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maneras de vivir
Columna
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El triunfo de los coléricos

Conseguir controlar la violencia y proteger al débil, es uno de los objetivos de la democracia y la civilidad

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, y su esposa, Brigitte Macron, a su llegada al Aeropuerto Internacional de Noi Bai en Hanoi el pasado 25 de mayo
Rosa Montero

La verdad es que cuando Macron llegó al poder me caía bastante mejor de lo que me cae ahora. Y, sobre todo, me parecía genial la relación que mantenía con su esposa, 25 años mayor que él, una refrescante novedad frente a la abrumadora “normalidad” de los señoros mucho más viejos que sus parejas (como Trump, que le saca 23 años a Melania y no le sorprende a nadie). Ahora hemos visto todos a Brigitte manosear y empujar con violencia el rostro de su marido y me ha apenado, primero porque hayan tenido la mala suerte de que algo tan penoso y tan íntimo se haya hecho viral y, segundo, porque no me gusta una mujer que se comporta así, y ella me gustaba.

Pero, sobre todo, el incidente me ha hecho pensar. Macron, como es natural, ha procurado minimizarlo: es una broma, nosotros jugamos de este modo, no tiene la menor importancia, han convertido una tontería en una montaña. Yo no lo veo así. Imagina por un momento que hubiera sido al revés; que esa puerta indiscreta hubiera dejado ver a un Macron propinándole ese áspero empellón en la cara a su esposa. Yo diría que el escándalo hubiera sido morrocotudo, que quizá habría tenido que dimitir. Pero al ser una supuesta agresión que podemos definir como poco habitual, ha caído en un pantano de reacciones confusas, en la tierra de nadie de los prejuicios. ¿Violencia de mujeres contra hombres? Sigue pareciéndole chistoso a mucha gente, aunque a mí no me hace la menor gracia. Es ese humor de tipo tabernario, semejante al de las rancias bromas sobre mujeres violadas. Porque sí, los hombres maltratados por sus parejas femeninas también existen; a veces el daño es psicológico, y ya eso es muy duro, pero otras veces hay agresiones físicas. Y el prejuicio sexista sigue siendo tan grande en nuestra sociedad (porque eso también es machismo) que la víctima masculina está doblemente penalizada; se le considera ridículo, incluso se le culpabiliza. Toqué el tema hace años tras presenciar una escena callejera de violencia contra un hombre y varias lectoras me escribieron diciendo: “Algo habría hecho ese tipo”, una transposición casi literal del feroz algo habrá hecho esa chica para que la violaran.

Ni es mi intención ni me corresponde acusar a Brigitte de maltrato. Pongamos que en efecto juegan así (aunque desde luego yo no he pegado semejante empellón a ningún hombre en mi vida), pero lo que me interesa resaltar es la liviandad con que se percibe una posible agresión cuando la supuesta víctima no casa con el habitual sistema de valores. Por supuesto que la violencia contra las mujeres es mucho mayor, pese a lo que aseguran todos esos apestosos y mentirosos textos que saturan las redes. Según el INE, en el año 2023 hubo 36.582 mujeres víctimas de la violencia de género y fueron denunciados por esta causa 36.434 hombres (y no mareemos la perdiz con el bulo de las denuncias ficticias: para hacernos una idea, de todas las denuncias por violencia de género que hubo entre 2009 y 2018, sólo un 0,0069% eran falsas, según la Fiscalía General del Estado). En el mismo 2023 hubo 3.551 hombres víctimas de violencia doméstica (dentro del hogar), aunque en muchos de estos casos el agresor era otro varón. Ahora bien, en ese periodo fueron denunciadas por violencia doméstica 2.252 mujeres, cosa que puede darnos una aproximación a la cifra real. Demasiadas mujeres y demasiados hombres maltratados, en cualquier caso. Una sola y uno solo ya son demasiados.

Y esa es exactamente la cuestión, me parece. El problema es la permisividad de la violencia en nuestra sociedad. No hay nada malo, absolutamente nada malo, lo trompetearé bien alto frente a la creciente ola de misóginos, en el hecho de que nuestra sociedad esté sensibilizada ante la violencia contra las mujeres. Bienvenida sea esa educación en la empatía. Lo que ahora tenemos que lograr es extender esa misma concienciación a los demás sectores sociales. A los varones víctimas, por supuesto, y aún más urgentemente a los niños y ancianos maltratados, de los que nadie habla. Y a todo exceso de poder, a todo abuso, del jefe contra la empleada o el empleado inerme, del acoso escolar, de la humillación al diferente en cualquier ámbito. Eso, conseguir controlar la violencia y proteger al débil, es uno de los objetivos de la democracia y la civilidad. Pero, lamentablemente, por ahora yo sólo veo cómo medran y triunfan los coléricos.

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Sobre la firma

Rosa Montero
Nacida en Madrid. Novelista, ensayista y periodista. Premio Nacional de Periodismo y Premio Nacional de las Letras en España. Oficial de las Artes y las Letras de Francia. Animalista, antisexista y ecologista. Su obra está traducida a cerca de treinta idiomas.
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