El Muro Atlántico, una barrera de hormigón con la resistencia de la paja
Un recorrido de Hendaya a Normandía con paradas en los restos de los búnkeres que hacen parte de esta dura cortina que mandó construir Adolf Hitler

Si el ladrillo es el material de construcción que caracteriza a la costa levantina, el hormigón lo fue en el litoral occidental de Francia durante la Segunda Guerra Mundial. En lugar de bloques de apartamentos, allí se construyeron búnkeres y otras estructuras militares. Su geolocalización es un guiño a la belleza, aunque lo fuese de manera circunstancial. Lo que buscaron sus constructores alemanes, que antes fueron ocupadores, fueron ubicaciones estratégicas y no bonitas. El denominado Muro Atlántico era un sistema defensivo costero y discontinuo que mandó construir Adolf Hitler en 1942 para repeler los posibles ataques desde el mar y el aire del bando aliado y que se extendía desde Hendaya, en el País Vasco francés, hasta casi el Círculo Polar Ártico, al norte de Noruega.
Un sueño o una pesadilla de unos 5.000 kilómetros de largo. Una red de unas 8.000 construcciones defensivas en la que había búnkeres, blocao, casamatas, nidos provistos de armamento antiaéreo, estaciones de comunicaciones con radares y bases para alojar submarinos. Estas últimas se encuentran en Burdeos, La Rochelle, Saint-Nazaire, Lorient y Brest. Todas ellas se localizan muy cerca del mar y de ríos. Las hay en el centro de núcleos urbanos (Hendaya), a pie de playa (Anglet, Biarritz, Boucau, Capbreton), en lo alto de un acantilado (Heuqueville) y excavadas en el interior del mismo (Hendaya, Anglet). En el estuario del río Orne, en Normandía, hay varios búnkeres que parecen criaturas marinas varadas en la arena.
El exterior de los mismos está pintarrajeado y a sus fríos y húmedos interiores, vientres que parecen enfermos por la cantidad de basura que almacenan, se puede acceder con cuidado y correctamente ataviado. Que es lo que hace, por su cuenta y riesgo, además de mapear y fotografiar, la pareja formada por Alphonse Belaubre y Cholé Predot, equipo que da vida a Atlantik Wall Explorer. Un proyecto personal que rinde homenaje al tío abuelo de Alphonse, el general Paul Thompson, quien desembarcó en la playa de Omaha el 6 de junio de 1944, y a su bisabuelo que falleció durante el bombardeo de Biarritz el 27 de marzo de 1944. Explorar y adentrarse en las numerosas ruinas que son hoy la mayoría de las construcciones que se conservan del Muro Atlántico es una actividad arriesgada por el estado de conservación de las mismas y por el entorno natural en el que se encuentran, sobre todo las que están en los acantilados y bajo el agua.

En la orilla occidental del mencionado estuario se encuentra la localidad costera de Ouistreham, en la que un antiguo y gran búnker de cinco plantas de altura se ha convertido en el Museo del Muro Atlántico. En el patio que precede a la puerta de acceso hay expuesta una de las barcazas que desembarcaron en las playas de Normandía. La zona en la que tuvo lugar el histórico desembarco es una franja costera de unos 100 kilómetros de largo, entre las ciudades de Cherburgo y Le Havre, en la que se suceden las playas de Sword, Juno, Gold, Omaha y Utah, nombres en clave asignados por el bando aliado, y en la que las construcciones del Muro Atlántico que se conservan sirven para hacer memoria de lo sucedido antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, además de ser aptas para la visita. En la cuenta de Instagram @normandybunkers hay mucha información al respecto.
A primera vista resultan construcciones toscas de hormigón. Al adentrarse en ellas, acompañado de un guía, uno se da cuenta de lo pensadas que estaban y de los avances tecnológicos con los que contaban. La idea era que los soldados que estuvieran dentro de los búnkeres pudieran sobrevivir al ataque del enemigo. De ahí que, además de que tuvieran puertas blindadas y herméticas a los gases, estaban dotadas de sistemas de telecomunicaciones y de sistemas de ventilación, filtración del aire, de calefacción y salidas de humo, que permitían la respiración, calentarse y cocinar.
Los mandos del ejército nazi no solo aprovecharon la orografía de la costa occidental francesa para ocultar sus búnkeres y demás construcciones defensivas, también se valieron del trabajo de personas reclutadas a la fuerza y de prisiones de guerra y de campos de concentración y exterminio. Mano de obra canalizada a través de la Organización Todt, una especie de empleador y pilar de la economía de guerra de la Alemania nazi. Del mismo modo que hubo franceses a los que no les quedó más remedio que colaborar con los nazis, otros se lucraron con la construcción de este muro.

Desde la ciudad normanda de Bayeux parten varios recorridos en bicicleta en dirección al interior y a la costa, donde se encuentra la batería alemana de Longues-sur-Mer, en un acantilado que domina el Canal de la Mancha, sobre y entre las playas de Gold y Omaha. Un punto estratégico, elevado y defensivo que se compone de un búnker de control, puestos antiaéreos y cuatro casamatas, cada una de ellas con una pieza de artillería. En Cricqueville-en-Bessin, donde se encuentra Pointe du Hoc, hay otra batería alemana, pero en peor estado de conservación y de menor tamaño, sobre un acantilado de 30 metros de alto.
Sin embargo, la mayoría de construcciones que hacían parte de este larguísimo muro de hormigón apenas se mantienen en pie. Resisten como pueden el paso del tiempo y el avance de la naturaleza. Las hay expuestas al batir de las mareas y los mordiscos del salitre. Es el caso de los restos de los búnkeres de Capbreton, Cap-Ferret y de uno que hay en la playa de Métro, en Tarnos, todos ellos en Las Landas.
El sentido bélico que tuvieron en el pasado hoy se ha transformado en un elemento natural más del entorno en el que se encuentran. No son pocas las personas que los fotografían y miran con curiosidad. No muy lejos de esta playa queda la que se conoce como la Torre Barbara, que desde la distancia se parece a un periscopio gigante que emerge de la tierra. Es más fácil verla que llegar hasta la misma, ya que su posición elevada le permitía una panorámica de la costa que incluye la desembocadura del Adour, río que hace de frontera natural entre Las Landas y el País Vasco francés.

