Stonewall FC, donde ser gay y futbolista es posible
Este equipo londinense nacido en 1991 es el lugar seguro donde personas que nunca se sintieron cómodas practicando su deporte pueden recuperar la que para muchos es una parte muy importante de su vida. Es además uno de los clubes LGTBIQ+ más exitosos del mundo


Esta historia no va de fútbol. O no va solo de fútbol. Bueno…, quizá sí. Quizá, porque lo que ocurre es que a Joseph Prestwich (de 32 años) le encanta practicar este deporte y le gusta hacerlo sin preocuparse de nada más que defender, jugar el balón e intentar, tal vez, marcar gol. El mundo ya no es el mismo que hace tres décadas, cuando Aslie Pitter (65 años) tuvo que jugar más de una vez entre insultos y algún escupitajo que llegaba desde la grada y soportando muchos muchos codazos en el campo. Pero igualmente a Joseph le encanta tener un lugar donde poder jugar siendo, despreocupadamente, él mismo; no como en su adolescencia, cuando se sentía obligado a actuar de una manera distinta —“quizá más viril”— para encajar. De hecho, una de las razones por las que Tony Cornforth (29 años) lleva cuatro años jugando en el Stonewall FC, seguramente el club LGTBIQ+ más antiguo del mundo, es precisamente porque allí no hay asomo de “masculinidad tóxica”. “Yo dejé de jugar al fútbol, en parte, por eso, porque ese ambiente que había en los equipos en los que estuve hasta los 19 años no iba conmigo; no digo que todos sean así, pero esa fue mi experiencia”. Tony no pertenece al colectivo LGTBIQ+, sino que es uno de los aliados (heterosexuales que forman el equipo) del Stonewall.

Es jueves por la noche, día de partidillos de cinco contra cinco en los campos de la azotea del polideportivo Powerleague Battersea, en la orilla sur del Támesis a su paso por Londres. Mientras Cornforth pasa la gorra —hoy ya en forma de datáfono— para pagar el alquiler de las pistas, el resto de los compañeros, hasta una veintena, se dividen en cuatro equipos para empezar dos pachangas simultáneas. Varios de ellos cuentan que dieron con el club buscando en internet equipos de fútbol gais en la ciudad. Y, nacido en 1991, con dos equipos masculinos en la liga regional del condado de Middlesex, otros dos en la London Unity League (un espacio para que los “futbolistas LGBTIQ+ y aliados” puedan jugar “en un ambiente amistoso e inclusivo”) y otros dos de mujeres y personas no binarias, Stonewall FC suele aparecer entre los primeros en la lista que devuelve el buscador. Cada equipo tiene sus entrenamientos y sus partidos oficiales, pero el club también ofrece sesiones abiertas, más informales, como la de este jueves.
Para Joseph Prestwich, actor e investigador universitario, es un momento importante de la semana. “Siempre es una noche divertida. Es agradable ver a los amigos. Ponernos al día. El grupo es muy diverso en cuanto a las profesiones [desde guardas de seguridad a programadores de software] y eso me encanta. Aunque en realidad nadie quiere hablar aquí del trabajo; queremos hablar de fútbol y de cosas gais que ocurren en Londres. Es muy agradable tener un espacio donde puedes olvidarte de todo lo demás”, continúa. Así, en el interior del club está el espacio seguro, el fortín; y la labor activista es todo lo que irradia hacia afuera, desde lo pequeño —“Cada vez que hablas con alguien y le quitas ideas absurdas de la cabeza sobre lo que es un club LGTBIQ+; ¡hay quien piensa que esto va de tener sexo en las duchas y estupideces así!”— a lo más ambicioso, a través de participación en eventos, campañas de sensibilización… Los ayudan en ese camino unos patrocinadores nivel Premier League: Adidas y EA Sports.


