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Una inmersión en el Monte Verità: la colina del Ticino donde la utopía se hizo arte

Esta es la historia de una colonia de intelectuales naturistas y vanguardistas que transformó un pequeño pueblo en un centro cultural. Años más tarde, el coleccionista Eduard Von der Heydt heredó el proyecto y mandó construir un hotel que hoy es la principal atracción de Ascona

Monte Verità
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En el otoño del año 1900 un grupo de jóvenes burgueses e idealistas, asustados ante la industrialización imperante e inspirados por la Lebensreform (movimiento cultural y social surgido en Alemania y Suiza a finales del siglo XIX cuyo objetivo era transformar la vida individual y social a través del retorno a una vida más natural y saludable), viajaban desde el norte de Europa rumbo a Italia cuando decidieron hacer un alto en el camino. Se detuvieron en una colina de Ascona, entonces un pequeño pueblo de 1.000 habitantes, con vistas radiantes del lago Mayor, en el Ticino, la Suiza italiana. Ahí estaban la profesora de pianoforte alemana Ida Hofmann y su pareja Henry Oedekoven, hijo de un industrial belga; el austrohúngaro Karl Gräser y su hermano Gustav, que prefería que se le llamase Gusto, poeta y filósofo, y una figura mística de gran inspiración para el resto; Jenny, hermana de Ida y también profesora y cantante; Ferdinand Brune, un teósofo de Graz; y Lotte Hattemer, hija de un alto oficial de Berlín, activista y radical reformadora de la vida que practicaba el ayuno y el nudismo como formas de pureza espiritual.

Compartían todos el rechazo por la sociedad patriarcal, el capitalismo y el materialismo, adoraban al sol como a una deidad, coincidían en el pensamiento libertario y pacifista y se oponían a la alienación y a la deshumanización. Su objetivo era vivir en la naturaleza y de la naturaleza. Confiaban en la agricultura orgánica y en el arte, la danza, la terapia. Tenían dinero suficiente para viajar y también para, como se dio el caso, comprar esa parcela de monte que tan buen rollo les generaba. Allí decidieron poner en marcha su proyecto de comuna y de sanatorio donde estar a salvo del ruido, la prisa y la técnica del progreso. Era un experimento vital basado en la conexión total del cuerpo y de la mente, en el vegetarianismo, en el naturismo, en la ausencia de alcohol, de humo, de sal, en liberar todos los corsés del cuerpo (que tan constreñido estaba en términos de moda), en el feminismo y en la defensa a ultranza del medio ambiente.

No eran hippies, su pensamiento tenía una estructura cultural. Habría que reformarse a uno mismo para luego reformar la inercia de la sociedad. La salud física y mental propiciaría la hermandad entre seres humanos y animales, porque si se enseñaba a no matar animales no se mataría a los hombres y no existiría el militarismo. A juzgar por el rumbo que tomó el mundo en el siglo XX y XXI no les escuchó casi nadie, pero ahí estuvieron y ahí está todavía la herencia de su utopía, en el mismo sitio y con el mismo nombre que le pusieron ellos: Monte Verità.

Imagen de archivo de 1956 del parque junto al Monte Verità.

Hoy es una fundación que divide su actividad entre un hotel (asequible —habitaciones desde 92 euros—, diferente, fiel a su espíritu iniciático y que mantiene el hilo con la historia, con la meditación y el cultivo del mundo intelectual), un restaurante, un centro cultural con museos y un edificio para congresos. Una experiencia con visitas guiadas que permite una inmersión en la memoria silvestre por los senderos más energéticos del parque, por jardines y estilos arquitectónicos, mandalas, instalaciones artísticas, mobiliario histórico y colecciones de arte.

Hacía años que el anarquista Mijaíl Bakunin se había instalado en la cercana Locarno y que la baronesa rusa Antoinette de St Leger se había edificado su propio paraíso de puertas abiertas en las vecinas islas Brissago, por lo que la afluencia en la zona de pensadores y artistas de espíritu abierto empezaba a ser tendencia. En cuanto estos jóvenes inauguraron el sanatorio Monte Verità, lo que ahora llamaríamos una zona termal y cuya estructura permanece intacta (es el lugar donde se encuentra la terraza del restaurante), la proliferación de ilustres visitantes con intención de curarse o de practicar la utopía fue constante. Por aquí, entre muchos otros, pasaron el escritor Hermann Hesse, con intención de quitarse del alcohol; el psiquiatra y fundador de la psicología analítica y figura influyente en este campo, la filosofía y la espiritualidad Carl Gustav Jung; el autor de Sin novedad en el frente Erich Maria Remarque; el poeta dadaísta Hugo Ball; la dramaturga y artista lírica y mística del expresionismo literario alemán Else Lasker-Schüler; el poético y sensible pintor Paul Klee; el pensador austriaco influyente en los campos de la filosofía, pedagogía, agricultura, medicina, arte y espiritualidad Rudolf Steiner; Mary Wigman, bailarina, coreógrafa y maestra alemana de la danza expresionista, revolucionaria del movimiento corporal, o el arquitecto belga Henry van de Velde.

