Ir al contenido
_
_
_
_
Maneras de vivir
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Quien quiera estar contento

Los seres humanos han sabido sobrellevar su fragilidad y salir adelante durante milenios

Rollos de papel higiénico en una cinta transportadora.
Rosa Montero

En el pavoroso apagón que sufrimos hace un par de semanas volvieron a repetirse escenas que ya hemos vivido anteriormente en estos accidentados y crepusculares tiempos que nos han tocado: la gente se lanzó a los supermercados y se puso a acaparar el papel higiénico. La verdad, no consigo entender semejante obsesión apocalíptica por este producto en concreto. Puedo comprender que, ante un corte eléctrico, el personal se abastezca de velas, cerillas, baterías, linternas, transistores, hornillos de gas e incluso, si me apuras, hasta aerosoles defensivos por si acaso se prolonga la oscuridad y el vecindario se llena de depredadores. Esto, en lo específico ante la falta de luz. Y luego, ya en plan general tipo acabarse el mundo, pues también me parece razonable que la gente compre agua, porque te puedes morir a poco que no bebas, así como conservas y alimentos básicos. Pero ¿de verdad es crucial para nuestra supervivencia llenar los carritos con papel higiénico? No quisiera ponerme escatológica, pero ¿no hay otras necesidades mucho más perentorias? ¿No hay mil maneras de limpiarse?

Leo en el precioso libro de memorias La mujer incierta, de la colombiana Piedad Bonnett, un pasaje que ilumina en cierto modo mi perplejidad. Cuenta Piedad cómo empezó hace casi medio siglo siendo maestra de un colegio de niñas humildes, unas adolescentes a veces maltratadas e incluso violadas por sus padres. Un día una de sus alumnas del último curso la invitó a su casa. “Y allá llegué después de recorrer en un bus media ciudad, y de subir calles y calles empinadas y sin pavimentar, por donde ya no se aventuraba ningún medio de transporte. Una torpeza de mi anfitriona, que no tendría más de 17 años, me hizo comprender que a mi llegada ella y su hermana habían enviado a comprar en secreto lo que era un lujo en ese hogar y una deferencia conmigo: papel higiénico”.

Eso es, en efecto: el papel higiénico como un humilde tótem contemporáneo del confort, de una clase social en donde no falta nada y por consiguiente no hay apuros, no hay carencias ni miedos ni incertidumbres. El papel higiénico como enseña de la civilización, y la civilización, ya se sabe, es un poder capaz de domesticar el caos y la furia de la existencia. Ahora lo entiendo más: creo que el personal adquiere locamente rollos y rollos de papel higiénico porque con ello creen comprar un seguro ante las turbulencias que se aproximan. En dicho producto está depositada la esperanza de que nada llegue a ir muy mal, de que su vida pueda seguir intacta y tersa. Si se mira bien, hasta tiene su gracia que los rollos parezcan ladrillos de una construcción de juguete. Me imagino a los ciudadanos atrincherados en el salón de sus casas tras una muralla defensiva de papeles higiénicos.

Me temo que estamos muy mal acostumbrados. Entre los mitos o espejismos más extendidos en la sociedad moderna occidental está el de la invulnerabilidad, la sensación ilógica de estar protegidos. En Europa hemos disfrutado de unos cuantos años extraordinarios sin apenas guerras (pobres yugoslavos, pobres ucranios) que nos han hecho creer en un mundo razonablemente estable y feliz, cuando en realidad nuestra existencia es un albur, una voluta de humo que el azaroso viento agita y disipa. Tan solo la vida, la empeñosa vida, que mantiene una perpetua batalla por seguir viviendo, nos defiende precariamente del desorden final. Desde que empezó el siglo XXI la absurda sensación de omnipotencia humana no ha hecho más que irse desmoronando. Las Torres Gemelas, los diversos y constantes atentados terroristas, el incremento de las catástrofes naturales y de las crisis climáticas extremas, la pandemia, la peligrosa mentecatez de los terraplanistas, la amenaza de guerras globales, el riesgo de los ataques cibernéticos, ahora multiplicados por la IA… En mitad de este alboroto espeluznante, un apagón no es nada. Tan solo un recordatorio más de nuestra fragilidad. Y en realidad eso es lo normal; los seres humanos han sabido sobrellevar su fragilidad y salir adelante durante milenios. De hecho, lo anómalo es nuestro actual y absurdo sentido de seguridad. Ya lo dijo el gran señor y poeta renacentista florentino Lorenzo de Médici: “Quien quiera estar contento que lo esté, del mañana no hay certeza”. Es un buen consejo. No se deben dejar las alegrías para mañana. Y yo confiaría más en la fuerza de la vida que en el papel higiénico.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Rosa Montero
Nacida en Madrid. Novelista, ensayista y periodista. Premio Nacional de Periodismo y Premio Nacional de las Letras en España. Oficial de las Artes y las Letras de Francia. Animalista, antisexista y ecologista. Su obra está traducida a cerca de treinta idiomas.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_