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Gränna, mucho más que el pueblo de Suecia de los bastones de caramelo

Ir en kayak por el lago Vättern, conocer la trágica aventura polar de Salomon August Andrée, visitar el castillo de la isla de Visingsö y otros planes veraniegos en esta coqueta localidad sueca

Exterior de una tienda de caramelos típicos suecos ('polkagris') en una calle de Gränna (Suecia).
Jordi Pastor

“En mi tiempo libre restauro motocicletas antiguas. Principalmente, modelos de carreras Husqvarna anteriores a la II Guerra Mundial. Compito con ellas durante el verano. También tengo dos coches americanos, un Ford de 1936 y un Chevrolet Nova de 1962, en el que tú montaste”. Christer Fagerberg tiene 60 años y ha vivido casi toda su vida en Gränna, una apacible e inesperada localidad en el sur de Suecia, a orillas del lago Vättern, el segundo más extenso del país entre los 100.000 que, aproximadamente, se despliegan a lo largo de su paisaje de agua y bosque. Iba a ser una parada de una noche entre Estocolmo y Gotemburgo, pero la estancia se prolongó de forma natural, cautivados por la embriagadora cadencia de aquel paseo en el Chevy de Fagerberg.

Al circular por la calle Brahegatan, algo prácticamente inevitable tras tomar la desviación a Gränna desde la autopista E4, llama la atención la cantidad de tiendas de caramelos que se suceden a lo largo de la vía principal de esta coqueta localidad de unos 3.000 habitantes, calles tranquilas y casas de madera con porche y jardín perfectamente cuidado. “Este es uno de los edificios más antiguos de Gränna”, señala Fagerberg al pasar por delante de Franckska gården, una construcción de fachadas amarillas, también de madera, planta rectangular y tejado a dos aguas. Esta antigua granja que hoy funciona como espacio expositivo del aledaño Museo de Gränna, dedicado a la historia local, lleva en pie desde mediados del siglo XVII y en su interior se puede saludar a una figura que recrea a Amalia Eriksson horneando en su cocina. Esta mujer, original de la cercana ciudad de Jönköping, al sur del Vättern, hizo de la necesidad virtud y, de paso, el principal reclamo turístico de Gränna. Viuda y con una hija a su cargo en la patriarcal sociedad sueca del siglo XIX, salió adelante creando y vendiendo en su salón los dulces artesanos que han hecho reconocido al pueblo.

En torno a 1858, Eriksson dio forma por primera vez a los tradicionales polkagris, esos típicos bastones de caramelo con rayas rojas y blancas que el imaginario colectivo asocia a fechas navideñas. Por entonces, a las mujeres no se les permitía montar su propia empresa en Suecia, salvo que demostrasen motivos o una necesidad de carácter social, como era el caso (el marido de Eriksson había fallecido apenas un año después de su boda). Se le concedió una licencia para abrir una panadería donde comenzó a producir estos caramelos con sabor a menta que, casi dos siglos después, son el reclamo principal de Gränna.

Surtido de 'polkagris', típicos bastones de caramelo con rayas rojas y blancas, en una de las tiendas de la localidad sueca.

De Gränna al cielo (ártico)

Unos años antes del dulce hito hubo otro nacimiento reseñable en la localidad. En 1854, en una casa ubicada justo enfrente de Franckska gården, al otro lado de calle Brahegatan, llegó al mundo Salomon August Andrée, quien escribiría una página muy personal en la historia de la exploración polar a finales del siglo XIX. Ingeniero de formación, Andrée lideró en 1897 un audaz intento de sobrevolar, cartografiar y pisar por primera vez el ansiado Polo Norte geográfico a bordo de un globo aerostático, el Örnen (águila), junto al fotógrafo Nils Strindberg y el también ingeniero Knut Frænkel. La nave incluía una vela adosada al balón de aire para incrementar su velocidad —y alcanzar su objetivo dentro de los 20 días que estimaban poder flotar en el aire—, así como un sistema de cuerdas que, al arrastrar por el hielo, guiarían el vuelo del Örnen sin quedar a merced de los vientos del Ártico. La aventura acabó en tragedia, aunque hasta 1930 no fueron hallados los restos de la expedición —incluidas las fotografías de Strindberg, cuyos rollos de película se conservaron perfectamente congelados— en la isla noruega de Kvitøya, en el archipiélago noruego de Svalbard.

