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El taller de las maravillas: dentro del estudio de alta joyería de Bulgari en Roma

En un edificio gris de la capital italiana, la diseñadora Lucia Silvestri crea algunas de las piezas más coloridas y lujosas del mundo

La diseñadora Lucia Silvestri examina unas gemas en su despacho, en el centro de Roma.
Karelia Vázquez

Los polígonos industriales de las ciudades son un misterio. Mientras más grises y anodinos, más intrigas y tesoros pueden guardar. En el caso de Villa Aurelia, el laboratorio de alta joyería que tiene Bulgari en la periferia de Roma, la sorpresa es mayúscula. El edificio sin gracia ni estilo, situado en medio de la nada y al borde de una rotonda, no tiene ningún cartel que indique que nos acercamos a uno de los grandes templos del lujo de la cultura occidental. El anonimato y la discreción son virtudes en el negocio de la alta joyería. La puerta es de cristal opaco y las ventanas están protegidas con gruesas cortinas. Para entrar, las medidas de seguridad son estrictas. Se abren y se cierran puertas blindadas. Se piden pasaportes con varios días de antelación y se registran los movimientos de propios y extraños. A lo largo de esta visita no podremos fotografiar a ningún orfebre. Les va la vida en ello. Cada día pasan por sus manos esmeraldas, rubíes, diamantes escasos y carísimos y mucho oro amarillo de altos quilates. Custodian joyas y materias primas valiosas. Es mejor que nadie sepa quién manipula y tiene acceso cada día a esas piedras, o para quién pulir y engastar las joyas más deseadas del mundo solo es parte de su rutina laboral.

De esta villa anodina salió el collar Hypnotic Emerald que lució la actriz Zendaya en el último festival de cine de Venecia. Cuenta Lucia Silvestri, directora creativa de Bulgari, que esperó siete años para que le vendieran la piedra, una esmeralda gigantesca que estaba en Jaipur; luego entre dos y tres semanas para cortarla, y finalmente unas 2.000 horas de trabajo completar la pieza en el taller.

Collar icónico conservado en los archivos históricos de Bulgari.

Dentro de Villa Aurelia trabajan hoy 60 orfebres en la próxima colección de alta joyería. La concentración es máxima y la protección para evitar cualquier intento de espionaje industrial, también. Aquí se crean unas 200 piezas únicas y exclusivas por año. El resto de los modelos se envían a la gigantesca manufactura de Valenza en Piamonte donde una parte del proceso es industrial, pero en este taller de Roma prácticamente todo se fabrica siguiendo rituales artesanales. Cada artesano está especializado en funciones específicas y dividen el trabajo para desarrollar las colecciones.

Lucia Silvestri, directora creativa de Bulgari, en su despacho en el edificio de la empresa en el centro de Roma.

En Villa Aurelia se concentran los grandes especialistas en pulido y engaste, y es una gran escuela de oficios. Cada artesano sénior tiene asignado un aprendiz y el entrenamiento puede durar entre cinco y seis años. Cuidar las mani inteligenti, llaman en la casa italiana a conservar oficios milenarios que siempre parecen estar en peligro. Los orfebres visten batas blancas con el logotipo de la casa italiana fundada por Sotirios Bulgari en 1884, y se ayudan con lupas para trabajar con las piedras más pequeñas. “El trabajo principal recae en la mano y en el ojo, la tecnología solo nos ayuda a ampliar la visibilidad de los engastados y pulidos”, nos dice uno de los jefes de taller.

Reloj Serpenti de oro amarillo de los archivos históricos de la casa.

Desde que la idea surge y se dibujan los primeros bocetos en 2D hasta que la pieza está terminada suelen transcurrir entre 8 y 10 meses. En este laboratorio se decide el volumen y el peso que tendrá la joya y los detalles mecánicos para garantizar el vuelo y movimiento de unas piezas ideadas por el equipo de diseñadores que dirige Lucia Silvestri, una presencia constante en Villa Aurelia, en alma y en espíritu. Cada joya que vemos, no importa en qué fase del proceso esté, debe ser supervisada por Lucia, experta en gemas y gran conocedora de la casa, donde entró hace más de 40 años. Los prototipos se levantan en 3D, se modelan en cera y en yeso antes de fundirlos en metal, pero antes y durante la diseñadora debe dar el visto bueno. Eso explica las idas y venidas de coches blindados que llevan las joyas a medio hacer hasta su taller, en el edificio que tiene Bulgari en el centro de Roma.

