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Diplomacia de terracota para derribar el imperio estadounidense

Mientras China apuesta cada vez con más fuerza por el poder blando del arte, la nueva administración estadounidense ha abandonado esta forma de influencia, clave desde los años de la Guerra Fría

Los Kennedy y los Malraux, en enero de 1963 ante la 'Mona Lisa', en la Galería Nacional de Arte de Washington.
Miguel Ángel García Vega

En los años noventa, el entonces profesor de la Escuela de Negocios de Harvard Joseph Nye —­asesor de las administraciones de Clinton y Obama— acuñó el término soft power del arte. El poder blando a través del cual se pueden conseguir objetivos políticos. ¿Un ejemplo? En 1962, Jackie Kennedy (1929-1994) logró que el entonces ministro de Cultura de Francia, André Malraux (1901-1976), prestase la Mona Lisa a Estados Unidos. Consiguió cambiar la mala relación entre el presidente francés Charles de Gaulle (1890-1970) y un novato John F. Kennedy (1917-1963), que llevaba tres meses en la Casa Blanca. Jackie entendió el valor intangible del cuadro de Leonardo en plena Guerra Fría. Y en la actualidad, ¿qué sucede en Estados Unidos?

El artista plástico chileno Alfredo Jaar (Santiago de Chile, 69 años), que vive en Nueva York, recuerda la frase acuñada por el filósofo Antonio Gramsci (1891-1937) cuando fue perseguido y encarcelado por el régimen fascista de Benito Mussolini: “El viejo mundo muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen monstruos”. Jaar, que se declara afectado por la expulsión de más de 500 estudiantes que criticaban el “genocidio” en Gaza, dice que hasta ahora creía “que los espacios del arte y la cultura eran los últimos lugares de libertad que quedaban; los territorios del poder suave de la creación”. Ahora concluye que ya no es así: “La solidaridad con Gaza que se fue extendiendo por cientos de campus en todo el país, e incluso en el mundo entero, fue una bellísima, aunque corta, demostración de la humanidad de las nuevas generaciones”. Sin embargo, detiene sus palabras y recupera una frase del filósofo Friedrich Nietzsche (1844-1900) para subrayar la relevancia que el arte tiene en la sociedad: “La vida sin música sería un error”.

Francia continúa aprovechando el poder del arte exportando, por ejemplo, a Abu Dabi su modelo de Louvre o las franquicias del Pompidou. Persigue las nuevas geografías del dinero. En 2007, el expresidente chino Hu Jintao, durante el 17º Congreso del Partido Comunista, comprendió la necesidad de que el gigante aumentara su poder suave. Hoy destina decenas de miles de millones de dólares para conseguirlo. “La diplomacia de la terracota —­ha habido 150 o 200 exposiciones en todo el mundo de los guerreros de Xian, que esta primavera, parta más inri, han aterrizado en el Bowers Museum de Orange County, California— es una estrategia para superar a Estados Unidos”, reflexiona Ángel Badillo, investigador del Real Instituto Elcano. El arte es un territorio muy identitario. Una parte de la cumbre de la OTAN de 2022 transcurrió en el Museo del Prado. La creación remienda los desgarros de la diplomacia. Aunque algunos intuyen una era distinta. “Han cambiado los canales: el poder suave se ejerce en TikTok, no en las salas de exposiciones”, sostiene el comisario Bartomeu Marí. Aun así. Después de la invasión de Ucrania, Rusia ha perdido casi todo su poder blando. Y China se esfuerza en ocupar cualquier hueco que deja Trump.

Poco antes de fallecer, el pasado 6 de mayo, Joseph Nye advertía a El País Semanal por correo electrónico: “Trump está dañando con fuerza el poder suave americano, pero no desaparecerá porque surge en la sociedad civil, las universidades o las fundaciones”. Aunque el profesor Nye reconoce que, después de sus extenuantes amenazas arancelarias, Donald Trump evoca más aquella frase de Maquiavelo que dice que es mejor para un príncipe ser temido que amado, matiza: “Lo útil es una combinación de ambos sentimientos”. Y añade: “El problema es que Trump no entiende el poder blando y su influencia en la política internacional. Acorrala a democracias amigas como Dinamarca o Canadá y debilita la confianza de nuestros aliados”.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.
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