Al otro lado del mismo se encuentra Anglet. Localidad conocida como “la pequeña California” por su ambiente surfero surgido a partir de sus olas tuberas que se generan en sus playas. En algunas de ellas, como en la playa de La Barra, hay búnkeres que pasan desapercibidos entre los bañistas que disfrutan de la sombra que proveen y los paseantes que caminan sobre los mismos al borde del mar. Muy cerca de esta playa, dentro de lo que se conoce como el Parque Ecológico Izadia, hay un búnker al borde del lago Boucau, pero cerrado al público. No como Bemalpa, la Oficina de Estudios del Muro Atlántico para los sectores de Las Landas, Pirineos – Atlántico y Sur de Gironda. Las exploraciones, fotografías y localizaciones que llevan a cabo para inventariar el muro las realizan profesionales de cada campo.
Al igual que los apartamentos de playa más cotizados, los búnkeres tienen unas vistas al mar privilegiadas. Si alguien se anteponía, se le disparaba. No hay mejor vista y más tranquila que una despejada. En Heuqueville, cerca de Le Havre, hay un búnker asomándose a un acantilado que se parece a la cabeza de una tortuga fuera de su caparazón. La erosión le ha sacado medio cuerpo sobre el acantilado en el que se ocultaba, el resto está cubierto de musgo y matojos.
Menos espectacular es el que hay a un lado del sendero que discurre sobre la cornisa atlántica a la altura de Hendaya, de camino al castillo de Abbadie. Desde dicho búnker es posible ver otro excavado en la roca expuesto a los envites del mar. Un mar al que a su fondo fueron a parar cañones que los propios soldados alemanes arrojaron antes de retirarse de sus posiciones ante el avance de las tropas aliadas. El equipo de Atlantik Wall Explorers realiza excursiones por la zona en paddle surf e inmersiones para verlos de cerca. Se puede ver todo lo que hacen en su web.

En el centro urbano de Hendaya se encuentra la construcción militar más al sur del Muro Atlántico. Un búnker camuflado en una vivienda y desde el que se divisaba la desembocadura del río Bidasoa. En esa zona del viejo Hendaya, en torno al puerto de Caneta, hay tres placas que aluden al Muro Atlántico: en la plaza Joannis de Suhigaraychipy (un corsario al servicio del rey Luis XIV nacido en Hendaya en 1643), en el mirador del Puerto de Caneta y en el muro que flanquea una pasarela que discurre sobre el agua.
En la playa de Miramar, en la distinguida ciudad de Biarritz, se construyó un complejo de búnkeres compuesto por dos casamatas y un nido de ametralladora, comunicados por un sistema de túneles y ocultos bajos unos relieves de aspecto ornamental. A los aliados les costó identificarlos, los turistas hoy pasan de largo sin saber qué es lo que ven. Lo que no se ha conservado en las playas en las que se levantó este muro es el entramado de obstáculos que dispusieron los nazis para quitarle al bando aliado la idea de la cabeza de acceder a la costa desde el agua: erizos checos, espárragos de Rommel, puertas belgas, minas marinas y terrestres, kilómetros de alambrada y cientos de miles de balas. Artefactos de hierro y explosivos que se han cambiado por tumbonas, sombrillas y casetas rayadas de colores.
A pesar de que era una cortina de hormigón se vino abajo al primer soplido como si en realidad estuviera hecha de paja. De muro pasó a convertirse en un enorme monumento funerario tras el desembarco de Normandía del 6 de junio de 1944. Los restos de los búnkeres que hoy quedan a la vista son una serie de construcciones salpicadas a lo largo de la costa. Estructuras que despiertan la imaginación y hacen pensar que por qué no puede salir de una de ellas un soldado o un viajero en el tiempo. Las estrechas y oscuras troneras que dan acceso a los búnkeres son portales estelares. Búnkeres que también son un patrimonio histórico y arquitectónico incómodo. Nadie se atreve a demolerlos, muy pocos a conservarlos. Son memoria, motivo de vergüenza y generan la duda de si son o no arquitectura.
Guía práctica con sitios donde dormir
En verano, que es cuando se celebra el aniversario del Desembarco de Normandía, una buena opción es hacerlo en los numerosos y buenos campings que hay a lo largo de toda la costa atlántica francesa, sobre todo en el País Vasco francés, Las Landas y Bretaña. Campings dotados con bungalós, parcelas para estacionar caravana, autocaravana y/o montar una tienda de campaña. Cuentan con supermercados, instalaciones deportivas, piscinas, barbacoas, etc. Los hay junto a la playa y otros algo más retirados. Todos en bonitos entornos naturales.
En Hendaya, Camping Ametza.
En Bidart, Camping Ilbarritz.
En Anglet, Camping Bela Basque.
En Mézo, Las Landas, Camping Le Village Tropical Sen Yan Mézos.
En Fouesnant, Bretaña, Camping L’Atlantique.
En la ciudad de Bayeux, en Normandía, un buen sitio en el que alojarse es el Hôtel Reine Mathilde, con habitaciones tipo buhardillas.
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