He estado en Mallorca en agosto y no he visto (casi) a nadie
Una ‘possessió’ del siglo XII rehabilitada como hotel en el interior de la isla es el campamento base perfecto para una escapada serena, tranquila y prácticamente desconocida


Acabo de volver de Mallorca, un destino masificado en agosto, según las estadísticas y los reels de Instagram. Pero en mi Mallorca no había colas, tumultos ni gente haciéndose selfis. O había todo eso, pero en una versión mínima, casi residual. Es cierto que mi plan excluyó las calas y las playas gracias al consejo de los mallorquines de toda la vida que me hicieron saber que ellos no las pisan hasta bien entrado septiembre. Sin embargo, sí hubo visitas a Palma, un lugar tomado por los cruceristas que, afortunadamente, siguen una ruta tan trillada e instagrameable que es fácil esquivarla y vivir otra versión de la ciudad.
Este es un viaje al interior de la isla, pero no a la Tramuntana, donde hace bastante calor en verano y las casas con sus gruesos muros de piedra ya se han recalentado —aquí tampoco van mucho los locales estos meses, me han dicho—, sino al pueblo de Sencelles, un municipio de 3.000 habitantes en el centro de Mallorca, a una media hora en coche desde Palma.

Allí, en una finca del siglo XII, acaba de abrir Son Xotano, el hotel donde se te olvida que estás en Mallorca en pleno verano. La casa, restaurada por el estudio Clapés Pizà siguiendo los preceptos establecidos en el libro Elementos Básicos de la Arquitectura Popular Balear, una especie de Biblia para los arquitectos de la isla, reproduce las estancias de una possessió, el equivalente a una masía en Cataluña o a un cortijo en Andalucía. Una vivienda rural con amplios balcones y rodeada por 75 hectáreas de viñedos, olivares y jardines de lavanda donde con un poco de empeño se puede replicar la vida tradicional mallorquina, e inventarse unos días de serenidad, aislamiento y lectura entre muros de piedras, patios sombreados y balcones abiertos al campo.

La decoración es sobria, en varias gamas de beige y algunos toques azules para no olvidar que estamos en una isla (aquí es muy fácil que eso suceda). Una piscina, las sábanas de 400 hilos y los cosméticos de la marca australiana Aesop son algunas de las concesiones al lujo contemporáneo, como algunos espacios dedicados al yoga, la meditación y el bienestar. Por lo demás, las noches son silenciosas y estrelladas, y para encontrar Son Xotano hay que conocer bien la zona y superar un camino estrecho de muchas curvas y, de momento, poco señalizado. Más de un taxista admitió no conocer el lugar para, al llegar, sorprenderse y decir: “Esto sí es Mallorca”.
La gran ventaja de vivir en agosto en una possessió es que, como no es un sitio de paso, solo se ve a la gente que llega allí. En So Xotano, además, parecen amar la privacidad y no se prodigan demasiado. Desde aquí se puede ir al viñedo vecino de Santa Catarina, en la misma carretera de Sencelles (en el kilómetro 3), y seguir sin ver a mucha gente y a casi a ningún turista despistado. La bodega de Santa Catarina fue fundada en 1984 por el bodeguero Stellan Lundqvist, que tomó entonces una decisión audaz: plantar en la isla de forma masiva variedades de uvas nobles de Francia, principalmente merlot, cabernet sauvignon, syrah y chardonnay. La bodega de la possessió se nutre de sus vinos y la cocina de un producto local de primera calidad, desde los panes hasta el queso y la sobrasada.
Las excursiones a Palma nos llevaron a otro espacio curioso. Bordeando la calle Sant Feliu, junto a sitios tan conocidos como la concept store Rialto Living y la galería de arte Gerhardt Braun, se llega a un callejón conocido como Colectivo Sant Feliu 17, donde se han juntado varios creadores para aislarse sin desaparecer del todo de la ciudad. En el callejón están el ceramista Paparkone y el artista del mosaico Mozaikon, la Escuela de Consciencia de Zulma Reyo y el estudio de yoga Sadhana Works. Al fondo, está el estudio Clapés Pizà, donde los arquitectos Adrià Clapés y Joan Pizà, los mismos que han reconstruido la possessió de Sencelles, intentan conservar la arquitectura tradicional de la isla. En Sant Feliu 17 se funciona como una gran familia, sus espacios están diseñados para el trabajo y la creación, aunque se pueden comprar piezas de cerámica o cafés, cómo no, de especialidad. Pero lo curioso es que solo apartándose de la arteria principal y entrando en ese callejón, el bullicio desaparece, y la gente que llega aquí o sabe muy bien a lo que va o mantiene la mente dispuesta a aprender. Es un rincón oculto en el corazón de Palma que, por lo que sea, los cruceristas parecen ignorar.