Pero esta mañana es ella quien aterriza en Villa Aurelia. Acaba de volver de Tucson (Arizona, EE UU), de una feria de piedras preciosas. “Me gusta ir a hablar con nuestros proveedores y descubrir qué tienen. Cuando llego no tengo idea de qué voy a comprar, pero me gusta tocar y jugar con las joyas hasta que empezamos a entendernos”, cuenta. Hoy Silvestri tiene varios diseños que supervisar y en los talleres empiezan a notarse los nervios. Si ella no da su aprobación, hay que empezar el prototipo de cero. Es exigente, aprendió con los hermanos Bulgari y tiene la misión de preservar las referencias estilísticas e históricas de la casa.

'Mood board' e inspiraciones en el despacho de Silvestri, donde hay bocetos, fotos de viajes, billetes de avión y recortes de periódicos y revistas.

Gislain Aucremanne, director de Patrimonio y responsable de conservar y organizar los archivos de la casa italiana, tiene muy bien identificadas las referencias más reconocibles de una joya Bulgari. Estas señales de identidad le han servido para recuperar piezas perdidas en colecciones privadas que van a nutrir los archivos históricos de la casa. Entre las marcas que deben seguir manteniendo de algún modo las joyas que se fabrican hoy, menciona la combinación de piedras de diferentes colores, el uso del cabochon —corte circular u ovalado que data de la Edad Media y deja una parte de la pieza plana y otra convexa— y del faceted, un corte con ángulos y numerosas superficies planas que deja pasar muy bien la luz y suele destinarse a las piedras más duras. También las referencias clásicas a los templos romanos y a las monedas griegas. “No repetimos el pasado, siempre hemos sido una casa innovadora, pero nos inspiramos y tomamos referencias de nuestros diseños históricos”, explica desde la mítica tienda de la calle Condotti, abierta en 1905 justo frente al Antico Caffè Greco. Hasta allí peregrinaban en los años cincuenta las estrellas de la dolce vita para hacerse con sus zafiros y esmeraldas.

Gislain Aucremanne, director de Patrimonio y responsable de conservar y organizar los archivos de Bulgari en la tienda de la calle Condotti.

Silvestri conoce bien el ADN de la casa, que nos ha invitado a descubrir este universo artesano. Entró a Bulgari como compradora de piedras preciosas, entonces la compañía tenía cinco tiendas, ahora tiene 300 en todo el mundo. “En aquellos tiempos era relativamente fácil encontrar las gemas, ahora son escasas y raras y cada vez necesitamos más. Nuestros clientes también han cambiado porque somos una empresa global y tenemos clientela de varias culturas y diferentes generaciones”, indica.

Cuando llegó a Bulgari, Silvestri era una rara avis, una profesional joven en un mundo masculino, el de la joyería y la compra de piedras preciosas. “La negociación siempre era más difícil para las mujeres. En algún momento invariablemente alguien soltaba: ‘Quiero hablar con el señor Bulgari’. Era frustrante. Hoy me llaman proveedores desde cualquier lugar del mundo. Ahora soy la reina”, dice entre risas.

Aprendió todo de los hermanos Bulgari. “Fueron mis maestros y mis mentores, me enseñaron a valorar las piedras, a trabajar con los moldes de cera, a mezclar los colores. De esa misma forma yo he enseñado a mi equipo, trabajo mano a mano con los diseñadores. El proceso de aprendizaje y formación no ha cambiado”.

Hoy en el taller de Villa Aurelia supervisa la marcha de la próxima colección. A la salida ha visto el prototipo de un anillo que no le ha gustado nada. Lo ha mandado rehacer. Los orfebres estaban, por cierto, especialmente satisfechos con esa pieza, pero por algún motivo Silvestri prefiere empezarla de cero. En cambio, ha dado el visto bueno a otras 50, entre ellas un collar con dos cabezas de serpiente bastante complicado que hubo que ajustar un poco más para que no quedara rígido sobre el pecho.