El museo de Grenna cuenta con una interesante exposición sobre la odisea de Andreé y compañía; dos plantas dedicadas a los preparativos y al fatídico viaje, respectivamente, con imágenes de los protagonistas, animaciones del aterrizaje y su posterior caminata sobre la banquisa, así como gran cantidad de objetos de la expedición, cedidos por la Sociedad Sueca de Antropología y Geografía. La muestra forma parte del Polarcenter del museo, que realiza una retrospectiva más amplia sobre la exploración en el Ártico y en la Antártida. Por ejemplo, incluye una sección dedicada a la expedición sueca al continente helado entre 1901 y 1903 liderada por Otto Nordenskjöld, considerada un éxito científico y expedicionario —marcó un récord de penetración hacia el Polo Sur—, pero a la vez dramática y repleta de penalidades.

“Es un museo que vale la pena visitar”, recomienda Fagerberg, mientras su Chevrolet Nova azul desciende por Amiralsvägen en dirección al puerto de Gränna. Resulta emocionante circular en un clásico americano que te supera en edad, pero no es tan extraño aquí. “En Suecia hay un gran interés por este tipo de vehículos antiguos, especialmente entre aquellos que nacieron entre los años cincuenta y setenta”, explica Fagerberg. “Hay más de 500.000 coches clásicos en Suecia entre una población de 10,5 millones; es algo inusual”, reconoce. Una proporción generosa que convierte casi en ordinario toparse con un Buick Special de 1953 en una gasolinera a las afueras de Markaryd (provincia de Kronoberg); un flamante Cadillac Deville de 1967, descapotable y de color rosa metalizado, en una transitada calle de Södermalm, en Estocolmo, o un Mercury Monterey S-55 Hardtop de 1966 en el aparcamiento de un supermercado en Gränna.

Lustre histórico

El Chevy pasa ahora frente al embarcadero sobre las aguas del Vättern y su conductor no pierde oportunidad. “Es el segundo lago más grande de Suecia y alcanza los 110 metros de profundidad. Aquí puedes encontrar trucha arcoíris y salmón, pescado blanco y otras especies, y los restaurantes locales son conocidos por sus deliciosos platos de pescado capturado en el Vättern”, explica mientras señala a la isla de Visingsö, que se aprecia justo enfrente, y es accesible en unos 25 minutos de trayecto en ferri. Esta alargada lengua de tierra en medio del lago ha tenido cierta relevancia en la historia sueca. “Varios reyes han vivido allí, y tres de ellos murieron en la isla. El castillo Näs, en su extremo sur, data del siglo XII y sus ruinas están abiertas a los visitantes”, comenta Fagerberg.

Las ruinas del castillo en la isla de Visingsö, en el lago Vättern.