Imagen del hotel Monte Verità, en la localidad suiza de Ascona.

Una huella profunda dejó la estancia del sociólogo, economista, historiador y politólogo alemán Max Weber, considerado uno de los padres de la sociología moderna. Y determinante fue la implicación de Otto Gross, alumno y posterior enemigo de Freud, psiquiatra, psicoanalista, anarquista y figura clave del movimiento contracultural europeo de comienzos del siglo XX que defendía la abolición de la familia tradicional, a la que veía como el origen de la represión psicológica, por lo que proponía una sociedad basada en la libertad sexual, la igualdad y la autorrealización.

Los jóvenes fundadores del Monte Verità fueron pioneros en la Green Architecture a partir de las cabañas de madera que levantaron y que llamaron Capane Aera Luce (Cabaña Aire y Luz), de las que se conserva una de las originales construida en 1904 como un símbolo de los ideales del movimiento Lebensreform y en la que pernoctó Hesse. Junto a las cabañas, en 1909 se edificó el primer hotel, Villa Semiramis, de estilo art nouveau y a cargo del arquitecto turinés Anselmo Secondo, situado junto a la plantación de té verde administrada por la fundación y todavía hoy anexo del hotel principal. A pocos metros permanece la llamada Roca Corelai (como la bautizó Ida), considerada el punto más energético, de mayor intensidad magnética de la colina. Uno se sienta ahí a recibir la fuerza del sol mientras le roba el brillo y siente como por la piel se extiende la idea de renacimiento.

Detalle del edificio estilo Bauhaus del Monte Verità.

El primer arte del Monte Verità fue la danza y quien más puso de su parte para ello fue el coreógrafo Rudolf von Laban, que llegó por indicación de la pionera de la danza moderna Isadora Duncan, a la que había ido a ver Ida Hoffman atraída por la admiración que le profesaba. Fascinado, Laban decidió transferir aquí sus cursos de verano. Su paso por el Monte Verità, entre 1913 y 1918, marcó uno de los momentos más radicales de su vida y de la historia del arte escénico del siglo XX. Fue, además, el momento cumbre de este lugar, porque siendo conscientes del cambio, la colonia vegetariana se estaba transformando en comunidad de artistas y estaba modificando incluso el territorio, porque Ascona pasó de ser un pueblo de pescadores y agricultores a un centro cultural.

En 1920, Ida y Henri abandonaron la nave y pusieron rumbo a Brasil dejando el proyecto a expensas de la providencia. Suerte que la pintora expresionista rusa-suiza Marianne von Werefkin, que vivía, pintaba y bailaba en el Monte desde el inicio de la I Guerra Mundial, movió sus hilos. Como atestiguan las fotografías, su presencia en la comunidad fortaleció el ambiente artístico y fue clave en la fusión entre arte expresionista, danza libre y reforma de vida. Fue ella quien invitó al rico mecenas y coleccionista de arte Eduard Von der Heydt a conocer la colonia; y fue él quien compró la totalidad de la colina a los que quedaban.

Lo primero que hizo el barón Von der Heydt fue mandar construir el hotel al estilo Bauhaus, su debilidad. Tuvo buen ojo a la hora de elegir arquitecto, porque el proyecto recayó en manos de Emil Fahrenkamp, autor de esta obra maestra de la arquitectura moderna alemana llamada Shell-Haus, en Berlín. Este fue el primer edificio moderno del Ticino. Con el barón llegaron arquitectos (tuvo un proyector con Ludwig Mies van der Rohe y aquí vino Walter Gropius), y con el nuevo edificio se sumarían comodidades como el baño propio a unas habitaciones cuya decoración parece sacada de la famosa escuela de diseño y artes aplicadas fundada en Weimar y posteriormente trasladada a Dessau.

Interior de una de las habitaciones del alojamiento.