De hecho, así es como empezó todo allá por 1991: “Solo queríamos jugar fútbol juntos, sin pensar en ser los mejores del mundo. Solo pensábamos en jugar, divertirnos e ir a tomar algo al pub. Pero luego, casi sin darnos cuenta, el club fue creciendo”, recuerda Aslie Pitter. Admite que acudió a las primeras reuniones, junto a un grupo de personas que había respondido a un anuncio en la prensa, cargado de escepticismo. “Había mucha homofobia. Todavía la hay, pero entonces había mucha más. Teníamos la epidemia de sida, y nos culpaban de todo a los gais. Veníamos de muchos años de gobiernos de Maggie Thatcher, que no nos quería mucho…”. Pero el hecho es que en ese Londres de 1991 lograron reunir al número suficiente de jugadores como para participar en una liga. Porque los partidos entre amigos están muy bien, pero lo que le tira una competición a un auténtico futbolero —con su árbitro pitando los goles y expulsando al que se pasa, su clasificación…— solo lo sabe el que lo es.
“Entonces no había ligas gais. La única opción era una heterosexual. Y los otros equipos nos maltrataban muchísimo. Traían a sus familias para burlarse…”, recuerda Pitter. Él siempre había jugado en clubes en los que ocultaba su pertenencia al colectivo. Y, de hecho, lo compaginó durante algún tiempo mientras jugaba ya en el Stonewall. “En 1994, conté a mis amigos del club heterosexual que iba a participar con otro equipo en una competición en Nueva York. Uno de ellos ató cabos y me preguntó delante de todos: ‘Pero esa competición es gay, ¿no? ¿Tú eres gay?’. Contesté que sí y todo cambió. Jugué un par de partidos más, pero luego me sacaron del primer equipo”. Mientras lo cuenta, parece que aún le duele, aunque enseguida le asoma una sonrisa cuando recuerda que en aquella competición de los Gay Games de 1994 en Nueva York ganaron la medalla de plata. El suyo es, de hecho, uno de los clubes LGTBIQ+ más exitosos, deportivamente, del mundo. Han sido cinco veces campeones de los Gay Games, ocho veces de los campeonatos europeos y nueve de la copa del mundo de la Asociación Internacional de Fútbol Gay y Lésbico. También ganaron en 2001 la segunda división del campeonato del condado de Middlesex, una popular liga del Gran Londres en la que el club tiene hoy dos equipos, uno en segunda y otro en primera, que vendría a equivaler a una 1º regional en España.


El entrenador de ese primer equipo es Eric Najib. “La cuestión es dejar atrás de una vez los estereotipos. Por el hecho de ser gay no te tienen por qué gustar únicamente los musicales y el ballet, te pueden gustar los deportes, puedes practicarlos y, de hecho, puedes ser muy bueno. Nosotros jugamos a un nivel muy alto”, explica en la grada del London Marathon Community Track, un campo a los pies del estadio del West Ham, donde este sábado de abril reciben al Camden United. Es un partido importante porque se trata de uno de los conjuntos que, junto a ellos, están en un puño entre los cinco primeros puestos de la liga. Mientras Najib habla con el periodista, el 11 titular calienta sobre un césped que luce impecable. Uno de los centrales es Pablo Ortiz Rodríguez, ingeniero informático madrileño de 29 años. Es otro de los aliados que forman parte del club. Vive en Londres desde hace siete años y hace cuatro que un amigo le habló del Stonewall. “Me encanta jugar en el primer equipo, pero, sobre todo, el sentimiento de comunidad y el ambiente; aquí no se escuchan esos comentarios que he oído tantas veces en otros equipos… Y quiero apoyar a quienes no han podido jugar al fútbol de una manera tranquila cuando eran adolescentes”.




Muchos en el club guardan heridas de aquella época, porque les hicieron sentirse raros, incómodos, agredidos… “Desde que era muy joven aprendí que no era seguro salir del armario”, cuenta Ioanna Kokkinopliti, griega de 34 años que juega en el equipo de mujeres y personas no binarias. “Siempre estaba rodeada de bromas homófobas, lo cual es habitual en Grecia. Los entrenadores dejaban claro, directa o indirectamente, que la homosexualidad no tenía cabida allí. Y esa experiencia se te queda pegada durante años; te enseña a esconderte, a ocultar partes de ti misma para poder seguir jugando al deporte que te gusta, lo cual es realmente injusto”. Las cosas han cambiado y, cuando hay comportamientos homófobos en el campo o en la grada, se denuncian y los culpables son sancionados; pero siguen ocurriendo. “Son problemas puntuales, pero aún están ahí y no van a desaparecer, al menos de momento. Por eso creo que la existencia de clubes como el nuestro sigue siendo muy importante”, aporta Joseph. En eso mismo incide el capitán del primer equipo, Jay Catalano: “Hay que seguir adelante, porque nuestras hermanas trans y muchas personas LGTBI todavía enfrentan luchas y desafíos a diario”.
En estos días, anda este asunto a flor de piel en Stonewall; tras la decisión del Tribunal Supremo británico de limitar la definición legal de mujer al sexo biológico, la asociación de fútbol del país (FA, en sus siglas inglesas) ha prohibido la participación de mujeres trans en las competiciones deportivas femeninas dependientes de la federación. “Continuaremos trabajando por un juego que pertenezca a todos. El fútbol es más fuerte, más enriquecedor y más valioso cuando nos incluye a todos. A nuestra comunidad trans: no estáis solas. Os vemos. Seguiremos peleando por vosotras. Y siempre tendréis vuestra casa en el Stonewall”, dice un comunicado del club del 1 de mayo. “Mi entrenadora es una mujer trans y una amiga muy querida, igual que muchas otras jugadoras del Stonewall. Ella es resiliente y comprensiva y su presencia ha sido transformadora para el equipo, ha creado un maravilloso ambiente de inclusión y de fuerza. Esta decisión me entristece profundamente, es como si no importara cuánto se hayan esforzado y cuánto amen este deporte”, protesta Kokkinopliti.