Con Clapés y Pizà descubrimos a unos metros de Sant Feliu 17 otro secreto, Can Vivot, la única gran casa señorial de la ciudad que aún está habitada por sus dueños, la generación número 20 de la familia Montaner Quiroga. Monumentos histórico-artístico (1973) y bien de interés cultural (1995), resisten como pueden las presiones para vender el edificio y convertirlo en el enésimo hotel boutique sin alma de la ciudad. Es una de las visitas que se preparan desde Son Xotano para demostrar que otra Mallorca es posible en pleno agosto.
Para el turista cansado de Instagram
María Luisa Pries es una experta en el arte de rediseñar experiencias en destinos masificados y convertirlos en otra cosa para un viajero que detesta Instagram y está dispuesto a pagarse otro tipo de vacaciones. Pries fundó la agencia de viajes Atria Travel con el único objetivo de enseñar una nueva cara de enclaves muy trillados. Ella lo llama “descentralización”, y ha sido el tema de su tesis de grado. “Es la única manera de hacer los sitios sostenibles. Tanto para proteger el destino y al local como para no matar a la gallina de los huevos de oro, hay que buscar un equilibrio entre residentes y turistas”, explica vía email. Ella cree que mi insólita experiencia en la isla en agosto tiene que ver con el esfuerzo por descentralizar un destino masificado y conocido por la playa y la fiesta. Piensa, además, que es muy buena señal. Pries menciona otros ejemplos, como Reschio, un pueblo de Umbría (Italia) donde “han sabido convertir sus cosas simples en productos de lujo que permiten mantener sus granjas, sus oficios y sus artesanos”.
Pries cree que, dado que la motivación de los viajes está cambiando —el 60% de los turistas busca experiencias, de ahí el éxito de la gastronomía, las clases de cocina, las cenas con locales o los viajes para ver eclipses—, los destinos tienen la oportunidad de repensarse y decidir a qué viajero quieren atraer y cómo quieren crecer. “Me encanta el ejemplo de Usera y Carabanchel en Madrid y el protagonismo que están tomando distritos poco obvios y conocidos de Nueva York. Hay lugares que han entrado en los circuitos del turismo de alta gama porque un restaurante de la zona ha ganado una o varias estrellas Michelin, es el caso de Cáceres con el restaurante Atrio o de Axpe, un caserío del siglo XVII de Bilbao, por el asador Etxebarri”, explica Pries, que pasa mucho tiempo ideando fórmulas para buscar nuevos ángulos de sitios muy conocidos para sus clientes. Cita también el caso de Lima, donde la gente pasa más noches que antes para poder disfrutar de toda la oferta gastronómica de la capital peruana. “El desafío ahora es conseguir que los turistas vuelvan al centro histórico porque han dejado de ir”, dice.
En su libro El turista, una nueva teoría de la clase ociosa, Dean MacCannell describe una cara frontal del turismo donde se escenifican determinados rituales para hacer creer al visitante que está viviendo la experiencia que espera, ya marcada por relatos o fotos anteriores de miles de turistas. Sin embargo, dice MacCannell, la única manera de encontrar lo verdadero es atravesar esa “autenticidad escenificada” y llegar a la región trasera donde el modo de vida transcurre tal como es, tanto para los locales como para los turistas. “El objetivo del viajero que busca la autenticidad es avanzar paulatinamente de la región frontal a la trasera”, se lee en este libro considerado el primer tratado de sociología del turismo, publicado en inglés en 1976, y en español por la editorial Melusina en 2017.
Instagram y las series de plataformas como Netflix han estrechado aún más esa zona de escenificación del turismo y globalizado el deseo al extremo de hacer inhabitables algunas zonas del mundo y, concretamente, algunas calas de Mallorca. Los que sean capaces de llegar hasta la parte de atrás encontrarán una isla serena, tranquila y casi desconocida. Solo hay que renunciar a hacer lo mismo que el resto o, al menos, a hacerlo al mismo tiempo. ¿Qué tal dejar la visita a cala Deià, con largas colas ahora gracias a la serie de la BBC The Night Manager, para finales de septiembre?
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