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cine

La mujer que obró el milagro con Keith Jarrett

Así urdió Vera Brandes ‘Köln 75′, uno de los grandes discos de la historia del jazz

Vera Brandes
Miquel Echarri

Es el álbum de música improvisada en solitario más célebre de la historia, pero su autor reniega de él. Keith Jarrett tenía un pésimo recuerdo de las condiciones en que se grabó Köln 75, en un abarrotado Teatro de la Ópera de Colonia la noche del 24 de enero de 1975. El pianista estadounidense lo asociaba con la precaria gira europea en que se embarcó en uno de los peores momentos de su carrera, tras separarse de Miles Davis y disolver su cuarteto.

El día de autos, Jarrett compareció en Colonia hambriento y exhausto tras un largo viaje por carretera desde Zúrich, llevando una faja para paliar los intensos dolores lumbares que padecía por entonces. Para colmo, se vio forzado a tocar con “un piano de juguete” que ni siquiera estaba del todo afinado. Años después, el músico de Allentown, Pensilvania, recordaba que había arrancado recreando las primeras notas de una canción popular alemana que acababa de pescar al vuelo en su camino hacia el escenario. Aunque muy rara vez escuchó el álbum resultante, Jarrett se recordaba dedicando varios minutos a sacarle punta a tan precario lápiz.

Otra cosa es la reacción de los 1.400 privilegiados que acudieron esa noche al recital en la ciudad renana o de los millones de melómanos que han escuchado Köln 75 desde entonces. Vera Brandes (nacida en Colonia en 1956) estaba allí. Con apenas 18 años, ella fue la promotora que hizo posible el concierto, la que convenció a Jarrett para que añadiese una fecha adicional en su extenuante gira solitaria del invierno de 1975.

Brandes se estaba jugando sus ahorros. Es más, había acordado con su padre, avalista reticente, que renunciaría a su carrera como promotora si aquella apuesta de todo o nada se saldaba con un (previsible) fracaso. Hoy, Brandes nos recibe en Barcelona para celebrar, 50 años después, que la maniobra de alto riesgo salió a pedir de boca, que se vendió todo el aforo, que Jarrett, pese a sus dudas, estuvo espléndido, y que ella nunca más se tuvo que plantear la necesidad de dedicarse a otra cosa.

Brandes presentó 'Köln 75', crónica de uno de los conciertos de música improvisada más célebres de la historia.

Estos días, la empresaria cultural promociona una película titulada Köln 75, como el mítico concierto, y dirigida por el documentalista Ido Fluk. Se estrena en España el 11 de julio y Brandes asistió a finales de abril a su presentación en el BCN Film Fest. “Creo que tengo una trayectoria muy sólida como productora, promotora e investigadora musical”, contó Brandes en esa ocasión, “pero no me importa ser recordada sobre todo por mi participación en ese concierto en concreto. El mérito principal corresponde, por supuesto, a Keith Jarrett, que consiguió estar genial en circunstancias no del todo idóneas. Pero fui yo quien le llevó a Colonia, quien le proporcionó el mejor auditorio en el que había tocado en mucho tiempo y quien consiguió que el recital no se cancelase pese a todos los obstáculos”.

En la película, una dramatización de los hechos pulcra y cómplice en que la actriz Mala Emde hace el papel de la joven Brandes, se atribuye a la promotora una de esas frases que definen un carácter: “Tal vez yo no sepa prácticamente nada sobre la vida, pero sí que tengo mucha experiencia tratando con hombres narcisistas”. Brandes asegura que se pronunció “tal cual, o al menos de manera muy parecida”, en esa tarde infausta en que la realización del concierto colgaba del alambre. El receptor de la invectiva fue un Jarrett que acababa de reprochar a Brandes su juventud e inexperiencia, pero, según aclara hoy ella, las dianas de su ira eran “otros hombres, mucho más narcisistas que Keith”, que no estaban en aquella habitación de hotel: “En especial, mi padre. Él me inculcó a edad muy temprana el amor por la música, una de las pocas cosas que tengo que agradecerle. Aunque nunca simpatizó con el régimen nazi, era una especie de tirano doméstico que ejercía su poder despótico contra mi madre, mi hermano y contra mí. Enfrentarme a él y a la vida que trató de imponerme sin tener en cuenta mis deseos fue el primer estímulo para mi actividad emprendedora”.