Detalle de anillos de oro amarillo de la casa italiana.

La misión de la diseñadora es clara: mantener viva la identidad de Bulgari, una firma fundada en 1884 que pertenece desde 2011 al conglomerado de lujo LVMH. Su objetivo es conservar su herencia sin convertirla en una pieza de museo porque sus creaciones tienen que seguir siendo objetos de deseo. “Es un desafío para mí y para todo mi equipo de diseñadores y compradores”, explica. Silvestri repite varias veces que Bulgari es quien marca tendencia en el mercado: “No miramos lo que hacen otros, los trendsetters somos nosotros”.

Aucremanne, encargado de organizar y engrosar los archivos, se siente como un “cazador de tesoros”. En la colección Bulgari Heritage ha conseguido recuperar más de 1.000 piezas icónicas. “Sabemos que muchos coleccionistas y clientes históricos tienen buenas joyas, pero tenemos que encontrarlas. A veces vamos a subastas, otras la gente viene a nosotros. Es trabajo, suerte y saber aprovechar las oportunidades. También, construir una relación de confianza con los coleccionistas que quizás algún día te dejen algo para una exposición”.

Reloj Serpenti de la Heritage Collection de Bulgari.

En el archivo hay piezas de gran valor histórico, sentimental y económico. Piezas aseguradas por cientos de miles de euros. Está el collar y el broche que Richard Burton regaló a ­Elizabeth Taylor por su boda y la Tubogas con tres monedas griegas antiguas que recompraron los hermanos para iniciar la Heritage Collection. “Entonces no era tan común volver a comprar tus piezas para empezar a construir un museo. Creo que la familia eligió joyas que emocionalmente tenían un fuerte significado para la casa. Nicola Bulgari era coleccionista de monedas antiguas, y no fue una casualidad que empezara la colección por estas piezas”, explica Aucremanne.

Una de las piezas históricas de los archivos de Bulgari, una Tubogas con una moneda griega antigua, una de las marcas de identidad de la casa que se exhibe en el Domvs, un área dedicada a piezas de archivo histórico en la tienda romana.

En la cuarta planta del edificio de Bulgari en el centro de Roma está el despacho de Lucia Silvestri. Un amplio espacio con luz natural y vistas al río Tíber. La diseñadora nos invita a su mesa de piedras preciosas y va sacando de sus bolsitas gemas procedentes de Sri Lanka, Colombia, Zambia… “Hoy tenemos una mesa muy internacional”, apunta.

Detalle de la mesa de piedras preciosas de Sri Lanka, Zambia, Colombia y Arizona.

Silvestri asegura que puede sentir la energía de las piedras, que le hablan, que tiene revelaciones con algunas de ellas. “Es difícil de explicar, pero tengo una relación muy especial con las piedras, la semana pasada tuve una experiencia sorprendente con un zafiro Pad­paradscha, su nombre significa flor de loto y mi proveedor me aseguró que bajo el sol la piedra se transformaba. ‘¿Puedo probar?’, le dije. Y me fui con la caja fuera de la oficina, la abrí bajo el sol y el zafiro inmediatamente cobró vida. No podía creerlo, podía sentir el fuego que la piedra llevaba dentro”, cuenta.

—¿Compró ese zafiro?

—Por supuesto.

—¿Cuál es la peor parte de su trabajo?

—Ninguna. Todo me gusta, excepto la burocracia. Por ejemplo, tengo que esperar 20 días para tener las piedras que he comprado esta semana en Tucson porque hay que seguir un proceso de registro. Odio todo eso.

—¿Todavía es una inversión comprar una pieza de alta joyería de Bulgari?

—Sí, pero es una inversión a largo plazo, especialmente si se compran joyas con gemas de colores de alta calidad porque su valor crece por días.

—En los años cincuenta estas joyas las compraban actrices como Liz Taylor, ¿cómo son ahora los clientes de Bulgari?

—Menos famosos, más ricos y mucho mucho más discretos.

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Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.
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