Pero Visingsö cobró relevancia especialmente en el siglo XVII, en tiempos de Per Brahe El Joven, uno de los asesores más cercanos al rey Gustavo II Adolfo de Suecia (1611-1632), a quien se atribuyen las bases del Estado moderno sueco gracias a sus reformas administrativas y económicas. Fue entonces cuando se culminó la construcción del castillo de Visingsborg, majestuosa fortificación de seis torres con chapiteles dorados, murallas jalonadas de cañones, una impresionante biblioteca y un arsenal para armar a 800 soldados. Fue la casa y emblema del condado de Brahe, concedido un siglo antes por el monarca Gustavo Vasa a Per Brahe El Viejo (abuelo del joven), quien mandó poner la primera piedra del castillo en 1560. “El condado era el más rico de Suecia y también de parte de Finlandia, que estaba administrada por Brahe [el joven]”, presume Fagerberg. Visingsborg sirvió después (siglo XVIII) como presidio para unos 2.000 prisioneros de guerra, la mayoría de ellos rusos; muchos fallecieron allí y fueron enterrados en el llamado cementerio ruso, a kilómetro y medio isla adentro. En los últimos días de 1718 el castillo quedó devastado por un incendio y las adecentadas ruinas que se pueden contemplar cerca del embarcadero del ferri, sobre una ladera con vistas al Vättern, es todo lo que queda. Una parada pintoresca dentro de uno de los planes más apetecibles en Visingsö: un recorrido en bici por la llana orografía de la isla, que también pasa por faros, calitas de arena fina y tiendas de productos agrícolas.

De vuelta al continente, las aguas del lago tienen actualmente un lustre más lúdico que histórico. “Entre 600.000 y 700.000 personas visitan Gränna y Visingsö cada año”, estima Fagerberg, especialmente en verano. Un dique construido frente al camping de Gränna delimita una extensa laguna de baja profundidad y playa incluida destinada al disfrute y baños familiares, mientras que los más avezados se adentran remo en mano en el Vättern para travesías en kayak gracias a un autoservicio público de alquiler —mediante un código pin se desbloquean canoas, palas y chalecos salvavidas como si fuesen bicis urbanas—. Después de palear, unas ergonómicas butacas de cemento dispuestas sobre las piedras del espigón junto a plataformas de madera a modo de mesa invitan a montarse un pícnic vespertino para contemplar cómo el sol tiñe las aguas del lago en su despedida diaria.

De paseo por los cerros

Gränna también es conocida por un clima favorable pese a su latitud tan norte, que abriga granjas de huertos frutales donde se cultivan manzanas, peras o fresas, gracias a su ubicación entre las aguas del Vättern (que templan la temperatura) y los cerros que se elevan justo a sus espaldas. Diversos senderos despegan literalmente desde las últimas casas del pueblo —el desnivel es considerable— buscando su crestería. Algunos de ellos, así como las escaleras de madera que ascienden al final de la calle Parkgränd (una estatua de Amalia Eriksson marca el inicio), confluyen en el museo al aire libre de Grännaberget, el más antiguo de la localidad (operativo desde 1912) e inspirado en el de Skansen, creado por Artur Hazelius en la isla de Djurgården, en Estocolmo.

La terraza del Kaffestugan, cerca de Gränna.

Sobre una altiplanicie con vistas al pueblo, la extensión acuática del Vättern y la isla de Visingsö, Grännaberget reúne un dispar conjunto de edificios históricos procedentes de toda la región, como un cuartel de 1938 que contiene tanto vagones de una vetusta fábrica local como equipos del antiguo cuerpo de bomberos de Gränna; una granja del siglo XV con césped en el tejado traída desde la cercana reserva natural de Röttle que albergó una fábrica de papel hasta 1879; o una torre de madera erigida aquí en 1923 que conserva en su interior la maquinaria y el antiguo reloj del Ayuntamiento de Gränna, donado a la ciudad por su fundador, Per Brahe el joven, en 1675.

Después de la caminata, lo que pide realmente el cuerpo aquí arriba es sentarse en la soleada terraza del Kaffestugan (abierto, igual que el museo, de mayo a septiembre) y tomarse un café acompañado de un bollo recién horneado o un pedazo de tarta de queso de Småland. Todo un clásico.

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Sobre la firma

Jordi Pastor
Redactor de la sección Extras especializado en medio ambiente y naturaleza, antes trabajó en el suplemento El Viajero. Inició su labor profesional en 'Desnivel', editorial referente en información sobre montaña y escalada. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y culminó sus estudios en la Universidade de Coimbra.
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