En cierto sentido, la vida de Brandes ha sido una sucesión casi continua de actos de audacia: “Siendo aún menor de edad, le organicé al saxofonista Ronnie Scott una gira por la República Federal de Alemania. Descubrí que era bastante sencillo, bastaba con un teléfono, mi inglés de academia [porque fingió que llamaba desde una agencia de representación de artistas del Reino Unido] y un punto de descaro. Pero había que atreverse a intentarlo siendo mujer y teniendo 17 años”. Cuando reclutó a Jarrett para el concierto de Colonia acababa de lanzar una etiqueta de éxito, el ciclo de conciertos New Jazz in Cologne, y empezaban a dedicarle artículos en la prensa local y de tendencias. En uno de ellos le preguntaron cómo a una chica “de su generación” le entusiasmaba el jazz, una música de museo, y no el rock: “Yo les contesté que mi generación es tan rebelde que se entusiasma por lo que le da la gana. El jazz es excepcional por múltiples motivos, pero sobre todo porque la música que escuchas se está improvisando para ti en ese instante, aunque se trate de variaciones sobre un estándar. La misma pieza tocada por el mismo músico al día siguiente sonará completamente distinta”.

Eso es lo que le sedujo de Keith Jarrett cuando lo vio actuar en un festival de jazz en Berlín Oeste a mediados de 1974: “Él se sentaba ahí, escrutaba las teclas en silencio, con actitud zen, durante unos segundos, y luego dejaba que la intuición le dictase por qué tecla en concreto debía empezar y se embarcaba en una aventura creativa”. Jarrett, el ser humano, resultó ser bastante menos cautivador que el hombre que hacía deslumbrantes prospecciones petrolíferas en el teclado de su piano: “Apenas pude interactuar con él el día del concierto. Él llegó cansado y de mal humor. Fue cortés conmigo, pero me miraba con una cierta desconfianza. Y luego se produjo todo aquel embrollo del piano de prácticas. Ningún responsable de la sala me ayudó a resolverlo. Al final, pudimos afinarlo, pero no lo suficiente, según el criterio de Keith. Mi última bala fue acudir a su hotel y convencerle de que tocase apelando a su solidaridad, su compromiso con el arte, su sentido de la aventura… En fin, un discurso desesperado, pero apasionado y elocuente, parecido al que se pronuncia en la película. No sé cómo, pero conseguí que tocase”.

Para Brandes, el concierto fue “una obra de arte”. “Aunque yo, en aquel momento, con la adrenalina y el rastro de angustia que me había dejado esa tarde de gestiones al límite, apenas pude apreciarlo”, confiesa. Le frustra que Jarrett, pese a que permitió que se editase a finales del año 1975 y fuese reeditado en varias ocasiones, siga aún hoy considerándolo un compendio de música mediocre: “Supongo que no le resulta fácil disociarlo de aquel momento frustrante en su carrera. Años después dijo que a mediados de los setenta sentía que había perdido el rumbo”. Brandes añade, no sin cierto pesar, que cree que Jarrett nunca ha sido muy generoso con ella: “En las contadas ocasiones en que hemos vuelto a coincidir ha fingido no conocerme o me ha tratado con frialdad y condescendencia. Da igual, para mí es uno de los grandes. Su música me ha hecho muy feliz. Yo he fundado un par de sellos musicales, CMP y ­VeraBra, y me hubiese gustado colaborar con él en algún proyecto. También me hubiese gustado que se involucrase en esta película, que cuenta un capítulo de mi vida, pero también de la suya. Ahora es demasiado tarde, me temo. Keith ha sufrido dos embolias y me dicen que nunca ha vuelto a ser el mismo”. Si tuviese la oportunidad de visitarlo, intentaría escuchar con él al menos unos minutos de Köln 75: “Creo en los poderes medicinales de la música, en su profundo impacto en la bioquímica del cerebro. A eso he dedicado mis últimos años. Por muy ausente que esté Keith, me gusta pensar que su propia música aún podría remover algo en su interior”.

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Sobre la firma

Miquel Echarri
Periodista especializado en cultura, ocio y tendencias. Empezó a colaborar con EL PAÍS en 2004. Ha sido director de las revistas Primera Línea, Cinevisión y PC Juegos y jugadores y coordinador de la edición española de PORT Magazine. También es profesor de Historia del cine y análisis fílmico.
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