Esta controversia ha venido a abrir un nuevo frente en un ámbito, el del fútbol femenino, tradicionalmente mucho más abierto que el masculino. Los investigadores Rory Magrath, sociólogo de la Solent University de Southampton, y Joaquín Piedra, de la Universidad de Sevilla, insisten en diferenciar entre los dos ámbitos cuando hablamos de entornos hostiles. Recuerdan, por ejemplo, que en los equipos femeninos profesionales hay muchas jugadoras abiertamente lesbianas —en la selección española de fútbol, por ejemplo—, mientras que en los masculinos los casos son muy excepcionales y están fuera del primer nivel. En España, cuenta Piedra, hay algunas liguillas inclusivas y equipos LGTBIQ+, muchas veces en forma de asociaciones que ofrecen una amplia oferta de deportes —el Panteres Grogues nació en 1994 en Barcelona—, y también colectivos de aficionados como la peña Nenas Cadistas. En 2023, un grupo de aficionados intentó montar en Granada un club de fútbol gay federado bajo el nombre de Rinos FC, pero no prosperó porque las promesas de apoyo y patrocinio nunca se hicieron realidad.
“Es cierto que cada vez hay más espacios seguros en torno al fútbol en todo el mundo”, dice Magrath, pero también que ha habido “un aumento de la retórica anti-LGTBI en algunos países, y eso es bastante alarmante”. Por todo eso parece que iniciativas como el Stonewall siguen siendo necesarias y cumplen una función clara, añade. “En este club puedo ser queer, sensible y política, hacer amistades y jugar con personas trans, personas no binarias, con todo tipo de gente, y además ser tomada en serio como futbolista. También estoy aquí por eso: para jugar buen fútbol”, dice Kokkinopliti.

Porque esta historia va de fútbol, pero no solo. Para mucha gente se trata de una afición que trasciende el mero disfrute de practicar un deporte o ver un partido; es una forma de entender la vida. Y quizá todavía más en el Reino Unido, donde el fútbol es casi una de las fuentes de identidad nacional. Lo es, sin duda, para Alec Rawcliff, de 54 años, que ha venido este sábado de abril a Londres desde la costa para grabar el partido entre el primer equipo del Stonewall y el Camden United. Como ha tenido que mudarse de Londres para ir a cuidar a su padre, ya no juega en el club como llevaba haciendo desde 1997 —“Stonewall siempre ha sido mi refugio”—, pero sigue de vez en cuando ejerciendo esta otra labor de documentalista. Mientras graba, anima a su equipo en una grada con escasa presencia en apoyo del equipo visitante y donde los más ruidosos son dos familiares del conjunto local. Y no desfallecen pese a lo mal que pintan las cosas a falta de 10 minutos para el final: pierden 1 a 2 y los visitantes no dejan de gastar tiempo intencionadamente. Así que Rawcliff celebra con entusiasmo el gol del empate. Y todavía más cuando Stonewall se adelanta con el partido prácticamente acabado. Y, con los contrarios ya totalmente desmoralizados, aún da tiempo para marcar uno más. Final: 4 a 2. Rawcliff se desbarata, salta de alegría, expresando con todo el cuerpo la idea que solía repetir su padre citando a un viejo entrenador del Liverpool: “Hay quien piensa que el fútbol es cuestión de vida o muerte. Yo le aseguro que es mucho más serio que eso”.
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