo que levanta el rostro del soldador con el que opera junto a un flexo. Pero, quién sabe si próximamente no deberán levantar el puesto y mudarse a otro lugar. Por las carreteras de alrededor, las excavadoras cavan zanjas, levantan barreras con cientos de dientes de dragón (obstáculos de hormigón) y forman muros de tierra para dificultar un posible avance de las tropas rusas.

Zanjas, montículos de tierra y dientes de dragón para impedir el avance de las tropas rusas en la región de Donetsk.

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Sobre la firma

Luis de Vega (enviado especial)
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.
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