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Maneras de vivir
Columna
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A saber dónde nos espera la Muerte

De hecho, todos tenemos esa cita en algún punto del globo y en alguna fecha, aunque la inmensa mayoría de los humanos se las apañan para vivir como si fueran eternos.

Un avión accidentado en el Estado de Gujarat, en la India, en junio pasado.
Rosa Montero

No creo en los milagros ni en la magia, pero a veces pasan cosas que parecen fosfatinar las probabilidades estadísticas y desafiar todos los límites de lo posible. Como la suerte descomunal de ese británico de 40 años que resultó ser el único superviviente de la catástrofe del avión indio. Fallecieron las 241 personas que volaban junto a él y Ramesh salió caminando, como un zombi, con heridas leves. Se diría que lo salvó el destino, como si la existencia nos ocultara inexorables leyes que no conocemos. Es como ese célebre cuento de Las mil y una noches; el criado de un rico mercader se topa con la Muerte en el mercado de Bagdad, y ésta le hace gestos amedrentadores. Aterrado, el hombre corre a ver a su amo y le pide un caballo para escapar; me iré a Ispahán, le dice, que es la ciudad más lejana a la que puedo llegar al galope. Por la tarde, el mercader ve pasar a la Muerte, y le pregunta: ¿por qué has amenazado esta mañana a mi criado? Y la Ladrona de Dulzuras contesta: ¿Amenazarlo yo? No, era sólo un gesto de sorpresa al encontrarlo aquí, porque tengo una cita con él esta noche en Ispahán. Pues eso. Está claro que Ramesh tiene una cita en otro momento y otro lugar.

De hecho, todos tenemos esa cita en algún punto del globo y en alguna fecha, aunque la inmensa mayoría de los humanos se las apañan para vivir como si fueran eternos. No obstante, los sucesos tan inexplicables y aparentemente milagrosos como el del pasajero del asiento 11A nos afectan de una manera especial porque hablan de una insólita habilidad para escapar a la parca, un logro imposible e impensable y, por ello, muy consolador. En los tiempos antiguos morir era algo tan fácil, tan temprano y habitual, que la capacidad de sobrevivir era considerada en sí una virtud admirable, aunque los personajes defendieran su vida por medio de infamias. Ulises, el del Caballo de Troya, era en realidad un tipejo inmundo, manipulador y siniestro, un psicópata capaz de plantar pruebas falsas para hacer que lapidaran hasta la muerte a un noble guerrero y así quedarse él con toda la gloria. Y Simbad el Marino, que no tiene nada que ver con el de Disney, se salvó tras ser atrapado en una cueva a base de asesinar y robar a todos los pobres desgraciados que fueron encerrados después de él. Pero en la antigüedad los vieron como héroes por su empeño en seguir respirando a toda costa. Un horror, ese mundo de despiadados supervivientes. Una hazaña para mí incomprensible, porque no creo que merezca la pena vivir a cualquier precio.

Pero volvamos a la maravillosa maravilla del pasajero 11A. Hace muchos años entrevisté a Jaime Paz Zamora, que fue presidente de Bolivia de 1989 a 1993. En 1980, con 41 años, sufrió un accidente aéreo quizá causado por un atentado. Fue también el único que sobrevivió; sus cuatro acompañantes y el piloto murieron abrasados. Paz Zamora estaba sentado al lado de la puerta y salió por su pie, envuelto en llamas; un indígena que estaba en el campo le cubrió con su poncho, apagando el fuego. Cuando nos vimos, una década más tarde, seguía mostrando en su rostro y sus manos las horrendas marcas de las quemaduras, que lo dejaron muy desfigurado. De aquella entrevista sólo recuerdo la fascinación que me produjo poder hablar con el único superviviente de la caída de un avión, un accidente que nos parece el colmo de lo fatal. Ahora, tras la portentosa salvación de Ramesh, he buscado en internet supervivientes únicos a catástrofes aéreas y para mi pasmo absoluto he encontrado una lista en Wikipedia con 34 casos (incluido Ramesh pero no Paz Zamora, o sea que debe de haber más), varios de ellos en grandes accidentes de compañías como Pan Am o Varig. Se diría, por lo tanto, que esta flipante excepcionalidad no es tan excepcional, después de todo.

Y déjame añadir algo. El 7 de diciembre de 1983, a las 9.50, colisionaron en el aeropuerto de Barajas, Madrid, un vuelo de Iberia con destino a Roma y uno de Aviaco que iba a Santander. Hubo 93 muertos y 42 heridos. En el avión de Iberia había dos asientos vacíos: el del fotógrafo de EL PAÍS Chema Conesa y el mío. Íbamos a Roma a entrevistar al presidente Sandro Pertini, pero la enfermedad de una amiga mía me hizo llamar a Chema la noche anterior, apenas 10 horas antes de despegar, y pedirle que cambiáramos el vuelo por otro algo más tarde. En fin, a saber dónde me esperará la Muerte, pero gracias.

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Sobre la firma

Rosa Montero
Nacida en Madrid. Novelista, ensayista y periodista. Premio Nacional de Periodismo y Premio Nacional de las Letras en España. Oficial de las Artes y las Letras de Francia. Animalista, antisexista y ecologista. Su obra está traducida a cerca de treinta idiomas.
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