El hotel, que se conserva tal cual lo proyectó Fahrenkamp, incluido el mobiliario, despertó la atención de la nueva aristocracia pero mantuvo su esencia meditativa e intelectual. Tanto es así que Ise Gropius escribió al gran curador de arte Harald Szeemann una carta en la que afirmaba: “El Monte Verità era el lugar donde nuestra frente tocaba el cielo”. Curioso, Szeemann llegó hasta aquí y, fascinado con la concentración de arte y de modernidad que se daba en un punto tan pequeño del mundo, decidió reconstruir su historia, recuperar objetos y documentos, entrevistar a todas y todos cuantos quedaban vivos de los que lo habitaron en sus inicios y sentar las bases del futuro museo Casa Anata.

El barón Von der Heydt falleció en 1964 y legó todo este patrimonio al cantón de Ticino a condición de que se respetara siempre la apuesta por la ciencia, la cultura, el pensamiento y el arte. Así esta fundación es uno de los principales reclamos de Ascona, idílica ciudad frente al lago Mayor en la que uno tiene la sensación de que todos sus habitantes viven vidas de ensueño y donde el plan de sentarse en un banco frente al agua y no darle demasiadas vueltas a las cosas es muy respetable. Hay restaurantes con gastronomía clásica del Ticino (a la italiana) que podrían estar en Roma, como la Antica Osteria Vacchini, Antica Posta o Grotto Raffael, el más popular de todos. El Bar Artés, en el número 29 de la concurrida calle Borgo, es lo más cerca que se puede estar de cualquier idea de transgresión. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que Ascona ha promovido intensamente el jazz de Nueva Orleans a partir de su célebre Festival JazzAscona, fundado en 1985 y especializado en ese estilo auténtico, alegre y callejero y al que cada año se invita a músicos sureños.

En 1978, Harald Szeemann comisarió la exposición Monte Verità. Le mammelle della verità, que volvió a colocar el lugar en el mapa internacional. Hoy es un placer recorrer la historia a través de fotografías y documentos, una narración sostenida por la utopía, la reforma de la vida, del espíritu y del cuerpo, la psicología, la música o la danza. Uno de los pabellones más sorprendentes del parque del Monte Verità, ubicado más allá de la piscina (una bañera de piedra de 1900 donde se bañaban cuando no había agua corriente), la pista de tenis y la casa del té donde por cierto venden deliciosos helados de matcha, es el Padiglione Elisarion. Allí se conserva como un tesoro la historia y el arte de la inseparable pareja formada por los artistas Elisar Von Kupffer y Eduard Von Mayer, que se conocieron en 1891, cuando ser gay era delito. Refugiados en la vecina Minusio, como si de una nueva religión se tratase, fundaron el Clarismo, movimiento artístico y espiritual centrado en la búsqueda de la belleza, la armonía y el idealismo, en contraste con el materialismo y la decadencia de la sociedad moderna y cuya sede era precisamente el Sanctuarium Artis Elisarion, templo cultural y espiritual para el que Kupffer pintó su monumental ciclorama Die Klarwelt der Seligen (El claro mundo de los bienaventurados, en español).

Vista aérea de la zona del parque del Monte Verità.

Esta obra fue redescubierta y restaurada por Szeemann (pues se había mantenido, como gran parte de las parejas homosexuales, escondida en un subterráneo) e imita lo que para el autor debería ser el paraíso a partir de figuras espirituales e idealizadas, símbolos de belleza, amor y renovación. Con 26 metros de longitud y casi 9 de diámetro, el cuadro fue creado entre 1923 y 1929 y está compuesto por 33 escenas que representan 84 figuras masculinas desnudas, agrupadas en un paisaje idílico espiritual. El Clarismo no fue un movimiento de masas, pero sí una expresión singular dentro de las corrientes utópicas y reformistas de la época. El Monte Verità no fue tampoco un movimiento de masas, pero su supervivencia en el tiempo a través de la memoria que protege este hotel nos reconcilia con la vida al margen del consumo y la utopía.

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Sobre la firma

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Es autor de las novelas 'Los Baldrich', 'La estación perdida', 'Los buenos amigos' o 'Jauja' y del libro de viajes 'París'. Su obra narrativa ha obtenido varios premios. Es profesor en la Universidad Sciences Po de París. Como periodista fue Premio Pica d´Estat 2011. Colabora en El Ojo Crítico de RNE y en EL PAÍS. 'Verso suelto' es su última novela
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